Hay surcos en su rostro marcando los años que, como caminos han pasado por su vida, el color plateado casi ha colmado su cabellera y tiene en la mirada el dolor y sufrimiento de quien lleva un peso grande cargado en los hombros. Su semblante sentado y la mano fuerte mantienen la lucha rutinaria del trabajo que va desgastando el canela claro de su Piel.

Las horas pasan y su espera se vuelve eterna; al verme llegar no cruzamos palabras, solo le basta que este sano y esa es su mística, mística que crea una simbiosis de cariño entre ambos y está presente como su sangre que recorre en mí y se queda en mi corazón donde siempre estará, porque cuando era niño fue mi maestro, en mi adolescencia fue mi guía y hasta la muerte será mi amigo.

Escrito una noche del 18 de Junio del 99
en la clase de radio, inspirado en ese gran
ser que me ha dado más que la vida, el
orgullo de poder llamarlo papá.