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El jardinero.


El amor a sus mascotas era conocido por todos los vecinos del barrio.
No faltaban perros y gatos y a todos los alimentaba y cuidaba satisfactoriamente, limpiando con tolerancia franciscana las necesidades biológicas de los animalitos. La pulcritud de la casa y los amplios jardines demostraba su perseverancia, evidentemente generada por el gran amor a los bichitos que criaba, algunos de cachorritos, otros recogidos de la calle. Los vecinos atribuían todos los esmeros del hombre a su soledad, ya que hacía años vivía en la zona y lo conocían bien. Todos los recordaban recién llegados, él y su madre al principio y luego aquel señor,
– antiguo amigo de la familia - por el que la señora tenia tanto cariño. Como la atracción era mutua, al poco tiempo decidieron legalizar la situación y casarse nuevamente ya maduros para juntar sus nostalgias, sus penas y sus alegrías. La ocasión fue una reunión hermosa y alegre que todos los del barrio recordaban. Al poco tiempo dejaron de verlos. El hijo les hizo saber que habían decidido irse al parecer al sur, a iniciar una nueva vida, porque a fin de cuentas no eran tan viejos, era una nueva oportunidad para ellos. Él no quiso ir porque decía, - y era entendible - que pese a que era su madre, se hubiese sentido como una carga para ellos y además él no era tan chico ya, y tenia sus propias metas.
Prefirió quedarse solo.
Desde ese entonces comenzó a acompañarse de animalitos.
Todos los moradores cercanos querían mucho al muchacho, generaba una mezcla de simpatía y lastima, verlo solo, tan trabajador, tan prolijo y preocupado por sus mascotas. El hombre era el cliente preferido de los veterinarios, que lo adoraban, en especial por su desprendimiento económico. De vez en cuando alguno de los cuadrúpedos cumplía su ciclo y él tenía la costumbre de enterrar las mascotas muertas en el jardín, colocando sobre la tumbita un arbolito. Solía decir:
- “El que se fue, vuelve en verde, en ramas, en flores, está aquí con todos, nos regala su aroma, el ruido del viento por sus ramas, su sombra protectora.”
Los amigos lo ayudaban en esa noble tarea ecológica y así los jardines antes descuidados y yermos ahora eran cada vez más hermosos.
Era una figura respetada por todos, de buenas costumbres y muy querida.
Su orgullo mayor eran dos frondosos pinos canadienses que había plantado juntos en el jardín del fondo, los primeros de la serie, unos cinco años atrás.
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Texto agregado el 05-07-2005, y leído por 118 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-07-2005 Muy bueno!!! imaginé algo así al fial, pero la narración es amena y mantiene al lector en su lugar. Saludos y estrellas. Magda gmmagdalena
 
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