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Era verano y tuvimos que correr con un sol que quemaba nuestras espaldas y tras sombras que nos seguían el paso. Sólo el repentino aire se tornaba en alivio, manso y fresco como recuerdos de caricias y besos en la niñez. Nos convertimos en jodidos el día en que empezamos a correr, escondiendo nuestra identidad para escapar de la miseria de ser otros como la bola de comunes que nos seguían el rastro. Robar era la única cura. Y no era tanto robar como tomar lo que nos pertenecía.

En cada rincón donde habíamos estado nos consumía la esencia de la mediocridad. La injusticia, la codicia, el hambre y la impotencia se disfrazaban con palabras como democracia, política y orden social a pesar de que eran sombras de una rotunda utopía de otra utopía. Inalcanzable.

El rencor que palpitaba dentro de mí tenía la cara de un padre inexistente, de una madre abusiva, de un hermano pervertido. La cochambre en la esquina de mi cuarto era un reflejo de mi contexto. Aún así, llorar era una pérdida de energía cuando ya no había ni qué comer. Los gritos, siempre los gritos, acosándome como un espectro. Después el silencio vacío y la noche que se prolongaba hasta un abismo lejano.

Pensé en correr sola, pero la eterna trampa de la inimaginable soledad me asustó como la noche nunca pudo hacerlo. Recuerdos de luces brillantes, fugaces espejismos en mi mente. Yo era la única que importaba, pero tenía que hacerle creer a alguien más que padecía de los mismos problemas que yo. Es fácil el poder de convencimiento, sólo importa cuánto te crees tú mismo todas las mentiras que escupes; autoengaño. Sin modestias alguna, yo era la experta, la maestra, la número uno. Son lecciones que la vida te va desprendiendo.

Murdok tenía veinte años, poca imaginación y un futuro muy lúgubre. La ciudad te hace eso a veces; te come vivo y te succiona en su trampa antes de que puedas dar el primer respiro. Ya sin ilusiones y sin sueños, fue muy sencillo atarlo a mis visiones, atraerlo hacia mi mundo y hacerle pensar que desde un principio todo había sido fabricación suya. La mente es el peor enemigo. No tardó mucho en ver el mismo azul que yo. En consecuencia nos hicimos amantes durante la octava luna, cuando habíamos corrido tanto que el norte se había convertido en el sur de nuestro oeste. La brújula se había desviado por fin. Llegué a reír hasta el punto que me doliera la panza, pensando que me sentía libre y que los límites de mi jaula se encontraban en un perpetuo techo estrellado.

Quizá no importaba tanto robar si podíamos escapar. No sé qué buscaba, pero al alejarme de las luces, de los ruidos, de los gritos, de la constante pelea; al encontrar un lugar donde el silencio macabro se rompía con el sonido de las olas y el revolotear de las gaviotas… supe que ya no buscaba nada más.

- Recuerda, te traje al paraíso, le susurraba a Murdok y él sonreía.

La soledad significa aprender a estar con uno mismo y yo me odiaba por toda la carga de los genes que traía, por la forma en que había crecido tan llena de carencias; pero sobre todo por la manera en que me sentía cuando admiraba mí rostro en el espejo. Era algo contra lo que siempre luchaba, la innata pelea que jamás pude aceptar. Murdok fue mi excusa para dejar de pensar en mí y concentrarme en alguien más, como si por primera vez despertaran mis instintos maternales y resurgieran con más intensidad y dedicación.

El tiempo vuela cuando no te interesa saber quién eres. Te vuelves el mundo y te comes al infinito. Dejas de pensar y aprendes a percibir. Son ilusiones que sólo se aprenden en las entrañas de la soledad compartida.

Vivía en un engaño. En un sólo segundo pude darme cuenta. Un día miré a los ojos de un hombre viejo y gastado y me entró un escalofrío terrenal por toda la vibra negativa que sentí en un único instante pasando en cámara lenta, fracción por fracción. Vi lo que era y lo que no quería ser. Sentí lo que quería y viví lo que temía. Entonces me di cuenta que el mundo es hermoso pero sólo en rincones escondidos. Yo vivía un engaño. Era una niña dependiente, caprichosa y parásita que corría porque pensaba que el viento era más fresco, más intenso, del otro lado. Me escondía de lo que yo era, de lo que más miedo sentía. Echando culpas sin siquiera ver mis propios defectos, trataba de ocultarme bajo mi propia mediocridad.

Estar dentro del mundo era como estar parada viendo mi reflejo a diario; la misma faceta, las mismas fibras, el mismo color.

Fue entonces cuando dejé a Murdok y decidí regresar… regresé porque el cambio siempre se da desde adentro para afuera. Cuando estás arrastrándote por los suelos, no hay de otra más que levantarte de un golpe súbito y hacer un esfuerzo, o al menos tratar.

Texto agregado el 29-06-2005, y leído por 176 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
29-06-2005 buen manejo del lenguaje! Casi siempre refleja nuestra visión de la vida y se estremece nuestra fibra cuando nos escuchan con la vista.Saludos! compa
29-06-2005 Buena fluidez, ´me gustó mucho, mis estrellitas ***** ichtus
 
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