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TANGO .


Como cada noche, los mismos feligreses. Seres buscando entretener sus soledades, escuchando las mismas tonadas y las mismas historias de abandono y pérdida. El humo espeso de los cigarrillos perfila siluetas que cambian de matiz, conforme los viejos ventiladores de madera las empujan con un ritmo perezoso, formando espirales, siguiendo las notas de “La mujer del puerto”, evocan a una Andrea Palma desconocida en un papel tan salaz. Beben los mismos tragos, escanciados con las exactas medidas de su gusto, los disfrutan sentados siempre en la misma silla y mesa Thonet, reconociéndolas como parte de ellos, apropiándoselas como su ghetto, su espacio vital. El recinto de por sí pintado en colores oscuros, por la pátina del tiempo luce tonos indefinidos. Por encima del universo de olores, destaca el de una ranciedad originada por los años de alcohol derramado y no pocas lágrimas y otras excreciones corporales, que le brindan ese ambiente decadente, proclive a la depresión. No recuerdo ya, cuantos años han pasado de que llegué aquí por primera vez, para no separarme más. Tal vez fue su sórdido ambiente lo que me cautivó, quizá en ese tiempo llegué víctima de alguno de los desengaños, a los cuales achacamos nuestras frustraciones y tragedias y en consecuencia, podemos justificar nuestros malos hábitos. Si así fue, ya no lo recuerdo, lo cual prueba que el licor y el cigarrillo tienen efectos piadosos sobre la sinapsis .Es justo decir que aquí comencé a cantar; Primero, los inevitables tangos Gardelianos. La pléyade de Lara, en su obsesión mujeril. Obligadamente la cauda de boleros cubanos y puertorriqueños de César Portillo de la Luz y de Rafael Hernández y Pedro Flores. Creo que cada una de las melodías permanece, de alguna forma, en los secretos rincones que suelen tener las viejas cantinas, meciéndose en las añosas lámparas, rayando las gastadas baldosas y principalmente, en el recuerdo sensible de los parroquianos, que no las dejan de añorar, transportando sus momentos mágicamente a un espacio sin tiempo, encerrando en éstas paredes sus deseos sin esperanza. Recordando rostros queridos que ya no están, lugares donde se creyó ser feliz y sentimientos ajenos que, tal vez, sólo existieron en el sueño que nos hace vivir el amor. Uno a uno van sucumbiendo al peso de la noche. Alguna pareja, sale con discreción acompañándose ya no en la aventura, sino en el conformismo de esta noche tener compañía, que en el momento de los besos, sus ojos cerrados materialicen al ser querido, que se transforme milagrosamente en quien se fue, aunque sea por un instante, el justo, para volver a sentirse vivo.

Suena intenso el bandoneón invitando al escenario. Todo vuelve a comenzar cuando afino el sombrero de fieltro y aliso el viejo saco gris a rayas. Mis zapatos cansados se esfuerzan por mostrar un paso firme y seguro. Aclarando en el camino mi voz, caigo en cuenta que, a pesar de todo, hoy vuelvo a cantar y nada me hace la muerte.

"…Si yo tuviera el corazón…
El corazón que di…
Si yo pudiera como ayer…
Querer sin presentir…

Como un puño de cristales rotos, los recuerdos se entierran, lacerando la mente, con distintas intensidades, luchando por salir, con su carga de amargura, desamor, de dolor tan intenso que me hace desfallecer.
La pobre casa de infancia, con mi madre lavando ropa ajena, siempre esmerándose por que cumpliera en la escuela, aquel yo, siempre flaco. A pesar del sacrificio luchando con el martirio de la tuberculosis, termina sus tristes días entre vómitos de sangre. Ya chaval callejero, malandrín servidor de granujas, mandadero de putas y cabrones, aprendiz de lo prohibido, titular precoz de la maldad. Sin padre que guíe y cuide, te haces pasto de las bestias, probando de todo antes de tiempo. Sin poder elegir destino, te inicias de padrote sin dinero, el corazón cada vez más duro y helado, haciendo del amor un objeto para tener y no para querer. Crecer con desprecio hacia la vida y a todos los que pretenden ser felices, perder el respeto hacia sí mismo, no sentir apego a nada y des conocer hasta a Dios.

“Virgen de media noche.
Virgen esa eres tú.
Para adorarte toda.
Rasga tu manto azul.”

Un día sin embargo, la conocí. Como yo, desde niña conoció de las bajezas del mundo. Tal vez fue la coincidencia de nuestra juventud en medio de la locura y la soledad de nuestras vidas, el material que nos unió. La necesidad de creer en alguien y sus bellos ojos tristes me cautivaron. Ella encontró en mí la solución a sus necesidades y la protección que una mujer hermosa y joven requiere en su quehacer. Jamás importó que la tuviera que compartir debido a su oficio, sabiendo del ritual vicioso de la necesidad de sexo de los hombres, especialmente de los que llegan a los puertos, en busca de fantasmas, de amores perdidos que en la distancia, ya perdieron su identidad, que solo quedan en el rescoldo de corazones marchitos por la tristeza y el abandono. Por esa rara magia del amor, supimos construir nuestro mundo, donde por primera vez supimos de una entrega sincera y total, donde algo nuevo, era la verdad, donde dia tras dia afloraban sentimientos, hasta entonces desconocidos para los dos.

“Tu vida va enterrándose en mi vida…
Y voy sintiendo un gran cariño que, es solito para ti…
Yo quiero que me jures por la virgen…
Que tu amor eternamente, me lo brindarás a mí”…

Vivimos así, lo mejor de la vida, entre mimos y dulzuras no sentimos transcurrir el tiempo. Nada parecía importar, solo amarnos intensamente por el día, para que llegada la noche, regresáramos a la comedia que habíamos montado y que era el purgatorio que había que pagar por vivir nuestra gloria. Aquella deslumbrante mujer maquillada que mostraba piernas y senos sin rubor, riendo a carcajadas en brazos de los clientes, fumando y bebiendo licor, jamás se pudo comparar con la niña que arrullé en mi regazo, que me hizo conocer el edén con sus besos inocentes, con sus tiernas caricias, dedicadas solo para mí.
Un mal día, la debilidad no le dejó levantar de la cama. Ardiendo en fiebre la llevé al hospital en donde enseguida le ordenaron exámenes, buscando el origen de esa persistente calentura. Los médicos dictaminaron que estaba contagiada de un virus casi desconocido que probablemente adquirió por vía de las relaciones sexuales, para el cual no existía cura. Pronto empezó a disminuir de peso y a desarrollar escaras en la espalda, que no podían sanar con ningún medicamento. Preocupada por la posibilidad de un contagio, me forzó a realizarme análisis de sangre, los que no revelaron ningún padecimiento conocido, lo que provocó en mí un sentimiento de culpa pues mi único deseo era el de acompañarle, incluso, hasta la tumba.
En medio de todos los cuidados que requirió, fuimos agotando nuestro dinero, ahorrado para comprar una casa a la orilla del mar, en donde soñamos con poner un negocio de comida que nos diera lo necesario para iniciar otra vida, lejos del vicio y de nuestro pasado, donde empezar una familia que jamás supiera quienes fuimos y cuanto habíamos sufrido.
Una tarde lluviosa de agosto, cerró sus ojos para siempre. De esa belleza juvenil nada quedó. Solo despojos de un cuerpo que encerrara un alma pródiga que supo superar sus barreras y que, indudablemente conmigo, conoció del buen amor.

Desde entonces llegué aquí. En donde el tiempo no existe y noche tras noche se renueva el espectáculo de esto que llamamos vida y que es sólo un trágico ensayo de nuestras añoranzas.
Los aplausos discretos me animan a permanecer en el escenario. Las luces de colores se hacen menos intensas y por hoy, con este tango, termino mi actuación.

“…uno está tan solo en su dolor,
uno está tan ciego en su penar…
pero un frío cruel que es peor
que el odio, punto muerto
de las almas , tumba horrenda
de mi amor, maldijo para siempre
y me robó… toda ilusión”




Texto agregado el 24-08-2005, y leído por 613 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
18-10-2006 clap,clap...bravo y yo que adoro el tango,mis* bosquedelaureles
 
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