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Inicio / Cuenteros Locales / ubik149 / Andrea y las arañas

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No es difícil querer mucho a Andrea. Es en extremo tierna y cálida, despierta a la vida de los que la rodean. La gente la quiere y la admira. Sobre todo por que siempre está ansiosa... como si tuviera más vida que los demás y se viera en la necesidad de derrocharla. Claro, algunas personas dicen que no pueden soportarla mucho tiempo, pero creo que se debe a la amplitud de amor y entrega que ella irradia. En el fondo esas personas quieren a Andrea mucho más de lo creen. Yo mismo tampoco sabía cuanto la quería, hasta ese día en que, infinitamente curiosa y hambrienta, ha virado un poco el horizonte del mundo, de modo que todo lo que no está aferrado se desliza lenta e inexorablemente hacia la izquierda.
De pronto, las montañas se derrumban hacia los precipicios y dejan ver cavidades subterráneas y húmedas, de donde gusanos gigantescos elevan, con asombro, sus terminales-oídos hacia el cielo. Gran parte del mar se desliza y vacía hacia el espacio; pulpos gigantes negros y dragones fabulosos quedan atrapados en el fango, a merced de los batracios carnívoros.
Recogemos polluelos que han caído de sus nidos. Ayudamos a las tortugas y a los peces voladores a volver al mar (aunque es inútil pues el mar huye al sur; pero darles esperanzas es significativo para nosotros, dice Andrea). Consolamos a la gente que lo han perdido todo y les avisamos dónde hay lugares seguros, donde ya nada se derrumba. Andrea toma mi mano y merodeamos por allí, felices y ligeros. No hay que ganarse la vida por ahora; no hay cuentas por pagar, no tenemos que guardar el orden en filas ni preocuparnos por avanzar un poco cada día. Ella se divierte apedreando arañas gigantes (ahora tienen diez patas, no ocho) y grita de alegría cada vez que despanzurra alguna. Moribundas, las arañas lanzan largos y agudos chillidos mientras sus innumerables articulaciones tiemblan en los últimos estertores. Un líquido amarillento, que supongo es el equivalente arácnido de la sangre humana, brota abundante de las heridas. A mí me horroriza el espectáculo. Le he rogado muchas veces que no haga eso; entonces, cada vez, ella se lanza hacia mí con su sonrisa salvaje, y me besa y me acaricia y hacemos el amor allí mismo, mientras la cosa esa chilla y se retuerce a tres metros. Para entonces ya he olvidado a la araña y a todas las arañas y la paso bien. Tal vez me estoy condicionando. Tal vez termine asociando a las arañas con la ternura de Andrea. Voy a salivar ansioso cada vez que vea una araña a alcance de una piedra y voy a pensar en ella.
Una vez perseguimos a una araña preñada. Es decir Andrea la perseguía y yo perseguía a Andrea. Al fin la araña (ya estaba herida y, como consecuencia de las pedradas, en vez de tres de sus patas exhibía muñones sangrantes) tropezó aparatosamente por una falla y cayó de espaldas. Un espectáculo terriblemente penoso. Un amasijo de muchas patas y líquido amarillo rodeando el gran vientre henchido de maternidad. Estaba totalmente expuesta e indefensa. Incluso (creo) Andrea sintió algo de piedad, pero ya su brazo se movía decidido y la piedra filuda le impactó en el centro del abdomen. La explosión es asombrosa y junto con más sangre amarilla y un mar de placenta vuelan por el aire veinte mil arañitas abortadas, cada una del tamaño de una sandía. El pánico estalla en mi mente: esos pequeños monstruos nos rodean por todas partes, nos caen sobre las cabezas, pegándonos su placenta babosa. Descubro con horror que muchas de esas criaturas no han muerto y las odiosas se aferran a cualquier cosa. Andrea aún está de pie junto al cuerpo, con los brazos abiertos y mirando al cielo, de donde caen los fetos. Parece una poseída o una santa. Corro hacia ella y le tomo las manos, le quito arañitas del pelo, de los hombros, del pecho. "¡Vamonos!" grito desesperado y la arrastro y corremos descalzos mientras las malditas caen como bombas atómicas a nuestro alrededor.
Llegamos hasta un valle en donde ya no cae nada. Nos rodean grandes montañas que aún soportan la inclinación y al frente, el mar desequilibrado por tener más agua de un lado que del otro. Andrea se deja caer sobre el pasto mientras yo la reviso meticulosamente, por si alguna de esas criaturas se hubiese escondido en algún pliegue de su ropa. Le encuentro algunas patas en la blusa y se las retiro cuidadosamente. Ella me está sonriendo. Cuando por fin estoy seguro que no hay otro ser vivo aparte de nosotros dos en todo el valle, entonces también le sonrio y el intercambio de gestos termina en carcajadas desaforadas. Me dejo caer a su lado y le paso el brazo bajo el cuello. Ella se acurruca hacia mí y esconde su rostro en mi hombro. Nos sentimos bien. La placenta de esos bichos nos ha sensibilizado la piel. Nuestros cuerpos vibran al contacto mutuo. El planeta mismo es sólo una extensión de nuestros sentidos y ya no necesitamos movernos. Se acerca la noche, y el sol, en esa extraña elipsis propia de los mundos virados, se esconde en caída oblicua detrás del horizonte. Veo el cielo desde la nueva perspectiva, ofreciendo un nuevo rostro y nuevos signos zodiacales.
Desde ese día, hace ya más de cuatro meses, ella no se ha interesado más en las arañas. Incluso desviamos el camino cada vez que encontramos sus huellas. Tal vez se trate de nuestra primera señal de madurez como pareja. De hecho, nuestra relación, ahora más serena y ordenada, tiene por primera vez una perspectiva real, esa promesa de permanecer juntos en el futuro que supone el amor verdadero. Incluso ella me habla de tener un bebé. En todo caso dejar de ver arañas reventando es un alivio para mis nervios. Más bien hemos concentrado todo nuestro tiempo en ayudar a las morsas varadas a volver a lo que queda de mar y en señalarles a la gente la dirección de los lugares donde muy probablemente el mundo aún no se ha desviado. Ojalá y no les estemos mintiendo...

Texto agregado el 23-09-2003, y leído por 782 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-05-2007 parece sacado de un sueño..o me equivoco? como sea me gusto BESOS
 
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