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Me parece que le teme a la vida, desconfía del pasar del tiempo porque es mudo con respecto al futuro, sólo te muestra el presente y el pasado se lo deja a la memoria. Pero ciertamente es el futuro lo que inquieta, tanto el lejano como el inmediato, aunque este último dé menos tiempo para cavilaciones, está tan cerca del presente que es persistentemente un ahora, un dominio en el que el humano más parece un animal reaccionario. Lo lejano lo ve apenas en la certeza de que los próximos veinte años son tan inciertos como el segundo siguiente. Se abren tantas, demasiadas, posibilidades con la incertidumbre, y en estos casos puedes, debes, tomar una alguna ¿qué otra cosa hacer sin acusar cobardía? Y esta sería la de más alto orden, pero todos sin excepción alguna posible la hemos sentido surcar las profundidades de nuestro ser en distintos grados, ya sea como una constricción del sentimiento, una congoja innegable, o un mero ahogo de saliva amarga, como el de Antonio al sentarse en la butaca del bus.

Ciertamente Antonio tenía razones para estar así. Hace un par de minutos se había despedido de su padre, no sabía hasta cuando o si para siempre, pero por una costumbre precavida y un tanto masoquista se imaginaba la peor de las posibilidades, cosa que en este caso adquiría la fuerza del sentido común. Ya se había ido una vez hace poco, también varias hace mucho, aunque ahora veía a un hombre distinto del de aquellas ocasiones, se notaba su inseguridad detrás de ese porte recto y a pesar de que se aplicara con toda su agudeza a ocultarla. En La Serena se dio cuenta, pensó que tal vez estaba exagerando las cosas, pero al fin y al cabo no podía influir en lo que creía, tenía un presentimiento. En la mañana, antes de marchar, pasearon por esta ciudad, el clima típico de la zona costera de la sección norte de Chile: nublado en un principio, donde el paisaje rural se vuelve taciturno y el urbano hasta triste; después las nubes se disipan descubriendo el celeste que acarrea un calor quemante y sudoroso. Hablaron de todas las cosas que se puede cuando el objetivo es evadir un tema específico, lo hicieron así durante el mes que estuvieron juntos y a última hora no valía la pena tratar de pedir o dar explicaciones. Se despidieron cortésmente, como lo harían dos verdaderos caballeros, intachables, llenos de honor, separándose por su gran responsabilidad frente a los asuntos del porvenir. No había tales, sino un hombre confundido y un joven que comenzaba su andar desde allí más que el otro.

Tragó un poco de esa saliva amarga y se arrellano en el asiento. Los viajes son una de las mejores actividades para sumirse en los asuntos que a uno lo afligen, para acostumbrarse hasta que el pensamiento se diluye en otros temas, a pesar de que estos se representen bajo el mismo telón. De pronto su atención paso al exterior, miro cómo por la ventana la ciudad se perdía en la arena, llegaría otra, la de antes, la de niño, la que le recordaba en la latencia de su símbolo una alegría. En esos momentos se aparecía uno de los amigos que no veía hace tiempo. El recuerdo les da ventaja a ellos, los ennoblece, les anexa una mayor necesidad de tenerlos cerca. Charlaban riéndose de tal y cual situación revivida, sentíase realmente feliz, tanto, que una sonrisa asomó del contorno de sus labios, él celebraba sus ingenios y este los suyos, carcajeaban todo un grupo –aparecían con las risas-, cuando, durante un instante desorientador –nunca podía identificarlo, las imágenes se le escapaban como si los sucesos acontecieran en la realidad-, una broma cruel lo ofendía, o sencillamente Mario lo atacaba, desatándose en Antonio la furia primitiva de la humanidad, que lo dejaba como a un extraño mirando hacia atrás lo destruido. En su imaginación siempre ganaba, pero lo que quedaba allá, a su espalda, lo perturbaba.

Una joven le pidió permiso para sentarse en el puesto adjunto. Pudo observar por un instante sus ojos negros y neutros como los de un muñeco mientras se acomodaba. No la consideró digna de atención, sin embargo, su presencia le quitaba la intimidad con que había estado divagando obligándolo a ser más cuidadoso. Normalmente al abstraerse durante estos períodos se le escapaban gestos y leves ademanes para los demás incomprensibles, pero al cabo de un rato ella le pareció tan indiferente que la olvidó. Los pasajeros charlaban o leían, el bochorno espantaba cualquier asalto de sueño.

Aún así seguía pensando ociosamente, era lo que podía hacer y lo único que no podía dejar, lo guiaba la intuición, común y muchas veces inconsciente, de que la vida humana tiene algo extraño, inasible, impenetrable y que vale tenerlo en la propia, aunque signifique una búsqueda inalcanzable, si se quiere tener la comprensión y la felicidad. El sol, ya salido de su posición más abrasadora, teñía el interior del transporte y los cerros con su tupida capa de arbustos danzantes. Un auxiliar pasó serrando los visillos de las ventanas. Los pasajeros estaban relajados, dormitaban varios. Antonio también sintió el cansancio, no así la modorra, el movimiento casi imperceptible o el ruido del motor, no se, lo impedía.

La noche llegó, seguía despierto, por un resquicio entre los velos corría un plano de arena arbustos y mar negro. La vigilia en medio de la oscuridad y el silencio lo hacían pensar inevitablemente en un hombre como él que en su senda venía ya de vuelta. El vuelco de la edad no es para nada parecido a lo de antes. Antonio lo presentía sin entenderlo –antes de eso lo que hacemos es comprenderlo de a poco.

Un sonido estentóreo lo sobresaltó. Un pasajero ubicado dos puestos delante del de él, en la fila de enfrente, roncaba no como un hombre, sino como lo haría un elefante marino en pleno celo.

-El gordo no deja dormir-le murmuro su compañera. Hace horas que la había olvidado y ahora parecía querer entablar algún tipo de conversación, “quizá está demasiado aburrida y no hay qué hacer a esta hora”, pensó levemente disgustado.

-Que este gordo no deja dormir a nadie –le dijo de cerca con más énfasis, aunque en el mismo volumen. Se le había olvidado responderle.

Su semblante moreno emergía de la penumbra, la mirada tenía un lejano brillo de ternura. Tras de ella los focos de una nueva ciudad brillaban tumultuosos y tan extraños como es su resplandor en las noches frías de la costa. Se acercaron. Desde esa distancia él podía apreciar hasta los más sutiles vellos de su rostro.

- Sí, pero no se puede hacer nada –se quedó un momento estático, temeroso… y siguió avanzando, olvidándose de hasta el olvido, de que la gente estaba ahí en silencio quizá fisgoneando como ciegos curiosos, de que no quería hacerlo, de que lo demás es frívolo, de que buscaba el amor.

Todavía hubo un intento por parte de ella de decir cualquier necedad antes de besarse. Un beso que no esperó en este lugar ni en estas circunstancias y que si lo hizo fue durante un ensueño adolescente. En la contingencia reaccionó de animal y de desesperación, de niño, de humano. También lloró y sufrió en silencio con las mejillas ardientes secándole las lágrimas, lamentándose por la existencia, por esta y muchas que pudieron ser y que podrían en el mañana, o acaso sólo en su mente, pero sobretodo por las que son, como la de estar autómata tocando a una mujer ajena a su sufrir amparado en la noche y el silencio de una extraña.





Texto agregado el 02-10-2003, y leído por 215 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
02-10-2003 Se ve bueno tu cuento, le sacare una copia para llevarmelo y leerlo en la noche si no te molesta, digo... abrazos La_Pachamama
 
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