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Sus ojos. Imagino sus ojos. Sus ojos inundados de súplica silenciosa. Esa súplica tácita que me hizo al entregarme ese sobre. Ese sobre blanco y grande. Lo recibí mucho después de que ella lo enviara. El remitente decía “El Cajón del Maipo”. Es cierto que ella vive en esa localidad, pero mi asociación no fue instantánea.

Fue en vísperas de Navidad, durante una tarde calurosa, cuando me entregaron el paquete, en la casa de mi mamá, donde ella lo dejó. Estaba pesado, y dadas las circunstancias, supuse un regalo, no se, distinto... Pero nunca acertaría al contenido.

Había un libro de poemas, bilingüe, y una cinta. Recordé que alguna vez hablamos de ese autor, un gran escritor checo, Rilke, que a ella también le gustaba. La cassette venía acompañada, además de una reseña de las canciones que traía y de algunas líneas, donde ella explicaba el vínculo que vislumbró, entre esos temas y mi vida.

Fue emotivo que ella me obsequiara el libro, en castellano, y en el alemán original, aludiendo,- y apoyando- con ello, sin duda, a mis deseos de ir a hacer un doctorado a Bonn. De hecho, luego vi en la dedicatoria “ Para que practiques” (el idioma, se entiende). Con respecto a las letras de las canciones, y los párrafos seleccionados, fue extraño... pues, ¿Cómo alguien que me era tan distante -como Ella-, puede haber percibido todo eso, y, más aún, haberlo expuesto, habérmelo expuesto, así, en poemas, en letras y en música?... Fue un descubrimiento.

El que alguien como ella existiera, que existiera una mujer capaz de sentir eso por mí, fue un remezón. Y me hizo bien.

Por supuesto que me gustó. Me emocionó sobre todo. Ella fue valiente en expresarme eso. Digna, y muy especial, en la manera de hacerlo, también.

Es que el estar con alguien que entrega tanto, y en forma tan inmediata... Alguien que es toda sinceridad, es un compromiso demasiado grande para mí ahora. Sí, ella es linda, es verdad, inteligente, encantadora, amorosa... pero yo no estoy preparado para alguien así, todavía.

Claro, ella es para alguien mejor que yo. Alguien que valore esa entrega diáfana. No, no ingenua. Diáfana. Ella sabe lo que busca, y si lo encuentra, -lo que no le es fácil-, no disimula su regocijo, y procura demostrar que está ahí, dispuesta a dar y recibir... Y eso se le nota en los ojos, en los gestos, en las palabras...

No es cínica. No anda con rodeos. Es diáfana. Eso me limita. Con Ella, va en serio o no va. Claro, en cuanto a sentimientos. No se si quiero, por lo que prefiero no arriesgarme. Sí, realmente creo que Ella es para alguien mejor que yo, alguien que sea más decidido, que se la juegue por ella.

¿Que me quiere a mí? Se le va a pasar. Y si no se le pasa, peor para Ella. Yo pretendo más irresponsabilidad. No, no lo intentaré porque Ella no merece traición. Ella no. Y si estamos juntos, ahora, no puedo prometer que seré leal.

Nada. Ni siquiera acusé recibo... La verdad, creo que está todo dicho...

Sí, tal vez si ella me hubiera enviado una carta, preguntándome cosas, yo tendría algo que contestar... Pero no fue así. Ella no me escribió nada. Y estimo que lo mejor para ambos es que generemos distancia. Justamente, porque si estamos cerca, probablemente su ser hembra y cándida me atrape, y no quiero vivir con las consecuencias de ello.

Ya he hecho demasiado daño, no la quiero incorporar a la lista de “mujeres heridas por mi culpa”, que cargo, y que aunque te parezca mentira, me pesa. Sí, me hubiera gustado una carta, pero, por algún motivo, no la escribió.

Seguramente ella esperaba algo con este regalo... No, eso no es posible. Porque Ella no estaba involucrada conmigo. Te digo que no, tuvimos poco contacto. Sí, en realidad, quién sabe...


Querido hombre de mi recuerdo,

Hace tanto tiempo que pese a no verte, tu cara me persigue por las calles de la ciudad que no anduvimos... Tu imagen se me incrusta en la nuca, y, sigilosa, emerge en mis momentos de distracción... Así, apareces, sentado en la butaca del cine al que no entré, conversando en el bar al que no fui, visitando el sitio que dejé para otra ocasión. Sin embargo estás, aunque ausente. Estás como escapando de mis manos, escapándome. Y te escabulles. Pero luego, igual, te escondes en mi mente, de modo que te tengo... y no.

Lo cruel es que sé, fehacientemente, que me ignoras. Que tus trayectos en nada me consideran. Que son, al margen de mí... ¿Cruel? Sí, para mi esperanza: ésta se yergue nula. Mi andar en cambio te contempla. Me remito a ti. Te busco, te extraño, y eventualmente, incluso, te rehuyo...

Temo deambular por los sectores que -supongo-, son tus barrios. Soy cuidadosa en lo que digo y lo que no, frente a personas que nos son conocidas mutuamente. En ocasiones, disfrazo preguntas para, sin que se note, saber de ti; a veces para no saber de ti con otra, a veces para que sepas de mí.

De repente quisiera no necesitar de estas argucias... Pero no tengo alternativa: el silencio se interpuso demasiado pronto entre nosotros y me dejó muda de voz y de pausa... Quizá por eso escribo esto, porque tengo tantas ganas de decirte tantas cosas, ¡tantas!...

No tengo claro si quiero entregarte esto. Sí quiero escribirlo, escribirte... No se porqué tú me calaste tan hondo: no hemos tenido mucha intimidad, ni cercanía de mirada o de palabra... Sin embargo estás, desde que te conocí, presente en mi cabeza. Algo veo en ti que me atrapa, me seduce, y me encanta.

Tiene que ver contigo, por supuesto, pero también, -creo- conmigo. En el sentido que no es natural ni lógico sentir lo que siento por alguien a quien virtualmente no conozco. De modo que lo más probable es que yo vea en ti un ideal creado por mí, que tiene tu aspecto, tu historia y tu conducta.... Y por eso, Tú, por alguna misteriosa razón, ejerces un poder mágico sobre mí...

No, mentira, mágico no; brujo, sí. Hechicero, maldito, hereje, sí. Y te haces pócima y me invades con la droga dorada que emanas. Me carcomes, me desdibujas, y me aniquilas... Entonces enloquezco, y mi locura se vuelve un grito que se me enrosca en las costillas, y me ciñe, me aprieta, me dobla y me estruja... Hasta que se diluye en mi carne. Se hace sangre. Sangre de herida. Sangre que gorgotea sin recipiente. Y me mancho de sangre por todas partes. Mi grito es sangre que se coagula y me llena de costras. Como si yo tuviera lepra. Pero no tengo lepra, es sangre coagulada. Sangre que no fluyó por mis venas. Es una encarnación de la rabia que siento, porque tú no escuchas, no escuchas, no escuchas y no vienes. Por eso la soledad frota su escarnio en mi memoria, donde aparecemos como alguna vez estuvimos... Y te maldigo. Te odio. Y también, te anhelo...

Deseo, como perra en celo, estar así como estuvimos en la primera ocasión... Y abrazarte y hacerte cariño y tomarte la mano... ¿Te acuerdas?... Quisiera quedarme como entonces, tranquila y en silencio a tu lado, sin decir nada.

(Me da algo de vergüenza sentir esto, como si yo tuviera quince años, y tú fueras mi amor platónico... Cuando resulta que hace mucho más tiempo del que me gustaría, dejé de ser una adolescente. Y lo que siento por ti, no es como lo que sentía el Dante por Beatriz... Pero, tal como ella hacia él, tú eres un imán para mí. Un imán que quema, que hiere, cercena, oxida, pero, como imán que eres, (me), atraes sin remedio).

El silencio de conceptos, que sustituimos por susurros y sonrisas, y manos y piel, y tus ojos brillantes y mi escote, y tu barba amarilla, y mi cuello en tu boca, no significa que nuestros diálogos no me hayan sido placenteros y fructíferos. Sí lo fueron, y en gran medida. Sólo que se transformaron en el manto de la sensación con el que tu presencia me envolvía.

Sólo tu presencia. Sin tus ideas, que, aunque muy lúcidas, no eran mágicas como el hecho de que tú estuvieras ahí, cerca, muy cerca... Y que yo pudiera desprenderme del manto y tener nuestras dos presencias, siendo, frente a frente, descubiertas.

Ahora, tu discurso, no se hizo arena de un costal ajeno... Teníamos tema. Éste fluía. Nuestros intereses y perspectivas, coincidentes y no, tuvieron tribuna. Recuerdo que no perdías el hilo de la narración. Que tus ojos estrella atendían a mi relato. Me cayó bien que disfrutaras lo que te contaba sobre mis lecturas, y que a pesar de estar en situaciones sociales, el tópico de lo erudito, literario o histórico no se irguiera como pedantería, sino como un punto sobre el cual ambos teníamos cosas que decir.

Recuerdo que lo personal no fue sólo un enumerar sucesos, sino apelar a sensaciones, penas, temores... Como cuando te conté sobre mí y la Arquitectura, o cuando me hablaste del día de tu matrimonio, que querías casarte, pero que en el minuto en cuestión, las dudas te acecharon. O cuando dijiste que tu padre no era un buen hombre. Y cuando te confesé que el tema de mi mamá era un asunto difícil.

En fin, todo eso se desenhebró entre nuestros labios casi sin pensar. Y fue muy grato. No obstante, no va por la retórica mi añoranza de ti. No sé si la trasciende o es más fútil, pero se relaciona más con los sentidos... A mí me gusta (me gustaba) verte.

Es por eso que, aunque sé que en vano, me entusiasma la idea de la cercanía corporal - no se si erótica necesariamente, pero sí física-.

Yo extraño tu presencia... más que nada, tu presencia. Tu presencia en las huellas de la playa nublada donde nunca vimos el sol. Tu presencia de brazos fuertes y aroma salado que se quedó en ese velero que ya no timoneaste más. Y que su evocación me hace querer, otra vez, revolver tus cabellos rubios y suaves entre mis dedos fríos.

Quisiera volver a mirar tu boca. Tu boca que me guiña un labio desde mi memoria, encelándome, pues ella siempre te besa, y en cambio yo... Yo sólo puedo conformarme con un recuerdo vago que ya el tiempo se ha encargado de descascarar... hasta de tergiversar. Haciéndose aquellos días mucho más largos y placenteros de lo que fueron....

Pero, ¿a quién le importa la realidad?... Nietzsche acertó al decir que los hechos no deben subordinarse a las palabras, pero a mí no me sirve, quiero otra versión... Una donde nuestro estar juntos se haya truncado no por contingencias, no por falta de compromiso, no porque tú no me querías.

Cómo me agradaría proponerte, sinceramente, que fuéramos amigos, pero ambos sabemos que sería una farsa... ¿Qué hago con lo que me provoca tu piel, tu voz, tu olor? No puedo. Debo desistir, lo sé, terminaría involucrándome.

Porque tus colores de trigo, tu sonrisa generosa, tus modales, tus gestos, se transforman en un hilo de Ariadna que se hace de Fedra, llevándome por laberintos oscuros sin que yo logre conducir a mi cuerpo... Y pierdo mi propia noción de ser. Para evitarme ese hechizo, desconozco el antídoto. De modo que no tengo otra opción que eludirte.

Pues, lo que para ti fue (y sería) un romance veraniego, -aunque sea en invierno y en la ciudad-, para mí, en cambio, sería otra vez, motivo de eternos y macabros paseos por un Santiago dormido, pegada a un volante a la deriva. Giraría, otra vez, entre lágrimas y elucubraciones, lamentándome por el hecho de que tú no sientes por mí, lo que yo querría que sintieras.

Otra vez, ese tormento contraería mis venas, impidiéndome incluso llorar. El aire me faltaría de nuevo, mi vida me abandonaría en función de un otro (tú), que no me quiere de este modo. Sentir el llanto pegado a la piel, con o sin lágrimas, es algo que no quiero revivir. No, no otra vez.

(No. No. No. No otra vez. No otra vez. No otra vez... No, no otra vez, no quiero sentir eso otra vez... No, no quiero, no...

El sufrimiento de entonces no debe renacer, ni contigo ni con nadie... Esa faceta del amor olvido, la conozco, la conozco bien... Mucho mejor de lo conveniente. Y sé, que hay que evitarla..Porque no siempre se puede vencer. No siempre. Y, si se logra la victoria, una victoria que igual te deja famélico, -como el sobreviviente de una guerra, que, luego de la batalla, sólo ve el asolamiento que quedó, el saldo en muerte-, todavía queda la gran tarea de reconstruir todo, pero se carece de las fuerzas que se requieren. El camino, entonces, nunca es tan claro como el que se vislumbraba antes. Nunca. Por eso, los conflictos bélicos no aportan nada bueno, sean éstos de índole políticos, o íntimos y solitarios).

Los sentimientos no se controlan, no puedo luchar contra lo que no sientes. Nada más me queda resignarme, aceptarlo, y tomar distancia.

No sé que te parece todo esto a ti, (tampoco estoy pidiendo una respuesta), sólo que tu opinión sobre mí es un enigma...

No es cierto. Me degolla el suspenso, la necesidad de reporte. Más aún, de que me retengas. Que me pidas me quede, que te escuche. Pero no quiero oír lo que dirás. Quiero evitarme saber lo que sé. Quiero que no sea como es. Quiero que tú desees estar conmigo pero no es así. Y duele.

Duele en el silencio y en el ruido. Duele en las calles y recuerdos. Duele en la nostalgia. Duele en la arena, duele en las fechas, duele en amigos mutuos... El dolor se me instaura aunque yo hago como que no está. Todos hacen como que no se ve, como que no es, pero está. Yo lo oculto. Lo escondo bajo el cansancio. Lo disgrego entre las conversaciones domésticas. Lo empujo hacia el final, cuando ya no queda tiempo para que se levante... Y hable, y grite, y se ría en mi cara, se burle de que me tiene entre sus garras. Pues, por esa prisión que siento, yo no soy libre de transitar por lugares sin suponerte ahí, sin concebirte, sin pensarte. Elaborando siempre alguna casualidad que nos reúna.

Que nos reúna de noche, a solas, y poder poseer tu alma desnuda, tu boca dulce de frases simples y hermosas, tu cabeza en mis rodillas y mis labios en tu cuello acusador de latidos veloces... Desde donde iniciarían un lento peregrinar por tu piel tibia.
.......
Ha pasado el tiempo. No te vi más. Supe que estás con alguien que al parecer vale la pena... Es raro, pero deseo que te vaya bien en eso, y en el resto.

En fin, quise decirte todo esto porque es liberador. Curioso, pero a veces a uno le invade una necesidad enorme de decirle ciertas cosas a alguien... Y vencen al pudor, superan el miedo. El miedo que me da mostrarme tanto, exponerme tanto. Exponerme a la posibilidad de un silencio que significaría distancia. O hasta a una burla, o a un rechazo, o, más que nada, a un posterior arrepentimiento de haberte enviado esto. Pues, las cartas tienen mucha carga, y eso es peligroso, porque se pueden utilizar en cualquier sentido...

Por eso, a veces, uno teme escribir. Ya que lo que uno escribe en una carta se concibe, luego, como atemporal, como si esas palabras fueran siempre así... Y “siempre” es una palabra muy pesada. Pero otras veces, como ahora a mí, pese a tener conciencia de todo ello, se siente esa necesidad que, por alguna razón inaprensible, no se puede reprimir... Porque te ahorca y entonces, para deshacerte de esa cuerda invisible y asesina, vuelcas todo eso que callabas....Como si te estuvieran torturando y sin poder más revelas aquél secreto, hasta ahí, celosamente ocultado. Cuando eso pasa, escribes una carta donde te delatas... Por eso te escribo, y me acuso.

Quizá todo esto a ti, no sólo no te interesa, sino que además, te estorba y preferías no haberlo sabido, así, tan explícitamente... Tal vez, te acomodaba mejor que todo quedara como estaba: con la sensación, no con la certeza... Pero, ¿qué puedo decirte?, sólo que no lo pude evitar.

Creo que eso es todo, te mando un beso enorme,


María Antonieta.

Santiago de Chile, junio de 1999.


La garganta negra y grave de Trayci Chapman canta “Maybe, if y told you de rights words, at the right time, you be mine”... ¿Será cierto?... Quizá, si yo le hubiera enviado la carta, él sería mío... No. No es así. Las palabras tienen poder, pero no tanto. Pueden incluso ser prescindibles. El me hubiera contestado, con o sin carta, si hubiera querido. No quiso. Eso es lo innegable. Lo terriblemente innegable.

Me cuesta arriesgarme. Me da pánico hacer el ridículo. Porque es ridículo pedir que te quieran, sabiendo la respuesta... Una respuesta que no te gusta. Perfecto, lo asumo, soy una cobarde. Le temo a su negativa. Pero, ¿es reprochable eso? ¿No le temerías tú acaso?.

Claro, sólo la cinta y el libro. Sin la carta, esas cosas tienen polivalencia: una muestra de afecto, un simple regalo de navidad... Con la carta, hubieran sido lo que realmente son: un enorme “Te Quiero” que no me atrevo a decir.

Sí, si la escribí. No, no la enviaré nunca.

FIN

Santiago de Chile, junio de 1999.

Texto agregado el 12-08-2005, y leído por 377 visitantes. (0 votos)


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