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- Ahora, acércate a mi (ella toma su cabeza y la aprieta contra su pecho, con una mano acaricia su pelo y con la otra recorre su espalda), no te sientas solo, yo estoy aquí para lo que necesites.

Sus mejillas sentían el calor de sus pálidos senos, su cintura, que en un primer momento estaba muy lejos de la de Rebecca, tímidamente se iba acercando a la de ella, hasta que los dos quedaron unidos por todos los desniveles de su cuerpo, su eterno vestido negro parecía inexistente, como si pudiese sentir a través de ese traje todo lo que había debajo de el; cada poro de su piel, cada pliegue, sus abismos y alturas se traslucían al tacto de Edvander, como si las prendas de ambos fuesen solo pinturas que los cubrían del cuello hacia abajo. A veces ella sacaba la cara de su hombro y la cambiaba de posición, rozando sus rubios cabellos por su nariz y sus ojos, el cambiaba el ritmo de su respiración y trataba de que el aire tibio llegara a su cuello y parte de su espalda, sus adolescentes manos se deslizaron desde su cintura hasta el fin de su espalda, sin hacer ninguna fuerza para que pareciese un movimiento sin intenciones. Llevaban varios minutos así, sin decirse nada el uno al otro, solo escuchando al viento y los pasos de los mayordomos caminando por pasillos lejanos, un exquisito concierto de sonidos indefinidos para un momento sin nombre.

De pronto un ataque de moralidad invadió su cabeza, suavemente de separó de ella y se alejó de la habitación, se dio cuenta de que aquel acercamiento tocó el limite de la confianza entre Rebecca y el… y quizás lo traspasó, aquello se había tratado solo de un abrazo, uno tibio y apasionado. Paró y se dio vuelta a mirarla, para ver si su cara expresaba asco o placer por semejante muestra de afecto, pero se volvió a encontrar con esa expresión inmóvil, hermosa y omnipotente, que para un ser humano común no significaría nada, pero para el, ¡oh maldita mirada!, sus ojos medio dormidos traspasaban y hacían pedazos su presencia, le pedían explicaciones, le daban las gracias, lo rechazaban y a la vez lo aceptaban, lo castigaban y a la vez le decían que hoy había llegado un paso mas allá, y todo al mismo tiempo, todo eso salía de esos ojos insolentes y tiernos, profundos e inertes. Dualidad, multiplicidad, ¡infinidad de mensajes en aquella figura!

Texto agregado el 23-06-2005, y leído por 123 visitantes. (0 votos)


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