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Inicio / Cuenteros Locales / tulito / Un año más, una paloma menos.

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Estiré la mano al primer petrolero que alcancé ver. Siempre es un poco difícil encontrar un taxi la primera mañana del año. Se me ha hecho costumbre tomar taxis petroleros, siempre puedo regatear un poco más que con un taxista que va en un gasolinero.
Me costó un poco agacharme para hablar con el taxista. No es que estuviera borracho, pero sí tenía mis cervezas encima.
—Buenos días, estoy yendo a Comandante Espinar con Piura...
—¿Comandante Espinar? ¿Eso es Miraflores, no?
—Sí, en la esquina con Piura me quedo.
Se estiró y quitó el seguro de la puerta.
—Ocho soles, sube hermanito.
Normalmente pago seis o siete soles. Subí y me desparramé en el asiento, en quince minutos estaría en mi cama durmiendo.
Me estaba colocando el cinturón de seguridad cuando el taxista empezaba a arrancar (y a romper el hielo). Y no es que me disguste hablar con los taxistas, pero hay momentos en los que uno sólo quiere cerrar los ojos y llegar lo más pronto posible a su destino. Y este era uno de esos momentos.
—¿Y qué tal recibiste el año, hermanito?
Abrí los ojos y esbocé una sonrisa. Miré al taxista, no era mayor, calculo que a lo mucho bordearía los treinta.
—Ahí, bien... La pasé con los amigos, unas chelas...
—¡Uy! ¡Sin hembritas! No pues, hermanito... Año nuevo, hembra nueva...
Palpé mis bolsillos buscando mi cajetilla de cigarros. Me puse uno en la boca y con la otra mano saqué el encendedor del bolsillo de mi camisa.
—No pues... Sí habían hembritas, pero eran amigas, la pasamos de puta madre.
—¡Ah! ya... así sí pues, no quería pensar mal de ti... ¡Y además con la camisa que traes puesta!
Estaba por encender el cigarro, miré mi camisa, miré al taxista y estallé en risas. La camisa que llevaba efectivamente era rara. Tenía un diseño sesentero con bolas en gamas desde el amarillo hasta el naranja, parecía más una cortina de ducha antigua que una camisa.
Encendí el cigarro. Terminamos de reírnos cuando pasábamos frente al Jockey Plaza. Frente a nosotros pasó corriendo una pareja cruzando la Javier Prado por donde no se debe cruzar.
El taxista, canchero como él mismo, hizo un par de maniobras y los evadió hábilmente. Cualquier otro los hubiera atropellado. Volteé y los vi tropezarse y caer riendo a una berma de tierra.
—¿Has visto, hermanito? ¡Y después dicen que los brutos somos los choferes!
—Qué tales huevones... Teniendo el puente peatonal en sus narices. País de mierda...
—Aguanta hermanito, no te metas con el país, ¡la gente! ¡Gente de mierda!
—¡Ja, ja, ja! ¡Sí! ¡Gente de mierda!
Guardamos silencio por un rato. Yo fumaba tranquilo y veía las calles, a la gente que empezaba a salir. Un Tico repleto de gente trataba de pasarnos, lo manejaba un gordo en con el torso descubierto y empapado en sudor y con pica-pica pegada en el rostro grasoso. Una mujer que estaba de copiloto con un niño en las faldas y una botella de cerveza en la mano, hacía brindis con los cuatro compañeros (dos parejas) del asiento trasero que llevaban a un quinto compañero que iba atravesado sobre los muslos de las dos parejas y sólo levantaba un brazo para agitar una pequeña matraca.
—Mira a estos huevones... ¡Pobre Tico, carajo!
El taxista los miró, sonrió y pisó el acelerador. Los dejamos atrás en cinco segundos.
—¿Vamos por Camino Real o bajamos por el Zanjón?
Lo miré, pensé rápido y le respondí.
—Por el Zanjón la hacemos al toque.
Creo que cabeceé un par de minutos porque desperté con la voz del taxista.
—¿Subimos por Aramburú o Angamos?
—Aramburú —respondí bostezando—.
No había un alma en las calles por esa zona. Cruzamos Petit Thouars, la Arequipa, y no se veía un auto hasta el óvalo Gutiérrez. Sólo se veían unas cuantas palomas buscando semillitas de los árboles en la pista.
El taxista empezó a acelerar, nos acercábamos rápidamente a un grupo de palomas frente al Colegio de Abogados. Miré al taxista, miré a las palomas. Cerré los ojos como queriendo no ver. Las palomas volaron despavoridas.
Un par de cuadras antes de llegar al óvalo había una paloma comiendo distraída a varios metros de nosotros. Miré al taxista de reojo, miré a la paloma que trató de alzar vuelo. Cerré los ojos. Estiré los pies como queriendo frenar y escuché un golpe seco en el parabrisas.
Abrí los ojos y vi al taxista sonreír. Volteé rápidamente y vi cientos de plumas como detenidas en el aire y debajo de éstas, en la pista, la paloma daba sus últimos aleteos de vida. La perdí de vista.
—¡Mi primera palomita del año! ¡Casi se me escapa la pendeja! Ya van como siete que me bajo desde que taxeo...
Quise responderle, quise partirle la cara, quise decirle muchas cosas pero no le dije nada. Lo miré y comprendí que no era su culpa, que simplemente actuaba así porque sí, éramos diferentes y punto. Nada de lo que pudiera decirle cambiaría las cosas. Cruzamos Angamos.
—En la esquina con Piura me quedo.
Le di los ocho soles y sonreí.
—Un gusto pues hermanito, que pases un feliz año...
—Igualmente... Suerte pues, nos vemos —le dije—.
Me quité el cinturón de seguridad, abrí la puerta y bajé del auto con una estúpida sonrisa. Caminé unos metros hacia mi edificio y vi un grupo de palomas en la vereda. Se me endureció el rostro.

Texto agregado el 26-06-2005, y leído por 278 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
11-09-2007 Què bien escribes! Este relato me hizo recordar muchs cosas de Lima, una de ellas, el tràfico infernal y desordenado que habìa un dìa cuando nos llevaron a pasear, sòlo que no recuerdo los lugares, pero sì me acuerdo de Miraflores, ya que ahì fuimos a comer. Me encantò el relato, felicitaciones. doctora
30-11-2006 parece que se "nos" va endureciendo a diario Nocturna
06-07-2006 Muy bueno, hablas de cosas que conozco "país de mierda" el taxista tiene razón es la gente. gamalielvega
27-12-2005 Buena prosa,...como siempre...quizá algunos ajustes aquí y más allá, pero bien, muy bien... aukisa
22-12-2005 no recuerdo cual es la calle piura que se cruza con comandante espinar. Y mas seguro es ir por Camino Real cuando vayas en taxi. Fijate en los tiempos. tiene buen ritmo, se deja leer. slds AdeRoncal
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