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SEGUNDA LLAMADA.



El trino de las primaveras chachareando en la limonaria, me regresó del profundo cieno de la pesadilla que me atormentaba, arrojándome como en un tobogán ; del infierno de mis sueños, al paraíso de Tecolutla. El sol haraganeaba en el horizonte, acariciando mi rostro, sin muchas ganas de terminar de salir. El soplo de la brisa marina me trajo el aroma del café recién hecho, que Meche preparaba con esos panecillos recién horneados, que parecían darme la bienvenida a este nirvana.

Sin esa mujer, en el ocaso de mi vida, nada sería igual. Desde que compramos la cabaña de la playa, ella comenzó a trabajar con nosotros ayudando con los quehaceres domésticos. En ese tiempo ambos teníamos a nuestras familias completas, las que fueron creciendo juntas, compartiendo durante las vacaciones alegrías e infortunios. Mágicamente, en cada visita, los niños se fueron convirtiendo en jóvenes y las nenas en mujeres, lo que nos hacía sentir como si la vida transcurriera a saltos. Con el tiempo, poco a poco nos fuimos quedando solos. Los hijos formaron sus propias familias o se independizaron de tal forma que los padres nos transformamos en destellos de un pasado, que quizá por llamar a la nostalgia, no se quiere recordar.

Lo increíble era ver como mi familia, acostumbrada al estilo de vida de la capital, se podía llevar tan bien con los hijos de Meche, quienes les infundían casi de inmediato esa extraña placidez permanente que identifica a quienes viven cerca del mar.

Mi esposa Margot, siempre encontró en ella a una amiga y compañera de labores, estableciéndose una corriente natural de simpatía, desde el día en que llegamos por primera vez . Al poco tiempo de nuestro arribo nos enteramos de la desaparición del esposo de Meche , víctima de un temporal que hizo naufragar su embarcación de pesca, dejando en la orfandad a sus hijos y a una esposa solo acostumbrada a las labores del hogar.

Cuando Margot empezó a sufrir esos intensos dolores de cabeza, es que decidimos trasladarnos definitivamente a nuestra casa en la playa. Nada nos costó dejar la ciudad ya que después de retirarme de mi trabajo en la biblioteca, nuestras vidas se habían vuelto mas interdependientes y limitadas, amplificando esos momentos en donde los espacios de soledad, se mezclaban con la rutina de un matrimonio sosegado que navegaba entre la monotonía y el aburrimiento. De hecho, cada uno desarrolló sus aficiones; Margot se perfeccionó en el cultivo de las violetas africanas y los cactus más extraños que pueda uno imaginar. Que decir de las maravillosas flores que producen, casi siempre solitarias, pero de una belleza extravagante. Fue tal su delirio, que nos embarcó en una aventura de contrabando con uno de los vigilantes del jardín botánico de la UNAM, en el secuestro de un saguaro enano, ¡de tres metros de altura!.Yo por mi parte, comencé a garrapatear mis propios escritos, encontrando un morboso placer, ya que el trabajo de toda mi vida había sido el de transcribir el producto de la mente de seres geniales, de todos los tiempos de la existencia de la humanidad y tal vez por un sentimiento de inferioridad, no me había atrevido a escribir nada.

Por consejo de nuestro médico familiar, ante los síntomas que presentaba Margot, fue que acudimos al centro nacional de cancerología, pues experimentaba cambios en su personalidad y solía dormir por horas, preocupándonos por su descenso de peso y falta de apetito. Le fueron practicadas varias tomografías y exámenes generales. El diagnóstico nos dejó anonadados. Linfoma. Una de tantas formas del cáncer que atacaba el cerebro y que por su ubicación solo podía ser tratado con paliativos y su pronóstico era terminal.

Durante su etapa final, pudimos volver a reunir a nuestras familias. Margot solo en ocasiones se daba cuenta de su presencia y lo notábamos por sus expresiones de gusto, que ya para entonces , eran una rareza. Como una bendición, cayó en un letargo los últimos días de su padecimiento, siempre cuidada por Meche, quien se dedicó en cuerpo y alma a acompañarle hasta su final. Su funeral fue sencillo y por decisión familiar, la sepultamos en el pequeño cementerio de Tecolutla, en un pequeño promontorio desde donde se puede apreciar el mar, esa playa que con su belleza, contribuyó a brindarnos el escenario de esa parte hermosa de nuestras vidas.

Sin mi compañera, creí morir. El tiempo es el bálsamo de todas las heridas y la aceptación de lo inevitable, termina por traernos la resignación. Sabiendo de su gusto por las flores, nos consolamos llevándole las mejores del jardín que nos heredó , las que con su aroma misterioso , todavía testimonian su presencia en cada rincón de la casa.

Hoy he recibido una oferta especial. La NBA, me ofrece trabajo como representante de la empresa en el norte de México. No es la asociación americana de básquetbol , como mis hijos siempre bromearon, sino la National Braille Asociation, con quienes a través de mi trabajo en la Biblioteca del Congreso, pude tener una relación profesional como traductor de textos a braille, por supuesto en Español. Ahora desean que me incorpore para la edición de libros en un programa de gran alcance, con la intención de fundar bibliotecas para los discapacitados a nivel popular, lo que me parece un sueño atrevido y audaz. A mi lado hay alguien que me alienta y me ofrece acompañarme a los recorridos que se requieren para esa titánica labor ; Meche. La mujer a quien nunca he podido ver, pero que reconozco en su lealtad y entrega a mi familia, como una mas de las bendiciones que, inmerecidamente, he recibido en mi vida.

Texto agregado el 28-09-2005, y leído por 121 visitantes. (0 votos)


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