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Enrique



Enrique trabajó en diversas compañías los últimos veinte años. En todas ellos tuvo una acertada gestión laboral. Se destacó entre sus pares. Siempre estuvo en la terna para ascender a una Gerencia Departamental. A punto de producirse esa escalada algún inconveniente surgió y frustrada su legítima aspiración. Su espíritu flaqueaba y los deseos de seguir. De inmediato se puso en la búsqueda de nuevas perspectivas. Le quedaban pocos años de carrera laboral, la jubilación se estaba acercando a paso firme. No obstante esta rémora, obtuvo por concurso un nuevo contrato en la compañía internacional más importante del país. Pensó que su larga trayectoria fue un factor decisivo en su elección. A los pocos meses, sin pedirlo, lo nombran Gerente Departamental. Le impactó fuertemente esta proyección deseada por tanto tiempo y ahora obtenida con facilidad. Por otra parte el Presidente de la Empresa le anticipó el nombramiento. Fue la primera vez que lo vio. A los dos años de estar en el cargo soñado lo llama nuevamente el Presidente y le anticipa el nuevo cargo: Gerente General.

Enrique sin familia, pocos amigos, soltero de vocación, sintió en ese momento que su atribulado sueño de la fama había llegado. Siempre, ocultándolo con sabiduría, su obsesión era esa, muy peculiar. Todo este ensalzamiento de su figura fue creciendo frenéticamente. Le fascinaba ver su nombre en revistas, periódicos, recibir las invitaciones para ser miembro de los más tradicionales clubes sociales, ver su nombre estampado en los Balances Generales de la Empresa que se editaban localmente y se reinsertaban en el de la casa matriz, en seis idiomas. Las cenas de la Unión Industrial donde se codeaba con los accionistas de las empresas más importantes. Siempre con rostro displicente, pero su corazón latía con aceleración cuando era saludado con reverencia por tantos importantes y destacados hombres de empresa. Y su foto que aparecía en los matutinos del día siguiente lo excitaba sin límite. Las ponía en su impecable álbum que había creado desde el ingreso a la fama.

Enrique sin familia, pocos amigos y todo lo demás, también guardaba un rencor especial por las compañías donde trabajó, por lo tanto, les enviaba todos los meses, una fotocopia de su álbum, sin remitente, creyendo ingenuamente que nadie se daría cuenta de su procedencia. Imaginaba el rostro de sus ex colegas al ver su éxito y se relamía pensado que la envidia carcomería sus entrañas. También remitía estas fotocopias a las compañías extranjeras con las que tuvo relaciones anteriores.

Enrique sin familia, descargaba sus energías de esta forma, era incontrolable su autoestima, el pensamiento siempre giraba en esa dirección. Las únicas relaciones que mantenía eran aquellas que halagaran a su oído. Su entretenimiento único, antes de ir a dormir, era poner música de Wagner, sobre todo la obertura de Tanhauser, en su sillón recostado cerraba sus ojos y se sentía transportado hacia el espacio, imaginando aplausos que recibía en los eventos empresariales como el mayor de todos los pares en Gerencias Generales. En su paroxismo descontrolado se veía en un Estadio deportivo aclamado como si fuera el líder de la República. Cuando salía de su extraña obsesión, su rostro pálido y con el sudor frío de los cardíacos en plena crisis, extenuado se iba a dormir. Lo extraño que entraba de inmediato al sopor del sueño

Tuvo el privilegio de sacarse una foto al lado del Presidente de la República acompañado con un Ministro. Para obtener esta distinción, Enrique había sido invitado a una recepción en el Hotel Sublinimus, recién inaugurado, donde concurrió la elite empresarial, eran cientos de personajes. Estaba el Presidente rodeado por infinidad de estos individuos pujando para llegar al Gran Mandatario, él de elevada estatura se mantenía firme en la cuarta fila, en apariencia, no avanzaba al centro del idílico encuentro, sólo, sin levantar sus pies los giraba a 90 grados, sus brazos firmes duros cómo pilotes engarzados en sus hombros, iba lentamente avanzando entre aquellos que arremetían con grosería. Ya en segunda fila, y dada su altura y agradable figura de galán conocido, colocó en su rostro una generosa sonrisa y sus ojos fijos en el Presidente quién le hizo el guiño ineludible, y el caballero, avanzó entre los agitados hombres, sacó con velocidad un billete de cien dólares arrugados como servilletita de papel usada, y en un ademán impecable lo deslizó al fotógrafo presidencial. Todo dispuesto, veinte segundos, seis fotos espléndidas, unidos cómo una imagen futbolera.

Esa noche Enrique durmió mal. Cuando tuvo en su poder esas fotos, más la imagen en la página principal del prestigioso diario matutino con la réplica correspondiente, todo escaneado lo envió al mundo entero, la casa matriz de la internacional y subsidiarias.



Enrique sin familia, pocos amigos, soltero de vocación, ahorros considerables para pasar sus mejores momentos cuando la jubilación se presentare, llegó a su despacho, como siempre lo hacía a las ocho de la mañana. Su secretaria abrió la puerta de su oficina como siempre lo hacía. Pero un imprevisto rompió la monotonía de ese día. El Presidente lo había llamado muy temprano, debía estar en su despacho a las 8,30 en punto, sin falta. En esa espera de treinta minutos, revisó la correspondencia, leyó los correos electrónicos, nada fuera de lo normal. Estaba intrigado, sobre todo el “sin falta” que había transmitido su secretaria. A la hora señalada estaba anunciándose al Gran Jefe.


––Buen día Presidente

––Eh!! Escuche estúpido al fotógrafo le dio un billete de cien dólares ¡falso! El Director de Personal lo espera.

–– Buen día Señor Presidente.


Texto agregado el 05-09-2005, y leído por 148 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-05-2006 Pobre del que base sus expectativas en la fama, en la empresa y descuide la familia, los amigos. La empresa siempre paga con la misma moneda, mantenerte ahí mientras les des beneficios y quitarte de en medio en cuanto causes el más mínimo problema. Me gusta la historia, y especialmente un par de detalles que dicen mucho del personaje, la música de Wagner que escucha antes de dormir, y el nombre del hotel “Sublinimus”, me lleva a “sublime”, el cenit de la fama de Enrique. También me gusta mucho como introduces el giro de la historia,”Esa noche Enrique durmió mal…”. Muy buena narración. m_a_g_d_a2000
27-01-2006 Suele suceder. Todo se va al traste por un ínfimo detalle. Jejeje. Peter_6
06-01-2006 Como siempre eres una sorpresa en el final...***** merche
 
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