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Inicio / Cuenteros Locales / Yago_B_P / Viaje a traves del entendimiento para encontrar el silencio y la locura.

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En ocasiones la tranquilidad es un placer que toca las fronteras de la insania. Demasiada paz resulta irreal, demente e ilusoria. En especial para alguien como Santiago, hombre acostumbrado al sisear automovilístico de la estrepitosa ciudad, que con los años lo habían convertido en un soldado más de la galaxia infernal que representa la gran urbe. Un ser cuyo cuerpo, mente y alma estaban cerca de la autodestrucción.

Decepcionado por su caótica inherencia hacia la metrópoli, decidió viajar sin rumbo en una peregrinación atea. Puso en cada paso su razón, la cual fue quedando impregnada como marca en las huellas que dejaba. Zarpó en otoño y se perdió en los confines de la Tierra y la realidad.

Decidido a no regresar hasta encontrar silencio, recorrió kilómetros y millas creyendo reconocerlo en toda esquina. Dormía pensando si la luna lo vigilaba o él a ella, y desconfiaba de sus intenciones, ¡le temía tanto!. Incluso atreviose a advertirle que no se apareciese de nuevo, pero la blanca penumbra decidió retar al viajero y a la noche siguiente su luz fue aún más brillante. Así Santiago cayó en cuenta de que era imposible entablar hostilidades con un astro.

Sus pies lo llevaron a lugares de hermosos paisajes y de tranquilidad sublime, sin embargo no conseguía el silencio que tan afanadamente buscaba. Así llegó a la costa, donde la brisa marina sembraba en él la capacidad de evocar grandes barcos; bergantines, galeones, corbetas, jabeques, fragatas y navíos de línea. Como si aquel aire trajese de mar adentro los fantasmas de grandes naufragios e imaginaba haber estado en cada uno de ellos como parte de una tripulación viviendo entre capitanes, contramaestres, timoneles y marineros. Fue inevitable para él no querer formar parte de esa camaradería de puerto, quería sentirse un lobo de mar surcando mares en busca de otros muelles. Pero embarcarse le parecía una idea ingenua que probablemente sólo metería más ruido en su tormentosa cabeza.

El salobre océano se levantaba con furia negra bañada de platinos reflejos lunares, un muro de imponente fuerza que respetuosamente un pescador observaba sentado en su catamarán posado sobre la arena. Rodeado de sus redes de pesca yacía bajo las estrellas condenándose a ser un simple espectador del espectáculo que los astros y la mar ofrecían. Él a su vez era observado por el gigante Orión, cada una de las Pléyades y Casiopea.

Santiago gustoso del paisaje y de la apacibilidad del pescador acercose para conocerlo y cuestionarlo sobre el silencio. El pescador no contestó a las interrogantes que el peregrino hacía, se limitaba a verlo con cara de duda. Tal vez él había encontrado silencio y por eso hacía caso omiso. Así el peregrino se sentó a observarlo he intentó copiar su actividad. Era difícil, pues el pescador no le quitaba los ojos de encima. Finalmente dejó de observarlo y decidió continuar con la contemplación astronómica.

La boca le sabía a salitre y no lograba entender como es que con tanta tranquilidad no conseguía silencio. Finalmente cayó dormido y al despertar con el ruido de las gaviotas y el rumor de las olas descubrió que el pescador ya no estaba allí custodiando su catamarán.

Alejándose de la costa penetró en el monte. Subía la pendiente sin voltear la mirada, los bosques de encino fueron borrándose poco a poco hasta convertirse en frondoso pinos de altura inmensurable. El aire frío y puro de montaña refrescaba las entrañas ardientes y cansadas del viajero. Decidió sentarse en una roca al sol, descansó unos momentos y bebió de un arroyuelo que le asombró por su claridad y limpieza, pues nunca antes se había encontrado con uno del que se pudiese beber directamente. Siguió su rumbo río arriba, y en su marcha, encontró una cabaña rota, casi sin techo y puerta. Cristales rotos, tablas en el suelo, ausencia de muebles y muchos insectos dentro daban la imagen de abandono total. Pero apareció como si lo hubiese escupido la tierra un hombre profundo y melancólico.
-¿Qué le trae a estos rincones olvidados del mundo? ¿Qué le trae a hurgar en mi casa?- pregunto el ermitaño con cierta cordialidad propia de quien saluda.
-Disculpe mi intromisión, créame que no ha sido mi intención causarle molestia alguna.
-No es molestia- añadió el recién salido pretendiendo hacerle ver al viajero que gustaba de la intromisión -Estoy tan sumido en la soledad que un poco de compañía será ambrosiaca.
Usted verá, yo de niño le decía a mi padre que cuando creciese practicaría el oficio del altruismo. Al escuchar esto, mi padre soltaba una hiriente carcajada y me daba una palmada en la espalda. Sin embargo, al cumplir la edad de la rebeldía decidí comenzar mi oficio y llegué a este bosque esperando comenzar a trabajar. Sin embargo, he descubierto que he escogido mal mi profesión, pues no me gusta estar sólo y no tengo objetos materiales a los cuales renunciar, no puedo ser un buen altruista si no los tengo, pero también practicaría mal mi oficio si los codicio aunque fuese para deshacerme de ellos. Esta cuestión me tortura y a decir verdad urgía en la necesidad de contarle mi dilema a alguien.
-Mi dilema es parecido al suyo, solo que mi búsqueda me ha llevado a codiciar tan solo un poco de silencio. Espero encontrarlo en la apacibilidad de sus bosques.
Los ojos del ermitaño saltaron de sus cuencas al darse cuenta de que podría encontrar un poco de compañía permanente si lograba convencer al peregrino de que el silencio estaba cerca.
-Quédate conmigo. Aquí el silencio se escucha ¿No puedes oírlo?
-Si lo escucho, no es silencio.- Contestó Santiago dándose cuenta de que su interlocutor no entendía que el silencio que buscaba no era del tipo identificable con el sentido del oído sino con la mente.
-¿Si no lo escuchas cómo puedes saber que existe? ¿Acaso quieres volverte sordo? Yo puedo taladrarte el tímpano hasta la sordera si te quedas conmigo.
Asustado por el ofrecimiento del trastornado ermitaño decidió finalizar la conversación.
-No es lo que busco- dijo.
-Anda pues, continua tu camino peregrino. Y si encuentras lo que buscas regresa conmigo a compartirlo, pues aquí, lo único que tengo es ruido en mi alma.

Santiago se alejó poco a poco en medio de un silencio incomodo, y mientras seguía caminando diose cuenta de que las últimas palabras del altruista denotaban que este realmente entendía la naturaleza del silencio, igualmente supo que también lo buscaba y que no había podido encontrarlo mediante el altruismo. Y con esto en mente siguió su búsqueda.

Un pueblo se asomaba entre la fronda. La derruida torre de la iglesia se alzaba sobre los tejados. Era una población de verdadera belleza, antigua y limpia. Tan pulcra que pareciese que no hubiera actividad humana alguna. Adentrose en él buscando su eterno objetivo temiendo que no lo encontraría en un sitio poblado, sin embargo, sabía que no lo había logrado estando en soledad así que abrió la posibilidad de que apareciese en un sitio rodeado de gente.

Debía ser temprano, porque para su desgracia, no había ni un alma en la calle. La atención de Santiago se fijó en un taller de alfarería. Era la única puerta abierta así que decidió entrar. Sentada en su banco y moldeando una vasija se encontraba Alicia, mujer que poseía aquella belleza que todos admiran pero que nadie envidia. Le dirigió una mirada con la finalidad de llamar su atención, e inmediatamente después la acribilló con palabras.

-Saludos alfarera, mi meta es el silencio. Camino desde hace largos días sin encontrarlo. ¿Acaso eres tu dueña de ese silencio que no se oye pero que existe en la mente?
-Lo he visto, lo veo todos los días.
-¿Lo ves?
-Si, en cada vasija que termino. Cada una de ellas es silenciosa por su vacuidad. Es triste mi oficio, lo único que hago es crear vacíos. Paso horas pensando en ello, siempre tengo presente la idea de que el silencio es el vacío, cada vez que amaso el barro le doy forma a la vacuidad, creando vacíos y llenando mi mente de silencio.

“Esa mujer tiene demasiados vacíos en la cabeza, tiene demasiado en que pensar” se decía así mismo Santiago mientras salía del pueblo. Sentíase desilusionado, pues comenzaba a darse cuenta de que el silencio mental es tan difícil de conseguir como una sandía en Siberia. Tanto le enojó la respuesta de Alicia que salió corriendo del taller sin dar más oportunidad a la alfarera de explicarse. Casi corría mientras observaba la inactividad del pueblo a las doce del día.

Continuó su caminata. Cruzó ríos, lagos y selvas. Triste y desanimado se aventuro en el desierto sin comida ni agua. Vagando por los confines del mundo y su mente no encontraba más que miseria. Ruido era la constante, parecía que cada vez más se alejaba de su meta. “Tal vez el silencio no existe, tal vez son sólo ilusiones mías, maldita sea mi existencia ¿Qué me ha hecho el mundo moderno? me ha hecho incapaz de acallar mi mente, es imposible para un hombre como yo, soy un monstruo de ciudad, un ente en el mar de arena, sólo y sin rumbo. Me muerde mi propia naturaleza curiosa al no alcanzar el misterio que con tanto afán me pudre las neuronas. Soy un panal de abejas, si, eso es mi mente, una zumbante colmena llena de aguijones que se clavan en mi cabeza. Si tan sólo salieran de mi entendimiento y se quedara vacío como las vasijas de Alicia. Como envidio a ese maldito pescador que parecía tan tranquilo bajo la noche iluminada.” Y así se torturaba Santiago, se negaba la posibilidad de silenciarse. Encontró al pescador, al ermitaño y la alafarera parados en una duna, corrió hacia ellos con la finalidad de darles muerte, pues ellos representaban el sufrimiento y la agonía que sus comentarios habían causado en el entendimiento de Santiago. Pero eran ilusiones que se desvanecían en montañas de recuerdos cuando los golpeaba. Y fue entonces cuando empezó a dudar de su realidad sensible. E hizo bien en hacerlo, puesto que nuestro protagonista había perdido ya cualquier pista de realidad desde hacía varios meses. El pobre ya no sabía si su mente traviesa había creado a los personajes que había encontrado, pues ahora dábase cuenta de su estupidez al creer en la existencia de un pescador aparentemente mudo observante de astros, de un ermitaño altruista viviendo en una cabaña inhabitable y de una alfarera en una población sin ningún otro habitante visible. Todas estas personas parecían ser visiones de un demente. ¿A dónde lo había llevado su cabeza? Estaba ya totalmente desquiciado y su condición agravó al darse cuenta de ello. Se arrojó a la arena y lloró amargamente su desdicha. Comenzó a escuchar la voz de Alicia que le decía palabras no entendibles, a su vez sentía como el ermitaño le metía un trozo de madera en el oído para dejarlo sordo y veía al pescador acostado en su complicada tarea de contemplación de la nada.

Se sintió extremadamente abandonado acompañado por los tres personajes que había creado. Sufría su presencia y aunque los largara le seguían. Tomaba puños de arena y los arrojaba a sus propios ojos para no verlos más. Así terminó desplomándose en el arenoso piso pensando que la muerte sería el único remedio para acabar con sus alucinaciones que le llenaban de ira. La esperó como aquel que espera que la medicina le surta efecto, pero en vez de eso fue encontrado por una persona real quien sufrió los ataques del demente. Y así, el viaje de Santiago terminó en un hospital siquiátrico en donde ha logrado encontrar el silencio gracias a los narcóticos que sus médicos le han administrado.


Texto agregado el 16-06-2005, y leído por 309 visitantes. (0 votos)


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