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Inicio / Cuenteros Locales / TINTIN / El perro, el gato, la foto y la perrera municipal

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El día era caluroso. Tras la ventana de mi estudio nada se oía salvo los gritos acompasados, que llenos de odio, clamaban por una buena sombra, con el acecho del sol por sombrero, al amparo de frondosos árboles esparcidos por la calle, aquellos salvajes y escurridizos animales, perros, gatos, lagartijas, y ratolines llegados de la brusca noche para alimentar sus vacíos buches otro día más.

Tras un espeso matorral en una jardinera junto a la fachada del mercado principal, se debatían a duelo un lindo gato, grisáceo y de grandes bigotes con un peludo can negruzco y de orejas caídas. Todo, por un simple trozo de pescado, o de carne, ¡qué sé yo!. En cualquier caso el desafío estaba echado. El hambre acechaba y los demás felinos y caninos animales observaban tan cruel batalla que en unos segundos iba a comenzar.

Sentado en mi camastro mis ojos se retaban por mirar una foto sobre el estudio o el apasionante combate que tenían que resolver ciertas especies animales. Al perro no sé si le gusta el pescado, y el gato mucha hambre debía tener para enfrentarse a alguien más poderoso que él. Aunque hoy en día todo es posible, no hay enemigo pequeño ni contrincante tan feroz como parece. Esa foto entre mis manos era algo tan importante para mí, que dejé a aquellos dos infelices disputarse la comida sin mi perversa mirada, tanto me daba que ganase uno u otro, al fin y al cabo los dos tenían el mismo derecho a comerse los restos que habían encontrado. Una duda, ¿quién llegó primero al lugar de tan exquisito manjar?. No lo vi, porque estaba mirando esa carita tan hermosa de mi dama en la fotografía, pero apostaría por el gato. Su erizado pelo cuando se enfada le hace temible ante sus victimas. O quizás el perro, podría apostar por el chucho que pone fuera de su boca unos colmillos afilados, tan parecidos a los del Hombre Lobo, que dan mucho miedo. Posiblemente el calor los apacigüe y se repartan el manjar. Que no se descuiden, porque sus compañeros no les quitan ojo, pero de lo que hay en disputa.

¡Que hermosa es!¡ Cómo la quiero!. En fin, creo que han de cambiar mucho las cosas para que deje de quererla. Lo mío no es un reto, ni una disputa, ni siquiera llegamos a un duelo, es... Tan sólo que me conformaré con mirarla de vez en cuando, porque entre ella y yo hubo algo, lejano, en la distancia, un amor difícil de olvidar. Han de cambiar mucho las cosas para seguir unidos, algo nos separó y algo nos volverá a unir, nos ha de volver a juntar. De eso estoy seguro.

Parece que el can no se baja del burro y sigue ahí, intentando ahuyentar al felino. Pero no se queda atrás el gato, con la mirada fija a la cara y orejas en punta que ha puesto el perro. Su rabo está tenso y aún no ha retrocedido ni un centímetro. Mientras el apetitoso manjar sigue su curso de descomposición. Las miradas en los espectadores de ambos bandos se agudizan cada vez más. Están clavadas en el espectáculo y en la comida. No se definen por cual mirar más y no perder ni siquiera el olfato y quedarse sin el suculento banquete del cual creen tener derecho. Unos por amigos y otros por lástima esperan hacerse acreedores de un simple bocado que les engañe el estómago por un rato.

Demasiada soberbia es lo que veo, y mucha inmadurez ; tanto en la dama de la fotografía como en la calle donde una bandada de animales se disputan un trozo de carne, o una raspa de pescado... quien sabe, a lo mejor es una trozo de ironía y rabia disfrazada y metida en una bolsa de plástico que se le cayó al tendero del mercado, desde su cubo de basura, cuando se disponía a llevarlo al vertedero principal.

Cierro el cajón del escritorio con ella dentro, la foto claro, y me dedico a esperar el desenlace final bajo el mortífero sol de afuera donde aquellos dos individuos, gato y perro, se estaban disputando el menú del día.

Parece que el duelo sea el mismo que el mío con la dama que acabo de guardar, con la foto tras un marco plateado y un cristal que cada vez es más opaco. Yo no lo llamaría duelo, ni reto, sino empecinamiento para seguir con algo arcaico y desfasado, como si yo fuera un muñeco que cuando no apetezca se le puede tirar a la basura, o se deja de lado por otro que parece mejor. No dama mía, creo he hecho bien en guardarte en mi cajón y esperar tiempos mejores. Quizás no llegue nunca. En mi corazón siempre habrá un huequecito para ti.

Sigue clamando justicia el día ante tanto calor. Es la hora del cierre del mercado. Los viajes al vertedero principal de los que limpian sus paradas se hace continuo. Ahora nada cae al suelo. Tienen prisa por llegar a sus casas y no desean se demore más el tiempo empleado en sus trabajos.
Merodean por el lugar muchos animales hambrientos, medio escondidos detrás de algunos cubos de desperdicios, pero de aquellos dos en disputa ni rastro. No sé que es lo que ha pasado, ni quien se llevó la comida al final. Por el suelo, ni rastro de carne o pescado, alguien ha pasado agua para limpiarlo todo. Me llega un olor desagradable hasta mis narices. Por el fondo de la calle distingo un furgón de la perrera municipal a punto de iniciar su marcha. Se oyen ladridos y otros sonidos de dolor, gritos engullidos por los rayos de sol en un eco estremecedor.
El día seguía caluroso...

©TINTIN




Texto agregado el 16-06-2005, y leído por 161 visitantes. (1 voto)


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