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El Eclipse


Solo se escuchaba el ruido del tren sobre los rieles, era de noche y estaba solo en la estación que unía El Ombú con la ciudad de Arenisca, lugar donde viví toda mi niñez y adolescencia, y en la que tuve mis más dolorosos recuerdos. Estaba muy frío y nunca pasaba el tren que me lleve a Arenisca, todos volvían de allí pero ninguno iba hacia allá. No me parece raro que nadie vuelva, debo ser el único. Después de hacer cuatro tediosas combinaciones de trenes, esta ya era la ultima, y algo dentro mío me estaba diciendo que no lo tome, que no vuelva, que siga la vida que venía llevando, que olvide todo mi pasado, que siga adelante con mi existencia, pero no, soy porfiado y quiero volver, quiero ver una vez mas esa maldita ciudad. Llevo horas esperando y no pasa ni un alma por esta estación, ¿Será que ya nadie viaja en vacaciones?, parece que la plata anda escaseando por estos pueblos para malgastarla en un boleto. Que frío la gran puta y este tren que no viene.
En esta época hace veinte años hacía un calor para matar lagartijas, ni las golondrinas venían, después del eclipse el clima se volvió loco, cambio de la noche a la mañana y la mañana se volvió noche, todo el mundo estaba alterado, se tuvieron que cambiar los relojes doce horas por una noche que duro dos, las cosechas se pudrieron, los animales morían de pié y todo aquel que dormía mientras duró el eclipse nunca mas despertó, mi hermanita fue una de ellas, mis padres la castigaron por romper un espejo (el espejo lo rompí yo) y la mandaron a la cama sin postre y no pudo ver el eclipse, y murió.
En buena hora, ya me estaba congelando. A lo lejos se veía una pequeña luz que venía de Perlavista, una gran humareda se veía salir de la trompa de aquel caballo de acero, se empezaban a escuchar los chirridos de los frenos roer el metal de las vías y el grito del silbato anunciaba su llegada, el tren me pasaba a llevar a mi pueblo natal.
Las cosas resultaron extrañas después del eclipse, el funeral de Luz; mi hermanita, los animales, la noche, y la locura de ciertas personas a las que les había afectado ver el eclipse. Era algo muy raro, les agarraba sin previo aviso, incluso años después de ocurrido todo, se les despertaba un ansia incontenible por despedazar todo lo que se les cruce por el camino, el odio los cegaba de toda cordura, hasta al gobernador le brotó la enfermedad diciendo un discurso en la plaza principal de Arenisca, empezó a gritar, a tener convulsiones, sus guardias lo trataban de contener, pero él los golpeaba y revoleaba con una fuerza criminal increíble, incluso a uno, le arrebato su revolver y empezó a disparar a diestra y siniestra, mató a dos policías, al ministro y a su mujer, fue ahí cuando tuvieron que sacrificarlo como a un animal, dos tiros limpios a la cabeza que explotó como una naranja podrida al caer. Esa ley la había decretado el mismo para todo aquel ciudadano que se le despierte la locura del eclipse (que paradoja).
Por fin terminó de frenar, con el frío de la noche los vapores del tren convertían la estación en algo siniestro, bajaron ocho personas y el guarda, que sorprendido me miró. Era Juan “Ardilla” Montenegro, un amigo de la infancia con el que siempre jugábamos al fútbol y perseguíamos colegialas. ¿Qué haces? Tanto tiempo, ¿Volvés al pueblo?, Solo por un tiempo, vengo a ver a mi madre, tuvo un infarto y esta internada, pero fuera de peligro. Si, sabía lo del infarto, pero nunca se me ocurrió que volvería a verte, subí, dale, que nos vamos a congelar y así hablamos un rato y recordamos viejos tiempos. El tren arrancó la carrera, y el vapor tapaba de vuelta la Estación El Ombú, la veía alejarse mientras me sentaba, Juan se había ido al vagón-comedor para decirle al cocinero que prepare algo de comida para mí, que la verdad no probaba bocado desde hoy a la mañana salvo los quince litros de café que me había tomado todo el día por los nervios de reencontrarme con mi casa. Mis viejos siempre me visitaban para las fiestas y para mi cumpleaños pero yo jamás había querido volver al pueblo.
El entierro de mi hermana fue muy triste y desolador para mis viejos, yo creo que mi padre murió con ella, era la luz de sus ojos y el siempre se lo decía, estaba por cumplir nueve años cuando pasó lo del eclipse y nunca se perdonaron por su muerte, es al día de hoy que estoy seguro que se culpan por haberla mandado a dormir. Ese día había un sol cegador, como si el cielo quisiera gritar y por lo menos treinta grados de temperatura a la sombra, fue el ultimo día que el sol brillo en Arenisca. Mi padre le compró el mejor ataúd que pudo conseguir, lo hizo traer de la Capital, era todo el borde bañado en oro, como así también las manijas para levantarlo, pesaba como una tonelada, y por dentro tenía una tibia seda blanca que la protegía y la acariciaba. En el velatorio, mi madre la había vestido con un traje de puntillas blanco y la rodeó con un círculo de rosas, se veía hermosa, la expresión de su rostro era de alegría, como si estuviera feliz, hasta parecía que se estaba haciendo la dormida, nunca olvidaré a mi hermana, por lo que era y por lo que hubiera sido.
Cuando volvimos a casa nadie habló hasta el otro día, mi padre compró una pizza y nadie comió, mi madre se fue a acostar temprano, se sentía desahuciada, todavía era de día, mi padre se fue a sentar en el porche de mi casa, solo lo oía sollozar y secarse las lagrimas mientras tomaba una cerveza, parecía un chico al que le habían robado su juguete, yo lo observaba de la casa del árbol, habrá estado como dos horas lamentandose hasta que sin darse cuenta se quedó dormido.
Luego de quince minutos apareció Juan sonriente diciéndome que pasemos al vagón-comedor, que ya estaba todo listo. En el tren había muy pocas personas, dos o tres familias y unos cuantos pasajeros que viajaban solos, como yo, tal ves volviendo luego de años al pueblo a recordar viejos resquemores; como yo. El vagón-comedor estaba vacío, Juan había hecho trabajar al cocinero y al mozo solo por mí, me sirvieron un delicioso plato de pastas con salsa bolognesa y salsa blanca, igual que mi vieja los domingos al mediodía luego de despertarme de una noche de sábado por los bares con mis amigos, con Juan el ardilla, el loco Méndez, Ramiro calabaza Segovia y Martinico Juárez. Todo me recordaba a mi pasado, cada estupidez me recordaba el barrio, mis amigos, mi casa, mis viejos, mi hermanita, todo, me llegaba a quedar sin aire mientras comía y lo veía hablando a Juan, contando las fiestas, las mujeres, las noches que nos emborrachamos juntos, parecía que toda una vida volvía a entrarme por la boca, los ojos, mis oídos, hasta que me levante y corriendo fui al baño del tren y vomité todo mi dolor, y lloraba mientras lo hacía. ¿Estas bien? ¿Che, que té pasa, no te gustó la comida?, decime y ya mismo hecho a patadas al cocinero. Juan luego me llevo a mi camarote, me recosté y sin decirle ni gracias creí desmayarme del cansancio, habré dormido ocho horas sin darme cuenta, hasta que Juan entró a despertarme para que vaya a desayunar. El día estaba bastante nublado, como era de costumbre, oscuro. En el tren había mas gente, todos estaban desayunando, habrían subido en los otros pueblos mientras yo dormía, no se, en realidad estaba el vagón totalmente completo. ¿Por qué hay tanta gente? Lo que pasa es que se cumple el vigésimo aniversario del eclipse, y la gente viaja a Arenisca para ver si pasa algo, no sé, otro eclipse, por simple curiosidad para ver algo que no conocen, se decía que habían sido extraterrestres en una nave espacial y que habían venido a dejar un mensaje a la humanidad. ¡Puras estupideces, como van a venir los extraterrestres!. Son gente de pueblo y creen en esas cosas. Mientras desayunaba, miraba por la ventana pasar los árboles, los campos, los animales, lo único que quería era llegar de una vez. La gente en el vagón cantaba y festejaba por un nuevo eclipse, porque pase algo nuevo en sus vidas, eso debía ser, ya están cansados de lo mismo, de trabajar para poder sobrevivir, y mal, con razón lo de los extraterrestres y la nave espacial y todas esas boludeces, ya la gente quiere algo nuevo para sus vidas, algo que los salve de la depresión, el hambre, la soledad, algo que los despierte de la rutina de sus vidas. Entonces entendí y me puse a cantar con ellos, era gente simple, sin grandes pretensiones, gente común, y me sentí bien con ellos. Me hice amigo de un grupo de mineros que venían de Grascool y estaban brindando por el eclipse a las nueve de la mañana con vodka y naranja, nos pusimos a cantar el himno de los mineros y nos tomamos tres botellas para las doce del mediodía, almorzamos y seguimos brindando hasta las tres de la tarde, me contaban sus historias en las minas, sobre los fantasmas y mitos que habitan en ellas, las historias de desaparecidos, las huelgas, el hambre, algunos de ellos tenían mujer e hijos y tomaban el viaje como unas vacaciones de esperanza, yo les contaba que era de Arenisca, que había estado la noche del gran eclipse y me miraban con los ojos desorbitados. También les contaba de todas las desgracias que habían pasado después de esa noche y ya parecían no escucharme, solo querían saber lo magnifico que había sido ver semejante fenómeno, así que me callé y seguí festejando. Para las cuatro de la tarde ya estaba bastante borracho así que decidí ir a tomar una siesta, total todavía faltaba un buen trecho para llegar. Dormí hasta la noche y me fui a cenar con Juan, me invito con carne asada y papas al horno, y un buen vino fino tinto para degustar la comida. Me contaba como había empezado a trabajar de guarda del tren y que nunca se había casado, pero que tenía una novia de hace cuatro años y que estaban decidiéndose en ir a vivir juntos, que querían tener hijos y que no quería dejar pasar mucho mas el tiempo. Con su novia querían abrir un mercadito y así poder dejar de trabajar de guarda, porque estaban muy poco tiempo juntos con los viajes que él tenía que hacer. Sentía mucha alegría por el Ardilla, que ya tenía su vida hecha con su mujer y por otro lado sentía un poco de envidia al verme a mí tan vació de amor y de proyectos resueltos, así que lo abracé muy fuerte, le di un beso y le deseé la mejor de las suertes, a él le cayo una lagrima y también me abrazo con mucho cariño deseándome lo mismo y que a ver cuando iba sentar cabeza, charlamos muchas horas, reímos y bebimos el vino brindando por todos nuestros amigos del alma.
Luego el aire se sentía extraño, se había levantado viento y estaba bajando la temperatura, me fui a mi camarote y me senté a mirar por la ventana, no tenía sueño, y no quería perderme el paisaje que brillaba a la luz de la luna. El tren avanzaba lentamente, como acunándome y se sentía en su andar un ronroneo sobre los rieles que me relajaba mientras observaba el horizonte. Sentí un disparar en mi cabeza, eran los desfiles del día de la independencia en la calle principal que me volvían a la mente, veía la imagen de mi padre con mi hermanita en brazos agitando banderines, y mi madre acariciándome la cabeza mientras disfrutábamos pasar el desfile. Las lagrimas me caían solas por mi cara mientras sentía el alivio de un buen recuerdo, los recreos en el colegio San Agustín de los Remedios, los fulbitos en la cancha del club de Infantería, las noches en el Monte de los Enamorados, mi primera novia, Carmen, la vez que le robe el auto a papá para ir al Monte con ella, las caricias, los besos, el miedo, el éxtasis, las risas. Y de repente una luz que me cegó y empezó a elevarme, estaba totalmente inmóvil, sentía que tampoco respiraba y me seguía elevando, me sacaba de mi camarote, atravesaba el techo, la madera, y sentía el tren abajo mío y yo que seguía a su misma velocidad pero volando, hasta que se oscureció todo y estaba flotando en la nada, en el vacío, pero me sentía tranquilo, había una sensación de paz en el aire que me relajaba. Pensé que había muerto, paro cardíaco, embolia cerebral, algo, pero no, todo parecía más vivo que nunca, sentía mi cuerpo totalmente vivo, mi piel estaba caliente, sentía el correr de la sangre por mis venas, me quemaban, mi mente funcionaba como nunca lo había hecho en años, las ideas fluían y estaba en paz conmigo, no lo podía creer, no tenía culpas, temores, miedos, la vida me parecía maravillosa. En un momento pareció detenerse el tiempo y vi una luz azul acercarse desde lo lejos. No, no puede ser, no puede ser real lo que estoy viendo, era ella, tan pequeña como la ultima vez que la vi, si, era ella, era mi hermanita, Luz, hermosa, estaba flotando en el aire conmigo, me miraba y sonreía, yo estaba helado, me pasaba la mano por la mejilla y me acariciaba, yo no podía emitir palabra alguna y ella que me sonreía, me hacía sentir su paz, mi paz, estaba preciosa, las lagrimas me corrían a borbotones, “No llores, no estés triste, yo estoy bien y siempre estaré cuidándote a vos, mi hermano mayor, a Mamá y Papá, no llores, sé feliz y yo seré feliz, te amo hermanito, tanto como vos me amas a mí, Siempre estaré adentro tuyo para ayudarte” .
La luz desapareció. Hermanita no te vayas, perdónanos, no te vayas, te quiero, té extraño. Lo único que pude hacer fue llorar. La sensación de volar estaba desapareciendo, algo me tiraba hacia abajo rápidamente, todo volvía a su lugar, mi cuerpo cayendo sobre mi cuerpo y de vuelta sentir la no-sensación de estar vivo, el miedo, el temor a la muerte, y me desperté.
Estaba sentado en mi camarote, observando el paisaje, la ventana, el techo, el ronroneo del tren, yo. Pasaron unos instantes hasta que me di cuenta de lo que había pasado, mi pasado, mi hermanita, tan preciosa se veía flotando, y la paz, de vuelta en mí, la paz de saber que ella estaba bien, me había visitado, o yo la había visitado, la paz. Ya era de día, y se empezaban a ver las primeras casas de Arenisca, la gente, mi barrio, mi casa. El tren llegó a la estación, los vapores ya no se distinguían, se oía el freno en los metales, baje y Juan que me abrazaba. Y mi viejo esperándo en el borde de la rampa, con su gorra, su campera marrón, su mirada fija, su presencia siempre decía mas que mil palabras, corrí y lo abracé tan fuerte como pude, y él que me palmeaba la cabeza, llegaste cabezón, ¿Mamá como está? Esta bien, te está esperando en casa, haciendo reposo, ¿Y vos cómo estas? ¿Hasta cuando te quedás?, Estoy bien Papá, vine a quedarme, no me voy, ahora no me voy.
Subimos al viejo Ford y seguimos los dos camino a casa, mientras el sol brillaba mas fuerte que nunca...


FIN















Texto agregado el 08-09-2003, y leído por 325 visitantes. (0 votos)


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