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En el metro-Estación Florencia.

Una mañana muy helada. El invierno ya comienza a distraer y el sol se esconde más rápido de lo común. Los pasos parecen ser los más veloces posibles. La ciudad entera se agita con la emoción de volver a hacer lo mismo que hacen todos los días. Abrigos de todos los tipos y colores adornan las refrigeradas calles que no se conforman con oír sólo el quejido de los autos, sino que disfrutan viendo a la gente caminar sola y poco acostumbrada a este siniestro clima.

-¿Tienes frío?
-Sí, mucho.
-¿Tienes donde ir?
-A veces pienso que el cielo no ilumina, y que son nuestros ojos los que quieren ver luz y nos dan una noción de las cosas para que no choquemos con nada. Por ejemplo, aún recuerdo ese par de ojos que nunca desearon, que no quisieron ver, y que de ellos nació una lágrima que se congeló antes de llegar al suelo, en el instante en que una luz se hizo presente para una primera mirada, y se escuchó.- “Quién esté libre de culpa que lance la primera piedra”.-¿Te acuerdas Hristo Damián?
-Claro. Todavía las sigo tirando.
-¿Se las tiras a ella?
-Estás loca, yo salvé a Estela. Yo pronuncié esas palabras. Es que me tienes que entender, alguien tenía que hacerlo y, en ese entonces yo era el único libre de culpas.
-¿Qué dice ella de todo esto?
-Estela no dice, pero es savia. ¿Te acuerdas cuando te dije si tenías dónde ir?
-Sí.
-Ya se donde irás. Te vas a topar con ella y te va a decir que tu vida es una poesía. Y yo también voy a estar ahí. No, tu no vas a estar, sí; tirando piedras.

Florencia despierta y se da cuenta que va un poco atrasada. Se viste con su ropa más gruesa para encontrar aunque sea un poco de calidez en ellas. Sale de su casa y comienza a trotar, lo hace cada vez más rápido. Sus ojos, los únicos descubiertos comienzan a brillar. De ellos sale la primera lágrima. Sigue corriendo incómoda con tanta ropa, logra escuchar con claridad el sonido de su corta viento, de las bocinas, las voces de la gente, el sonido de los autos, los árboles, el ruido del frío, de su zapatilla blanca azotando el suelo gris-corre, pisa hasta las líneas de la vereda y le da lo mismo, quiere llegar, va llegando, sopla y se nubla con el aliento congelado de sus pulmones. Semáforo en rojo.

Hay una pausa donde Florencia se da el tiempo de observar. Ríe y sabe que nunca más va a volver a la ciudad. Le regala diez mil pesos al camino por dejarla caminar. Y, agitada, descansa. Ya tiene lágrimas que merecen escapar. Se despide. Le dice adiós a este lugar.
Amaro se va a despertar, se va a abrigar mucho porque ese día como todos los que lleva el mes, estará muy helado. No se cortará la barba a pesar de haberlo planeado y, tampoco va a tomar desayuno porque preferirá seguir acostado un par de minutos más antes de salir. Saldrá. Caminará por las frías calles de Santiago y se encontrará un billete de diez mil pesos. Los recogerá, después de un rato para honrar el disimulo; gracias a ello, demorará veinticinco minutos en llegar al metro. Llegará a éste y las puertas se abrirán.

Semáforo en verde. Cruza hacía la otra cuadra con una lentitud admirable (Florencia está segura que es la persona que está caminado más lento en todo el mundo). Mira y la ciudad la deja observar, se descubre, tal vez haya un lugar. Baja las escaleras, paga su boleto, lo inserta, hace un movimiento de cadera, baja los otros peldaños, suena el metro, se van a cerrar las puertas.

-¿Camiseta13/A/Y?
-Yo!
-Ahhh, Florencia. ¿Por qué razón deberías entrar?, acaso no te acuerdas que no te comías toda la comida.
-Si me la comía.
-No mientas.

-¿Lo sabes todo?
-Sí.
-Entonces de conocer mi sueño, sabrás si debo esperar o entrar.

-cuídate.

Florencia entra corriendo al primer vagón que estaba enfrente de sus narices. Se oye un sonido duro y seco (primero duro y después seco). Se cerraron las puertas para un largo rato más, aun así, hay siempre vuelta atrás.

Amaro entra y ve que a su alrededor están casi todos los puestos desocupados; piensa en sentarse, pero sin embargo se queda de pie y se apoya en uno de los metales verticales del vagón. El metro avanza y entra al túnel. Mira el dibujo de su cuerpo reflejado en la puerta y, de a poco empieza a girar su vista en diagonal hacia la derecha; esta vez mirando la ventana. Se queda pegado en unos ojos de notoria finura. La luz del metro es potente, por ende, el reflejo muy claro. Son sólo ojos, hasta que de a poco se ve una nariz de extraña hermosura (redondita, no gorda, normal pero hermosa), unos labios pequeños (no chicos sino tiernos), una cara de piel pálida, blanca como ella, como él la idealiza.

(-¿y su pelo?, -negro. -¿y cuerpo? –no veo, de ese lado está muy lleno el metro. -¿cómo te lo imaginas? –delgada, alta, estética, precisa-preciosa, -¿ya te enamoraste?).

Entra y se hace espacio como puede para sostenerse con uno de los metales del vagón. El metro está lleno y ella va pegada a las personas que componen una gran masa. Apenas puede ver el reflejo de sus ojos entre toda la gente. La máquina avanza, se detiene y avanza. Florencia ya está en el túnel y se mueve al ritmo de la gente, se descubre su rostro y comienza a mirar, mirar sólo con la autoridad de tener los ojos abiertos, porque sí, sólo porque sí.

(-oye, ¿por qué tienes los ojos abiertos? – porque sí. -Entonces mira hacia tu izquierda).

Desde el reflejo encontró un par de ojos mirándola, desnudándola. Se sonroja, saca la vista y la vuelve a poner (así, tan rápido como lo leíste). Lo encuentra guapo, un poquito de barba, un cuerpo bien definido, ni flaco ni gordo, seductor por su mirada.

(-¿tu también te fijaste en él? –¿por qué dices también? –porque él está baboso por ti, mira como te mira. –mira como lo miro. –no!, acuérdate de lo que hablamos, yo ya estoy aquí, ¿Estela no te ha dicho nada?)

Entonces no supieron qué hacer, y en esa incertidumbre, continuaron las miradas y las no miradas, que tan bien miraban. (había más de un espejo). Y se transformó en un juego. Las estaciones caían, la gente ya comenzaba a dejar los abrigos de lado, algunos entraban, otros se iban, cada uno ya encontraba su camino, y la estación que buscaba. Y ellos seguían encontrando aunque sea una pequeña excusa en el reflejo del vidrio para sonreír de la nada, de sólo mirarse, de que cada vez que volteabas para desinteresarte, te interesabas más porque se echaban de menos, y no querían desperdiciar tiempo viendo otra cosa que no sea a ellos, aún así fuese una táctica para dejar al otro con las ganas; y es que se dieron cuenta que no era una cuestión de egos, sino que era un asunto de que no sabían sus nombres, la edad, los motivos, historia ni nada y, ahí coincidieron en que estaba lo interesante, en no conocer y creer conocer tanto.

Florencia sigue aferrada al mismo metal, las personas la agobian pero ella ya está acostumbrada. Extraña el reflejo de Amaro cada vez que el metro sale del túnel, ya que la luz de afuera y de adentro no dejan ver su cuerpo con claridad, aguardando así la entrada a ese agujero negro para poder verlo de nuevo y disfrutar junto con él la fascinación de sus miradas.

Una tarde de primavera el metro sale del túnel. Florencia se distrae, mira hacia atrás y ve a la gente que está esperando en el otro andén. Quiso advertirles que ese no era el camino adecuado, pero siente que ellos van en esa dirección por algo, al igual como ella lo hizo alguna
vez. Cambia la vista, y se da cuenta, gracias al mapa del recorrido, que falta mucho para llegar a su estación. Mira hacia el frente y desde fuera del vagón alcanza a leer en uno de los letreros del metro.- “Ríe que el amor no rima, ni tu risa falsa rima”.

(-léelo otra vez. Ahora más lento, y de nuevo. ¿en qué piensas? –En Estela)

El túnel vuelve a intentar ser cómplice de las miradas. Amaro ya tiene pegada la vista en Florencia desde antes que el metro avanzara. Ya entra en el túnel y no encuentra su mirada, la busca y trata de penetrar en sus ojos a través del reflejo de la ventana, pero el metro sigue avanzando y en cualquier momento caerá en la siguiente estación. Florencia lo mira para la tranquilidad del amor, y es que está confundida pero cree que lo que siente por Amaro es mucho más fuerte que cualquier otra cosa, y éste sueña con la oportunidad de acercarse a ella y que baste con una simple palabra (hola) para que no se separen nunca más.

(-Hola. -¿Quién eres?. –El mismo de siempre, Hristo Damián. ¿ya te enamoraste? –Es más que eso, creo que somos el uno...-Y, ¿qué esperas niñito?, anda y háblale. Anda y háblale, o acaso crees que encontrarse diez mil pesos en la calle, estar con tanto espacio en el metro y que te coquetee la mujer de tus sueños ¿es pura casualidad? (Amaro sonríe) no po weón, tienes suerte, ella te ama. Anda, Anda!).

El metro acaba de salir del túnel. Se pierden las miradas. Amaro aprovecha la oportunidad para mover sus pies y decidido va en busca de Florencia. Avanza y cada vez que da un paso las personas se multiplican, choca con los hombros, intenta pasar de lado, una y otra vez lo más rápido posible antes que el metro entre en el túnel y Florencia no encuentre su mirada.

(-Te van a dejar!, fíjate que las miradas ya no las vas a encontrar. –siempre lo he pensado cuando entro a la luz, pero luego viene el túnel y siempre está él, para mi. –Silencio! No sólo las miradas perderás, sino que el cuerpo se esfumará)

La máquina comienza a entrar en el túnel y Amaro sigue su búsqueda. El paso a través de la gente se hace cada vez más complicado. Intenta abrirse camino con los brazos pero las personas están cada vez más amontonadas y apretadas en el metro. Es casi imposible avanzar entre los cuerpos.
Florencia tiene la vista pegada en el mismo punto de siempre, esta vez con más atención que nunca. Entra al túnel y ya no estaba. Comienza a buscarlo desesperada. Las manos aferradas al metal del vagón que la mantenía en pié, y nada. Ya no estaba. Movía su cuerpo, se ponía en puntillas, se corría y no. Se había ido, y de la peor manera. Una lágrima cae desde sus ojos y se congela antes de llegar al suelo.

(-Atención metro!! “El que esté libre de culpa que lance la primera piedra”)

Amaro cae, se levanta, transpira más que nadie y sigue corriendo desesperado porque sabe que Florencia lo debe estar buscando en un reflejo ausente. Ya se va acercando. Ve sus manos abrazando el metal del vagón y, agobiado cae al suelo.

-Amaro, soy Estela.
(-¿Por qué sabe tu nombre?)
-Estela lo siento, debo irme.
-tienes el pecho apretado, vas a llorar por ella.
(-Ella conoce a Florencia)
-La estoy buscando.
-ya te ha olvidado, tu alma es más bella.
(-fuerte. ¿ya te enamoraste?)

Amaro se levanta. Estela lo toma del brazo y le pasa un papel.

-“Ríe que tu amor si rima. Encuéntrala en verano buen seductor. Búscala aún así en la cima. Florencia es la estación del amor”.

(mira hacia arriba)

Amaro levanta la cabeza y el mapa del recorrido señala que Florencia es la próxima Estación. Mira hacia delante y ya no ve ni un rastro de ella. Intenta encontrarla en el reflejo pero el metro ya sale del túnel. Lee el papel de Estela de nuevo. Desesperado no sabe qué hacer (si me bajo ella se puede quedar adentro). La busca y no la encuentra (¿si me quedo y ella se baja?) Las puertas se abren. Estación Florencia señala un letrero bien grande. Amaro baja. Se oye un sonido duro y seco (primero duro y después seco). Se cerraron las puertas para un largo rato más, aún así hay siempre vuelta atrás.

Una mañana muy helada. El invierno ya comienza a distraer y el sol se esconde más rápido de lo común. Los pasos parecen ser los más veloces posibles. La ciudad entera se agita con la emoción de volver a hacer lo mismo que hacen todos los días. Abrigos de todos los tipos y colores adornan las refrigeradas calles que no se conforman con oír sólo el quejido de los autos, sino que disfrutan viendo a Florencia caminar sola en el témpano de esta ciudad.

-Hristo Damián, me has tirado piedras todo el camino. –No llores que Estela se está vengando. –¿por qué a mi? –porque nunca quisiste ver. Si te sirve de consuelo, tus diez mil están en tú estación junto con él.
Amaro despierta y se da cuenta que va un poco atrasado. Se viste con su ropa más ligera para estar más fresco. Sale de su casa y comienza a trotar, lo hace cada vez más rápido. Sus ojos, los únicos descubiertos comienzan a brillar. De ellos sale la primera lágrima. Sigue corriendo sofocado con tanto calor, logra escuchar con claridad el sonido de las olas, de la brisa, la tranquilidad, el sonido del aire, el ruido del calor, de su zapatilla blanca azotando la arena-corre, quiere llegar, va llegando, respira y limpia sus pulmones. Se detiene. Tira el billete de diez mil al mar. Baja las escaleras, paga su boleto, lo inserta, hace un movimiento de cadera, baja los otros peldaños, suena el metro, se van a cerrar las puertas. Se oye un sonido duro y seco (primero duro y después seco). Se cerraron las puertas para un largo rato más, aun así, hay siempre vuelta atrás.


Texto agregado el 01-08-2005, y leído por 188 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-02-2006 Me gustó mucho, lo encontre súper original, gracias. Saludos. Peace
 
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