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Entonces todo cae. Y nace la música polifónica sin melodía específica. Tocar es necesario. El instrumento es irrelevante. Lo sigo haciendo. Ese se justifica. Todos se justifican. También justifico el hecho de alejarme de la coherencia externa, no por esnobismo, sino porque tengo esperanza de que llegue después como el fénix; Abelardo.
Animales, llevados por instinto. Animales, llevados por instinto. Animales, llevados por instinto. Lo repiten, lo repiten día y noche.

El viejo se levanta en la mañana bien temprano. No tiene sueño, pero sigue cansado. Continuar en la cama, eso sí, sería declararse muerto antes de tiempo, así que vegeta por su casa con un silencio metafórico; deambula como fantasma futuro. Escribe un libro de memorias. Deja de creer en las cosas. Empieza lentamente a someterse a la idea de que no estará, simplemente, y le queda poco que pensar y hacer. Decide no hacer nada, entonces.

El viejo; el viejo tiene los ojos grandes. Ajados. Cuando joven no era así. Cuando joven hasta tenía esperanza y pensaba: "todo es eterno". Ahora es viejo y le queda poco tiempo; ahora es viejo y deambula, sus pasos no se escuchan. Se le confunden los recuerdos; son más los de infancia. Porque el viejo, como todos, añora el tiempo en el que creer o no creer era irrelevante, y con optar y hacer, bastaba.
Recuerda lo cándido, como cuando se dedicaba a perseguir gatos entre los techos de lata de su población.

Cuando llega la tarde se sienta quieto y respira largo; el tiempo pasa más rápido. Se concentra en un detalle, que como regla, ha de ser irrelevante; cuando se convierte en relevante lo abandona. El viejo apoya los brazos en el apoya brazos del sitial antiguo. Reposa la cabeza en el respaldar. Flecta las piernas de acuerdo a la silla. El viejo aspira el aire como si fuera neblina. Neblina de la que si en verdad tuviera le mataría. Le explotaría el corazón como a Argos cuando vio a Ulises. Argos lo reconoció; Argos explota.

Argos explota, se le revienta la vejez, lo vivido. Al viejo le tiemblan los párpados, su cabeza toma vida propia: un leve instinto de supervivencia; un sí afirmativo corporal. Siente que no tiene control sobre sus manos, estáticas. Él respira. Vuelve a respirar. Pierde la noción, se vuelve senil, su cerebro libera sustancias extrañas; se adormece. Antes de perder la conciencia mira en blanco un lazo que cuelga del porche. El último rayo de sol, que no calienta, se difracta en el cordel. El viejo piensa que nada podría ser más hermoso.

Texto agregado el 07-08-2005, y leído por 193 visitantes. (0 votos)


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