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Inicio / Cuenteros Locales / AnaCecilia / Recreo a mi pasado

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Todo perduraba en el fluir del tiempo; la fachada de la casa; los recuerdos del altillo; como si el manto de los días, hubiese hechizado mi sensibilidad. Un zaguán abría la mirada, para cobijarnos en las entrañas del living; octogonal; apabullado por la madera de las puertas, que nos llevaba a los demás cuartos. El cielo se extendía de yeso, pespunteado por molduras; abierto al tenue ventanal, que amanecía con las luces. Mis ojos recorrieron tu cuerpo, que yacía como un gigante quieto; atrapado entre las sombras, del que fue, mi pequeño mundo. Todos tus rincones habían sido partícipes de mi niñez; la sala de lectura; el dormitorio de papá; el ala de juegos; y como en un tobogán de ensueño, me arrojé a los brazos de tu vida, que aún latía en el encuentro. Sin hablar, mi rostro respiró tu aire, enriquecido por los años; bajo el aroma en que la abuela, entretejía sus budines, de harinas y de lanas, bañada por las lunas. Un rodete blanquecino, acompañaba sus relatos del exilio; diminuta como un mimbre, con las polleras largas; su figura orientaba nuestras vidas. Siempre hablaba de las guerras, y de Franco; mientras ilustraba sus historias, con los dibujos, de la enciclopedia; nosotros no le hacíamos caso; o no entendíamos aún; solo le pedíamos que nos contara, del encuentro con el abuelo, a la llegada del barco. Allí, sus ojos se extendían, aferrados a esa imagen, como robada de un cuento; y por debajo de sus lentes, nos esbozaba una sonrisa, para mostrarnos la misma foto en sepia, de los dos. Muchas veces nos dormíamos a su lado; entre el llanto derramado de los muertos, y las canciones arrulladas, por sus labios; después nos cargaba, con sus patitas flacas, hasta nuestras propias camas.

Hoy volví a los recuerdos, para alimentar un poco más mi alma. Y aquí estaba ella; de pie, con los ojos titilando de emociones, ante mi llegada; - ¡Abuela! – le grité, pero su rostro no me vio; o no me quiso ver; - ¡Soy yo, Mariana!

La tarde había engarzado mis raíces, en el dorado de las ramas; agitada, corrí a la ventana que daba hacia el altillo; detrás; una figura diminuta y suave, parecía suspenderse, en el crujir de la madera. Levanté mi mano, en un desesperado adiós; mientras su rostro silencioso, me regalaba una sonrisa cómplice: - ¡Hasta pronto, abuela¡- fueron mis últimas palabras.

Ana Cecilia.

Texto agregado el 08-01-2003, y leído por 559 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
09-01-2003 Redondo perfecto. besos gatelgto
09-01-2003 Tremendo el evocador efecto que lograste en este Anita. Seudonimo
08-01-2003 Las lágrimas pelean por salir leyéndote amiga Ana. Haces que llegue a querer a tu abuelita alqutun
 
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