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Secuestros límbicos

Entonces no queda nada más por hacer. Escribir con guantes, algo así. Escribir sin las huellas directas y con la velocidad apropiada para las circunstancias o los dedos doblados de tanto estiramiento.
¿Escribir por la necesidad?¿por la liberación? Escribir porque estoy aquí, y no quiero estar aquí. Anotar, farfullar, bufar como caballo de guerra; sangre de tiro; la presión, la presión. Escribir porque no quiero escribir, pero hacer otra cosa es alienarse, como el monito que se pierde en el desierto, cuando iba a Teherán a completar su vida. La inconstancia; el deseo raro, qué freak.
Porque sí... porque tengo ganas de estar en otro lado; o en otro mundo; pero a todos les pasa de vez en cuando: nos comprueba que la vida se nos fuga y la muerte se nos viene encima, o al revés, que suena mejor. Pero falta tanto toque... tanto toque que falta. ¿Será por culpa de la, así llamada, polifonía? Qué... no creo. La polifonía es la belleza, es lo que no tenía Camus; pero ese es tan...

A ver. Es como la gana de estar en un lado, pero de esos que uno se va imaginando de inocente que es. Lado de libro para chicos, algo así. Como la vez en que Ninguno se voló con una tormenta y levitaba por los aires porque tenía los bolsillos rotos y nunca pudo echarse salvadoras piedras encima; salvadoras, anclas piedras.

Y no me gusta para nada sentir que mañana es un día de ayer.
Qué enredo, mi campeón... A torear buques te mandaría. A sembrar garbanzos en el katmandú. A entender el sánscrito bebiendo sangre de vaca y a través de la iluminación triádica de los celtas.

Lo que hace la gente. ¿Qué gente? Lo que hago yo. ¿Qué hace la gente? No lo hago yo. Es el enredo. Nada de enredo. Lo que pasa es que de tanto andar el zapato se gasta, por decirlo de alguna forma, obvia. Es que de tanto subir y subir te quedas sin, ¿aire? No, tampoco. Mala analogía, me puse a pensar en austrionautas nazis alcanzando lo que Pulgarcito. Había un cuento de Pulgarcita también, pero no me acuerdo. Total, al final eran todos iguales, y son pocos los que no saben que los cuentos de hadas lo que hacían era enseñarte por miedo la vía recta y moral de tus actitudes a seguir durante la árdua vida de helecho. Pero eso no quita que los sigas leyendo; es más, de a poquito se va convenciendo de que alcanzará al ovillo... y tomará la cabeza y justo hoy, cuando rapte antes de las tres de la tarde y se marche a algún lugar perdido...

Y a eso era a lo que quería llegar. Al punto máximo. Claro. Obvio. Circundante. Colónico. Vikínguico. Al lugar en donde todas las cosas se piensan no más y decir es un ejercicio de nostalgias pasadas que se elaboran como volantines se elevan en un mes del año; viento que sopla y se lleva los papeles, fluyendo, enloquecido, por un hilito cortado sano desparasitado.

Y es que todo esto es en verdad un murmullo. Porque yo no estoy aquí, diciendo estas cosas, sino que estoy allá, haciéndolas. Sí. Estoy allá, quedándome sin aire, emulando a Pulgarcito(a) y escalando hasta el fin de los mundos posibles y esperando, esperando, esperando, esperando, esperando, esperando a que todo lo que estaba pensando se convierta en una masa moldeable, en una liberación práctica, en un volantín de hilo curado, en un fractal de árbol nublado de día de entrega de cartero que sube a la inmortalidad y el valhalla y la virgen maría esperando, sola, que por fin se muera Jonás.


Umbopa, yo te acuso

Y discar el sueño antes de que pase a otro mundo. Discarlo, o intentar memorizarlo para que la vida ojalá sea de esa forma. ¿Tan así? Así mismo. Triste, con sensación de nada adentro; pero con emociones como de violín o cine irakí. Como de vagar por la calle me imagino un ave saltando de otro lado: divagancia, divergencia.

Ahora, sentir ausencia es bonito si se sabe llevar; así como soportar la muerte se hace placentero y pacífico si es que la vida carecía de sentido (¿contradicción?). No sé; debe ser lo que se respira; debe ser que no hay nadie aquí.

Ahora, quiero volver a la imagen. Escoge. Escojo. La imagen, la imagen, la imagen, el día y la sensación de vericueto como de cueva... deseo extraño. Hundirse en el agua; salirse de un pantano con risa en la cara. Como palabra suelta, inconexa, tirada al azar después de unos puntos suspensivos... tranvía.

La tranvía. Nosotros abordamos el tren a Estambul hace dos semanas. Cuando supimos que jamás llegaríamos nos sobrevino el recuerdo de la mujer que tiempo antes nos había advertido: "Vivirán en el desierto-oasis hasta que la muerte los separe". No dejábamos de sonreír ante el hecho, porque de todas formas, nadie deseaba llegar a Teherán, nadie quería tanto ruido con polvo y sin silencio nocturno. Porque eso sería una existencia en alienación. Y nosotros lo único que deseabamos era poder ser nosotros; espectros del futuro. Cuando Liudmila me dijo que no había suficientes provisiones como para resistir un mes (nosotros y los demás sobrevivientes del asalto al tren) pensé en soluciones radicales. Tenía un rifle y acceso preferencial a las municiones del grupo: menos bocas que alimentar hacen una mejor dieta. Pero luego me arrepentí... Imaginé que si alguien hacía eso con mi Liudmila o a quien yo quisiera, me sentiría muy fuera de órbita, en un estado de alienación tal que la vida misma se confundiría con el vacío de los poetas.
Organizamos un grupo de caza. El primer día matamos dos patos y un leopardo. Guardamos la piel para hacer un estandarte del grupo: los Leonidas. El nombre lo propuso Almásy, un alemán altísimo con bigote y vejez en los ojos; a mí se me hacía como la encarnación de Wagner pero no dije nada. Por la tarde nos dedicamos a la búsqueda de agua; cuando vimos un umpala en un cerro cercano nos sobrevino una especial alegría: el animal no distaría de algún manantial; la esperanza renacía, pero junto a ello un macabro pensamiento: el paisaje, las conversaciones, las situaciones del último día, las premoniciones, todo se me hacía demasiado parecido a cierto texto de H. Rider Haggard...

La lápida del pescador

Bueno. Así era la cosa. La espera; la larga espera. Años en la misma cuestión. ¡Años, Hernández! Uno no resistía ya más nada. Uno pensaba, loco, que todo pasaba porque sí; porque tormenta; porque arrebol. Si tú hubieras estado en mi lugar entenderías perfectamente lo que intento decirte... Pero no. Nadie puede. Nadie pudo. Nadie podría. Así somos los nosotros: herméticos. Nos condicionamos, nos esperamos, nos sacamos la madre sin antes entender de lo extraño...
¿Te conté alguna vez acerca de los secretos de Florencio "Halcón" Torres? Tú lo conociste en una tertulia amiga de fines de siglo. ¿Recuerdas? Sí... Koker. Gran pueblo. Gran pequeño pueblo en donde los viejos fuman y los chicos compran el pan; donde los hombre hacen puertas y las mujeres lavan la ropa prenda por prenda. Koker. Nada como Koker. Alguna vez me tienes que obligar a contarte la leyenda del chico y el cuaderno; es tan emotiva; de esas cosas que sólo pasan en Irán.
El Halcón Torres mató a Siluro. Bueno, intentó matarlo. Yo creo que si hubiera sabido que la raza silúrica tiene doce vidas hubiera puesto más empeño... pero no lo sabía.
Siluro, vengativo, le sacó los ojos. Lo gracioso de todo es que Florencio no quedó ciego; ¿qué?; te oí. Florencio tenía cuatro ojos, dos de frente, como todos, y dos guardándosele en los bolsillos a la espera de estrenarse después de alguna sanguinaria acción hampónica. Sí... los mafiosos son precavidos. El Halcón estaba entre los profesionales; sabía cuidarse el pellejo.
¡Qué tiempos aquellos, camarada Hernández! ¡Qué tiempos aquellos! Tú todavía vivías; el mar no había sido aciago. Yo aún era fuerte, y como todo joven, lleno de vida. La gente del puerto me decía: "Jeremías, ayúdate con esta viga" y yo iba y solo me la echaba a la espalda.
Ahora, saca cuentas, me echo un carraspeo cuando el cartero me pide que le abra la reja. "Se me perdió la llave, amigo... en buscarla le mato la vida" digo empinándome un poco. Nunca perder la dignidad. Eres viejo, apenas puedes moverte, nunca le dirás al cabro de las cartas que llegar a abrirle la puerta toma tanto que en escribir, enviar y recibir el correo todavía sobraba tiempo...

Texto agregado el 18-08-2005, y leído por 263 visitantes. (0 votos)


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