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Ella era idéntica a la madre; su sonrisa dibujaba el mismo rostro; con las mismas huellas simpáticas y desoladas. Sus tres añitos, la llevaban de la mano a todas partes; inquieta; sabrosa; eternamente paralela, al voluptuoso cuerpo de su progenitora. El papá había estado siempre ausente; con su taller de autos, y las mujeres, entrando y saliendo de su vida, no había tenido tiempo para mimar a la pequeña; ni siquiera, de estar a su lado. Pero el tiempo, suele girar en torno a nuestro propio pantano, para sumergirnos dentro; y los días, acumularon la ira de toda una generación. La carta llegó a las manos de Julián, que impregnado de grasa, desató intrigado el sobre; unas pocas líneas, le marcaban el final de todo un episodio, si bien indeseado, existente. Sus ojos se aferraron al papel, con las pupilas extendidas al pasado; no hubo lágrimas, aunque sí dolor. La tarde lo transportó, como una masa informe, a la casa; silencioso, recorriendo el laboratorio de su mente, que no cesaba de pensar. La puerta se abrió; Sandra estaba allí; el rostro reflejaba la hidalguía de su triunfo, casi rasgando la simetría de la piel; detrás, la pequeña, observaba alejada de todo. Él había empezado a abrir su corazón, justo cuando se derrumbaba el castillo, de su vida, y aturdido de palabras, trató de hablar; ella, solo disfrutaba la venganza:
- Nunca me dijiste nada – murmuró Julián –
- Nunca – esbozó Sandra
- ¿Porqué mujer, algo tan...? – las lágrimas bañaron su piel, quizás por haber perdido la partida de hombre; o tal vez, solo por vanidad- Sandra tomó a su pequeña, y la hizo upa; eran dos gotas de agua, que se desvanecían en la marea ajena de su “ padre”.

El soplido de la tarde, lo llevó lejos de allí; ya no había preguntas para hacer, ni rencores que sangrar; la batalla la había ganado ella; mejor dicho, ambas.

Encima de la mesa, el papel arrugado de la carta, decía: “ Esto no va más, Julián; ¿ nunca te preguntaste por qué nos parecemos tanto, la nena y yo?... Bueno, esta es la respuesta”; debajo, un certificado de hospital, avalaba a la niña, como un experimento clon, de solo su propia madre, Sandra.

Ana Cecilia.

Texto agregado el 07-01-2003, y leído por 484 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
08-01-2003 Muy oportuno Ana. Sospecho que es el primero de muchos que tratarán el mismo tema. Seudonimo
08-01-2003 Esos son los finales que me gustan, muy bien caralca
 
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