TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / tarengo / El cuarto de un vagabundo

[C:14506]

Para Fernando


—Fernando, este es mi cuarto.
—Como ves, no es muy grande, sino más bien, pequeño.
—Sí, es muy reducido y es movible, como se puede notar claramente, pues estoy viajando juntamente con él y él se está desplazando conmigo.
—¡Ah!, pero es cierto, tú no lo puedes ver ahora. Sin embargo, sí te lo puedes imaginar, porque aunque vives muy lejos de aquí, y ahora estás muy distante de estos lugares por donde voy pasando en mi camino sin destino; pero, no obstante la distancia, tú estás vivo y tienes la capacidad de pensar, imaginar, comprender y preguntar. Por eso digo que si pudieras figurar o representar por un momento en tu imaginación el más diminuto de los cuartos, pues todavía más limitado sería el mío.
—¿Cómo?, —sin duda piensas y me preguntarás:
—¿Vas viajando y estás en tu cuarto?

—Bien, entonces, vamos interrogarnos antes de ir más adelante —¿qué es un cuarto?
Podríamos responder sencillamente que es aquello que todo el mundo se imagina; o sea, un espacio de cuatro paredes, en que viven su privacidad o intimidad cada una de las personas y donde se dedican al trabajo y demás actividades que desarrollan en la existencia. Los monjes y las monjas, por ejemplo, pasan la mitad de su vida en sus cuartos, que también llaman celdas: ahí estudian, trabajan y meditan; la otra mitad de sus vidas la viven en la iglesia o en sus capillas, que son también cuartos grandes.
Un cuarto puede ser el lugar donde los empresarios, esos que tienen muchos negocios y venden y compran todo cuanto les puede rendir y transformar en beneficios personales, pasan la mayor parte del tiempo discutiendo y haciendo proyectos para ganar más y más dinero.
Un cuarto, asimismo, es un recinto que muchas mujeres llenan de espejos para ver y contemplar todo el día su rostro y sus facciones, arreglando y maquillando (desfigurando su cara, porque lo natural es lo más puro y hermoso, lo más bello), y probando su ropa y lo rizado de sus pestañas. Pero, un cuarto común es, sobre todo, un sitio donde se descansa durante la noche, que cuenta con una cama, algunos muebles, y tiene con una puerta y una ventana.
Hay de cuartos a cuartos, ciertamente. Las moradas de los pobres están llenas de olor de gente y de vida, de todo lo poco que tienen, porque sólo tienen una habitación para todos: allí cocinan, comen, viven y duermen; y cuando alguno de ellos está enfermo, todos participan de sus dolores y sus penas, porque todos comparten sus ayes, sus quejas y lamentos. Pero también están unidos en las alegrías, que, aunque pocas —son auténticas— y duran más.
El niño pobre —por ejemplo—, puede dialogar entusiasmado todo el día con su madre mientras juega en su rincón; y ansía un momento libre para salir a la calle y seguir platicando todavía más con ella; esta comunicación de los pobres es como una continua oración que brota del corazón. Porque, recuerda: el que ama, nunca se cansa.
Por eso, en el único cuarto que tienen los pobres, ahí bajan a cantar y reír los ángeles, regocijándose con su gozo, porque es poco, pero es sincero, puro y compartido. En los cuartos de los pobres, junto con ellos viven las plantas, trastos e instrumentos, trebejos y arreos de su ocupación; algunos talegos o macutos, así como los atadijos donde guardan sus insignificantes pertenencias y gastadas indumentarias.
—No, ellos no conocen de atavíos, galas diamantinas, uniformes, fraques, levitas, joyas, alhajas, adornos, perifollos, tocados ni garambainas. Con ellos solamente conviven las cosas normales y útiles al trajín cotidiano de su existencia: ollas y cazuelas tiznadas, jarros de barro, comales, cubetas y cántaros, tinas remendadas donde se bañan. En sus cuartos viven en armonía las plantas con sus flores, los cántaros y los botijos, los minúsculos coleópteros y hasta los animales domésticos que poseen.
Entonces, tú, como los demás, estarás de acuerdo en que un cuarto es un espacio o dimensión de aire cercado, inventada o de la que se han apropiado las personas, con el fin de vivir y dormir; es, por tanto, un sitio o un rincón —hablando en general—, para dedicarse a algo, aunque a veces reciba los más diversos nombres, como: habitación, alcoba, recinto, morada, vivienda, domicilio, techo nido, pieza, recámara, departamento, estancia, apartamento, dormitorio, aposento, celda, cámara, cuchitril u oficina. Es un lugar o la casa necesaria a los hombres para ser ellos, encontrarse consigo mismos, lo que saben, aquello que tienen y pueden hacer.

Un cuarto, es, pues, un lugar para recogerse, hallarse y enfrentarse consigo mismo, encerrado, pero en realidad, descubierto. Porque, si no, haz tú la prueba y verás: quita las paredes, aunque sean de oro, y quedará sólo el aire y el viento; quita la ropa, los anillos y las alhajas que visten a las personas y encontrarás siempre carne humana, pútrida y corrompible, porque es caduca.
Lo importante, en consecuencia, es descubrir qué hay más adentro, más profunda y entrañablemente escondido en las personas y las cosas. Descubrirás así, que puede haber cuartos sin paredes, y que hay personas sin vestido.
Ciertamente que nadie piensa en esto, y aún más, los hombres muchas veces se identifican con sus cuartos y sus bienes; es decir, se hacen uno con todo aquello que poseen y tienen acumulado allí dentro. Y si uno es todo lo que es, lo que sabe y lo que tiene, entonces puede haber diversos tipos de personas, porque hay muchos hombres que tienen mucho, y otros que nada tienen.

Bien, ahora ya sabes qué es un cuarto y qué uso les dan los hombres. Pero, acaso no sabes, lo que sucede a varios hombres que construyen cuartos en ocasiones solamente para llenarlos de cosas: camas, roperos bien repletos, aparatos de música, televisores, mesas, escritorios, libreros, sillones, cuadros, macetas, arreglos, y miles de cosas y curiosidades más, muchas veces inútiles.
Porque, ¿sabes a qué cosa tienen miedo los hombres? —Más que a la inquietud, perturbación o malestar que podría causarles el frío, la lluvia o las tempestades, el calor, la nieve o el sol; y, todavía más que a la desconfianza hacia los otros hombres que le puedan robar sus cosas, los hombres tienen terror de sí mismos. —Sí, los hombres no sólo tienen miedo, sino un terrible pánico de ellos mismos. Por esa razón no pueden vivir solos.

—¿Que por qué tienen miedo los hombres?
—Es que el hombre es muy grande y tiene temor a su misma grandeza. Le da vértigo, le dan como vahídos, o más claro, se marea al asomarse a la profundidad de lo que hay dentro de sí mismo. Y es que el hombre es un misterio profundo que le asusta y pesa mucho en su misma valoración todo lo que es; por eso no intenta, no se atreve a descubrir todo cuanto lleva dentro de su ser; y, por miedo son tantos quienes permanecen intocables en su centro más profundo, donde está su verdadera riqueza.
A esto realmente es a lo que tienen miedo los hombres: a abrir su corazón y darse cuenta y descubrir todo aquello que pueden y son capaces de hacer. Tienen miedo decir quiénes son y qué hay dentro de ellos. Por eso es que prefieren vivir en la superficialidad; es decir, entreteniéndose en aquellas cosas curiosas que llenan su vista por un rato de satisfacción. Se conforman con los objetos que alegran y tienen complacidos y contentos por un momento sus sentidos.
Esa es la razón por la cual muchas veces se llena el hombre de cosas; para esconderse de sí mismo y desviar su mirada del gran misterio que lleva dentro de sí mismo. Sí, los hombres tienen angustia y cobardía para asomarse al interior de sí mismos, porque son muy grandes, profundos e insondables. Son un misterio.

Y el hombre, con el misterio que encierra, tiene entre sus manos un arma que puede usar bien o mal; un vehículo que lo puede acercar o alejar del bien supremo que es Dios y se llama la "Libertad". Pero, juntamente con este regalo, el Creador le dio a cada ser humano otro, no menos grande, que se llama la "Responsabilidad".
Con estos dos regalos, que son su verdadero poder para llegar a ser, el hombre debe cruzar la existencia: de hecho, siempre está decidiéndose, por una u otra cosa, bien o mal (nada es neutral) y de todo aquello que el hombre hace, dice o piensa, es responsable. Recuerda que como persona tú no eres más que aquello que piensas, juzgas, sientes, valoras, respetas, estimas, amas, odias, temes, deseas, esperas, crees y con lo que te comprometes (John Powell).
El hombre es libre, pero no es absoluto, es decir no puede hacer cuanto le venga en gana; porque aunque es inteligente y conoce algunas verdades, sin embargo, no las conoce todas; por lo cual, no puede ser el criterio de toda la verdad cuanto dice que sabe, porque en realidad conoce poco y es más aquello que ignora. Una cosa cierta y absoluta es que el hombre es responsable; lo cual quiere decir que ante Dios, que es el Absoluto y la Verdad, y fue quien le dio estos regalos, un día debe rendir cuentas. Por esta complejidad que lo conforma, el hombre es un misterio y alguien interesante por construirse.
El hombre es un misterio porque es libertad de opción, y en colaboración con su Creador, puede y tiene la capacidad de decisión y realización de su destino eterno. Sólo él puede vivir su vida, nadie lo puede hacer por él. Es así que, como nada más tiene una, la debe vivir con amor, cariño, mucho respeto y responsabilidad. No puede echarla a perder viviendo de irreponsable.

Por eso, ahora te revelo un secreto que es el tesoro de la felicidad. “Más que cosas, nosotros necesitamos razones para vivir y compartir; pues la felicidad no puede estar fuera de nosotros, y menos en las cosas, sino que ha de brotar desde dentro”.
La felicidad es un estado de ánimo, es una experiencia del espíritu, o sea, una posesión del espíritu, de su luz y claridad, esto es una realidad superior a toda cosa material; y en esta posesión del espíritu es lo que se basa la verdadera felicidad o realización del individuo como persona.
Hay gente muy feliz con muy pocas cosas. Yo conozco vagabundos que no tienen absolutamente nada. Ellos por nada se preocupan, no tienen miedo a los ladrones, ni a las críticas, ni al calor ni el frío; y en cambio, su corazón es completamente feliz. Estos son quienes han asimilado realmente la bienaventuranza de la pobreza afectiva y efectiva, y todavía, saben ser solidarios con los demás en el compartir su vida, su tiempo, su oración y su consuelo.

Las personas realmente pobres, saben de la riqueza, bienestar, abundancia, desarrollo ilimitado de los demás; no están en contra de los medios avanzados que ha traído el progreso en la vida del hombre, tampoco son contrarios para que otros sean felices con sus inventos y descubrimientos y todo cuanto les aligera el trabajo; no condenan ni rechazan la inteligencia humana, reconocen todo, y lo aceptan; pero no le dan a las mismas las razones para vivir. Porque saben que las cosas, por más perfectas, no le pueden dar al hombre la sabiduría de la vida que realmente le hace descubrir los motivos para trabajar y luchar, sudar y emplear su fuerza, sufrir y gozar, esperar y amar a todos, incluso a los más perdidos.
Entenderás ahora por esto, que solamente aquella persona que tenga el cuarto más pequeño, es decir, quien no tenga nada, quien esté solo y siempre dispuesto a oír la voz de su conciencia en lo profundo de su corazón, esa es la persona más rica del mundo. Sí, esto es cierto. Solo quien nada tiene y está desprendido desde lo más hondo de sus entrañas de todas las cosas, sólo ese podrá abrir las puertas de su ser para que entren en él todas las bendiciones y Dios mismo en su corazón. Él verdadero pobre no tiene miedo a los ladrones, porque nada tiene que le roben; vive tranquilo y es feliz.
¡Ah!, recuerdo y me consta que hay vagabundos tan pobres que no tienen más que lo que llevan puesto. Espero llegar un día a ser como ellos, para ser más libre. Entonces mi cuarto sería todavía más pequeño.
—¿Que qué puede caber en un cuarto pequeño? —¿Qué crees tú?
Pensarás sin duda que lo más elemental para poder vivir ahí: una cama, un librero, una silla, un escritorio, un librero y un guardarropa. Pero entonces ya no sería un cuarto pequeño, sino un cuarto llamado normal. Como aquellos que tiene la mayoría de las personas. Ese sería un cuarto normal e indispensable para llevar una vida tranquila. Pero no sería un cuarto minúsculo.
El mío es todavía más insignificante de lo normal, ya te lo decía. No necesito cama, porque me duermo en el suelo; no podría tener escritorio, porque a veces no cabría en mi cuarto; no tengo librero, porque mi cuarto es muy bajito; no cuento con silla, sino un diminuto taburete, tampoco poseo armario, porque solo me quedan dos camisas y dos pantalones; mientras lavo unos, uso los otros, de modo que un pantalón y una camisa caben en cualquier bolsa de plástico. Solo conservo una caja de cartón con algunos periódicos y apuntes en el fondo; ésta la amarro con un cordón y allí meto lo que tengo: una libretita y un lapicero, porque me gusta mucho escribir; tengo algunos libros: la Biblia y uno de poesías; la pasta dental y mi cepillo. Sobre ella, casi siempre está una cobija, que uso cuando hace frío, y una toalla.
Esta cajita, poniéndola de canto y hacia arriba me sirve de escritorio; es resistente porque dentro están otros libros y, por eso también es mi librero; ¡ah!, y es también ropero porque ahí pongo mis dos o tres prendas de vestir. Cuando tengo que salir lejos, cargo con ella fácilmente. Por eso, mi cuarto lo puedo instalar donde quiera que voy. Debajo de un puente, junto a un grande edificio, en un canal, en una azotea, al campo abierto, en lo alto del tren o en un rincón de un barco. El banco no lo cargo, porque es muy fácil encontrar en cualquier parte que se va, una piedra, dos ladrillos o una tabla para sentarse; o bien, siempre está el suelo, que no te deja caer como puede hacerlo una silla desvencijada o patituerta.
Además, yo viajo mucho, y, ya te imaginarás los problemas que me causarían arrastrar con tantas cosas: ¡qué pesado sería para mí llevar colchón, cama, mesa, escritorio, sillas, divanes, poltronas, aparatos eléctricos, radios, televisiones, grabadoras, máquina de escribir, computadora, impresora, lavadora, jaulas de pájaros, ropa de cama, ropa elegante de vestir o casual, maletas, equipo de juego, ropa deportiva, macetas, vasijas, jarros, cuadros, pinturas, ventilador!, etc. Así no sería lo que soy: un vagabundo. Como no tengo todas esas cosas, soy más libre; mi cuarto lo llevo fácilmente a donde voy, y es tan pequeño como el tamaño de mi cajita de cartón, ella y yo cabemos en cualquier lugar.
—¿Que por qué no me compro un coche o una camioneta?
—No, los vagabundos no tenemos dinero como para adquirir una de esos aparatos tan costosos. Sólo los vemos por fuera, o muy cerquita, cuando lavamos aquellos de los ricos, o cuando limpiamos los parabrisas en los cruceros de las grandes avenidas. Es más, no podría tener ni una bicicleta, porque también son muy caras, y con eso de los "tours", ha aumentado mucho su demanda y su valor, pues todos quieren ser campeones.
Los vagabundos, por largo tiempo no tenemos ni una moneda en el bolsillo; no conocemos los billetes de alto valor, sólo hemos oído decir que existen, como tú habrás escuchado hablar de "hoyos negros" o la antinomias en el universo que absorben la materia. La monedita que a veces nos avienta la gente que pasa frente a nosotros y no nos tiene miedo, la empleamos en comprar pan para comer, o para dársela a alguien más pobre que nosotros, porque entre los pobres, hay unos más pobres que otros.
—¿Que por qué no me dedico a trabajar en una cosa útil y provechosa?
—Pero, ¡este es mi trabajo!; esta es la ocupación y el oficio de gran valor y muy importante que desempeño yo en la vida, y es muy benéfico para muchos.
—¿Que no lo entiendes?
Te explicaré todavía más detenidamente: ésta del vagabundo, es una vocación muy especial e importante, muy útil para los demás en nuestros tiempos de indiferencia, insensibilidad, egoísmo y violencia en que vivimos; pero sobre todo, es muy ventajoso para los que tienen su corazón puesto en las cosas.
—¿Verdad que te gusta ver las flores, las sonrientes estrellas, la alegría natural, espontánea y graciosa de los niños? ¿Te conmueves ante la generosidad y sacrificio que se hace en bien de los demás? ¿También aspiras como todos llegar un día ver el cielo? ¿Ser siempre feliz?
Pues, de todas estas bellas cosas nosotros los vagabundos somos portadores, sembradores y sus trabajadores.
Te puedo asegurar que esta misión es una de las más convenientes que existen actualmente en la tierra. Porque los vagabundos vamos sembrando flores por el mundo y estrellas en el cielo, todo lo cual hemos tomado por nuestra casa y propiedad.
—Sí, — te comprendo en tus dudas y recelos. —Porque también es cierto que existen diversidad de especie y clases de vagabundos. Así como encontramos hombres que trabajan y otros que sólo dicen que trabajan; o personas que dicen que saben y no saben; como ciegos que se caen a cada rato por insistir en su terquedad de que sí ven. Pero no por eso deja de haber trabajadores, ni sabios, ni oculistas. Por eso, de los malos vagabundos no hablamos aquí.
Siguiendo esta noble actividad, por mi parte, debo esforzarme y me empeño siempre en trabajar y ganar el pan de cada día: ayudo a barrer las calles, a construir casas, a cargar en los mercados cosas pesadas, a platicar con las personas enfermas o afligidas, a cosechar trigo, papas, uvas, jitomates, etc. Sólo cuando no encuentro trabajo y tengo mucha hambre voy a las plazas o toco alguna puerta; y cada vez que una mano nos alarga un pan, nos ofrece una monedita, o cuando una niña o un niño nos lanza una expresión alegre con sus ojos limpios y sus labios castos, entonces somos los seres más felices, porque hacemos que florezca en el mundo una sonrisa.
Para que entiendas el valor de nuestra profesión, recuerda que toda obra buena que hacen los hombres en la vida, cuando su corazón conmovido les hace sentir compasión y amor, es como si en el cielo brotara una nueva estrella para iluminar la tierra. Y cuando los hombres se mueren, van al cielo a recoger todas las estrellas que hayan sembrado en su paso por el tiempo. Y será más feliz, más radiante, lleno de luz y felicidad quien halla sembrado más estrellas.
El que no hace obras buenas, aquél que no ama y rechaza el amor, quedará en perpetua oscuridad, porque no plantó ninguna estrella en su paso por la tierra. —No, allá, en la otra vida, ya no se pueden sembrar estrellas, porque se habrá terminado el tiempo de cultivar. La vida y el tiempo que tenemos es el campo y el terreno. El amor que pongamos en vivir es el agua y el abono. De este modo, cada estrella es amor que implica esfuerzo y decisión, y la fe y la esperanza son el tiempo maduro para cosechar.

Nunca olvides lo que te pierdes cuando veas a un pobre, a un vagabundo, o a algún desdichado que extiende la mano pidiéndote un mendrugo de pan o una moneda, si no lo atiendes; no dejes que se oscurezca tu corazón con la indiferencia o el egoísmo, menos con el desprecio. Jamás rechaces a nadie, ni seas desatento con quien te pide algo; si no tienes nada que dar, ofrécele al menos una amplia y hermosa sonrisa; y si lo haces desde el corazón será una bendición doble. Los mendigos sabemos que cada sonrisa de un niño es como la luz de una estrella. Y recuerda que si no lo haces, también será más oscuro el firmamento y más triste tu vida sin el sol del amor que no dejaste se asomara para hacer el bien.
Cumple todas las buenas acciones que puedas, dando de lo que tengas y siempre con alegría, porque cuando se da con gusto, aún la cosa más sencilla, más pequeña e insignificante, hace nacer en el cielo una estrella que alumbra más que todas y ella te estará guiando cada día hacia arriba, a donde debes llegar, porque eres un ser creado que está llamado a vivir, en el amor y eternamente con Dios que te ha creado porque te ama.
Así pues, ya has visto como los vagabundo, somos necesarios y tenemos cuartos pequeños, porque los llevamos cargando con nosotros mismos por donde vamos. No siempre tenemos cuatro paredes, pero siempre contamos con un techo inmenso como lo es el cielo que está sobre nuestras cabezas, desde donde Dios nos mira.
En el inmenso mundo en que vivimos, y mientras estamos solos o vamos viajando, pensamos en lo que somos nosotros mismos, lo que son todos y cada uno de los seres que viven en este suelo, y pedimos a Dios por ellos; y, porque no tenemos nada, estamos libres para poder andar en muchas partes de la tierra, nada ambicionamos, sino solamente sembrar y hacer brotar flores y sonrisas en los corazones de la gente.
Es por eso tan importante y necesaria nuestra presencia entre la muchedumbre, en las plazas, las calles de la ciudad, en las puertas de las casas y los caminos del mundo; sobre todo, por el amor que hacemos despertar en el corazón de los hombres y de los niños, ya que haciendo esto, vamos ayudando a sembrar estrellas en el cielo y paz en los corazones.
—¿Sabes a quiénes nos parecemos más los vagabundos? —A los monjes.
—Sí, sólo que ellos tienen cuartos simples para rezar y estudiar, un cuarto para trabajar, y una capilla para celebrar los santos misterios. Nosotros, en cambio, tenemos casas sin paredes; pero, en realidad es más grande que el de los demás, pues tenemos por templo y habitación el mundo entero. Pero las profesiones son algo semejantes.

* * * * *
Querido sobrino, en este momento estoy cruzando por un puente largo y muy hermoso que enlaza dos montañas enormes cubiertas ahora de nieve. Abajo hay un abismo inmenso, pero se ve bonito porque las copas de los árboles son como sombreros de palma pero muy blancas. Hace mucho frío acá en las alturas; yo no lo siento porque tengo grande gozo en mi corazón al pensar en mi vocación de sembrador de estrellas; tampoco tengo miedo porque si me caigo sé que caeré en las manos de Dios. —¿Que dónde instalé mi cuarto esta vez?
—Voy en lo alto de un carro del tren, aferrado a unas varillas, que por cierto, son muy fuertes y no hay peligro que se desprendan cuando el tren gira muy fuerte en las curvas.
Cuando llegue a la próxima ciudad, luego de tomar un café bien caliente, si alguien me lo regala, buscaré el Correo, espero encontrarlo abierto todavía, porque ya está oscureciendo, para mandarte inmediatamente esta carta que voy escribiendo a ratos, cuando el tren camina derecho y tranquilo; más tarde te enviaré otras cartas en las que te cuento las aventuras que he vivido en estas partes del mundo, así como otros muchos pensamientos que en mis momentos de reflexión he escrito y compuesto para tí.

Desde un país lejano en el mundo...

Tú tío "El Vagabundo".

Texto agregado el 11-10-2003, y leído por 766 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-11-2003 Gracias, señor Vagabundo, por hacernos reflexionar en lo esencial de la vida. barangel
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]