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Inicio / Cuenteros Locales / guvoertodechi / · Ibarra: ¿caudillo federal o señor feudal?

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GRAGEAS HISTORIOGRÁFICAS
Gustavo Ernesto Demarchi
· Cuando un amigo se va...

Aún permanece en la penumbra histórica el rol que cumplió Ibarra en el tendido de la trampa que desembocó en el atentado que acabaría con la vida de Juan Facundo Quiroga. La poco confiable pluma del cronista doméstico Alén Lascano, a propósito de esto escribe que el gobernador santiagueño “fue totalmente ajeno al hecho criminal”, lo cual es por lo menos dudoso, dado que éste fue quien diagramó el servicio de postas que conduciría a Quiroga hacia la emboscada donde le darían muerte. Además, si se reconoce que, tanto López como Rosas fueron inspiradores o, incluso, partícipes necesarios del asesinato (ver Grageas N° 14: “Facundo, entre la desmesura y el texto”), Ibarra, obsecuente subalterno de ellos, no debió permanecer indiferente o pasivo ante el tremendo magnicidio.

De lo que no existen dudas es de su siniestro comportamiento con un amigo en desgracia, Domingo Cullen. En una vida jalonada de arrugues y bajezas, como la de Juan Felipe Ibarra, un trágico hecho terminará de delinear el retrato de tan abyecto personaje. Fue en 1838, con motivo de la muerte del gobernador santafesino, deceso que a Rosas le despejaba el camino para hacerse de la suma del poder público a nivel nacional. En efecto, tres años después del asesinato de Quiroga, la desaparición física de Estanislao López suponía que ya no quedaba en el país ningún referente del interior en condiciones de contrarrestar el creciente dominio ejercido por el gobernador-estanciero bonaerense. En tales circunstancias, Cullen asumió como sucesor de López en Santa Fe, pero sería por un breve lapso.

El “Restaurador de las Leyes” profesaba especial inquina hacia Cullen, por haber sido éste, en su condición de ministro-consejero del caudillo santafesino, uno de los pocos que en diversas oportunidades se había atrevido a contradecir al dictador, incluso a desafiarlo. Cullen propiciaba la genuina articulación federal de las provincias, proyecto hostil al centralismo de facto ejercido por Rosas. Éste se las ingenió, entonces, para acorralar al flamante gobernador; lo acusó de traición a la patria por sus supuestas vinculaciones con agentes enemigos externos y lo obligó a renunciar al cargo y a abandonar raudamente la provincia litoraleña.

¿Dónde buscó refugio Cullen cuando arreciaron las intrigas orientadas a defenestrarlo primero y a eliminarlo después? Ni más ni menos que en Santiago del Estero, territorio gobernado por su antiguo amigo y aliado, Juan Felipe Ibarra. Éste, en cierto modo, le debía la vida a Cullen quien , junto a López, lo había acogido fraternalmente en una de las tantas retiradas forzadas de su tierra natal, como ya hemos comentado. De hecho, al principio, Ibarra recibió del modo más amistoso a Domingo Cullen y se comportó como un buen anfitrión, cualidad de la cual tampoco ostentaba fama positiva, como podrá comprobarse en el siguiente acápite.

Pero volvamos a Domingo Cullen, refugiado en Santiago al amparo de la implacable persecución de Rosas. Éste, enterado de la hospitalidad brindada por Ibarra a su enemigo, desplegó una insistente campaña epistolar encaminada a obligarlo a que entregue al huésped, presionándolo y amenazándolo de la manera más burda e insidiosa. El gobernador santiagueño, de espíritu débil y acuciado por el remordimiento de haber coqueteado con los adversarios de Rosas, no tardó en doblegarse a los reclamos de éste. Ordenó detener a su amigo y compadre y lo remitió, engrillado y con fuerte custodia, al Arroyo del Medio (provincia de Buenos Aires), lugar en el cual la partida mazorquera que fue a su encuentro lo fusiló.



· Ni caballero hospitalario ni galán irresistible

Según una anécdota que cuentan los lugareños, una calurosa noche del verano de 1823, Ibarra ofreció su cama, instalada en el patio del edificio de gobierno, a un importante visitante de paso por Santiago del Estero para que pernoctara cómodo y fresco. Resulta que un enemigo suyo, sabiendo donde dormía el gobernador, se presentó durante la madrugada y descerrajó varios tiros sobre el lecho ocupado por el circunstancial invitado, quien murió. Ibarra, en cambio, salvó la vida merced al error involuntario cometido por el asesino. Nunca quedó del todo claro si se trató de una trágica casualidad debida a la campechana hospitalidad del brigadier, o si éste sabía que podían atentar contra él y, por eso, cambió de lugar de descanso.

Para la misma época de aquel incidente, Juan Felipe Ibarra, que contaba con 36 años de edad, contrajo enlace por poder con Ventura Saravia, distinguida dama de una noble familia salteña. La flamante “gobernadora” había llegado una tarde a Santiago, donde la esperaba el consabido agasajo de esponsales al que asistieron autoridades provinciales y lo más rancio de la clase alta local. Celebrada la fiesta, el flamante matrimonio se retiró a los aposentos nupciales. Se ignora totalmente lo que ocurrió esa noche, pero lo concreto es que a primera hora de la mañana Ibarra ordenó atar los caballos al carruaje que había traído a la mujer. Ésta, envuelta en el más profundo silencio, emprendió el regreso a su tierra norteña. Si bien el misterio de himeneo tan fugaz nunca fue develado, puede presumirse que, en este caso, no habría funcionado la “infalible” atracción que provocaban, entre las mujeres de la época, los varoniles caudillos federales, cuyo poder de seducción era alimentado por las leyendas tejidas alrededor de sus épicas andanzas.


· ¿Condenados a dormir la siesta ad aeternum?

Los cronistas e historiadores que reivindican su figura histórica han pretendido erigir a Juan Felipe Ibarra en paradigma del prócer local, incluso de “altivo custodio de la santiagueñidad” (sic), como han exagerado de modo pomposo. Aunque parezca mentira, es posible encontrar literatura historiográfica impregnada con dicha orientación que circula en Santiago del Estero con carácter de “historia oficial”, la cual, distorsionando los hechos, pretende justificar una trayectoria injustificable. De ese modo, subvirtiendo la verdad histórica y exaltando al funesto personaje del siglo XIX, le hacen un pobre favor al sufrido pueblo de la provincia, al cual procuran mantener en la ignorancia para que todo siga igual.

Por ejemplo, ante el dato incontrastable de que Ibarra suprimió la Legislatura provincial y gobernó tiránicamente durante décadas, afirman que así había terminado con “el formulismo jurídico” (sic) de una institución republicana de dudosa utilidad. Convalidan de este modo, que durante su gobierno no funcionó en dicho distrito mediterráneo cuerpo deliberativo alguno, salvo una sala legislativa títere que “sesionó” unos pocos años, constituyendo un caso único en la República Argentina decimonónica.

Con similar impudicia intelectual justifican la bestial represión que siguió al complot que estalló en 1840 para derrocarlo, de la que emerge la figura de doña Agustina Palacio de Libarona que enfrentó en soledad la prepotencia dictatorial. Esta mujer acompañó y asistió en prisión a su esposo, uno de los cabecillas insurgentes, que enloqueció a consecuencia de las torturas aplicadas por los esbirros del gobernador. Su heroica actitud trascendió los límites provinciales con rapidez. No obstante ello, los cronistas obsecuentes se burlan de ella diciendo que “el áurea femenina de Agustina fue inspiradora de relatos románticos y literarios” (sic), como si se tratase de un culebrón televisivo. Omiten mencionar, por cierto, los tremendos padecimientos a los que fueron sometidos estos prisioneros que osaron rebelarse contra el régimen vigente en la infortunada provincia.

Cuando los panegiristas de Ibarra incursionan en la “obra de gobierno” del tiranuelo, es tan anodino el balance que, a regañadientes, optan por reconocer la verdad con una fuerte dosis de cinismo. Así nos enteramos de que, durante treinta y un años, en Santiago del Estero no se habían editado ni periódicos ni libros, ni siquiera volantes o gacetillas (medios de expresión y lectura corrientes en otras provincias), de que había sido nula la circulación de textos de cualquier origen, de que su gobierno no había hecho nada por la educación del pueblo y, por lo tanto, se había cristalizado una situación social ignominiosa con el 97 % de los habitantes analfabetos; de que, en todo caso, el mandatario sólo se habría interesado por acrecentar el poder de la burocracia estatal, la dimensión e influencia del clero católico y la riqueza de unos pocos terratenientes, con las consecuencias que ello suponía en materia de incremento de la ignorancia, el oscurantismo, la servidumbre y la corrupción.

Por su parte, recientes estudios historiográficos han revelado una tropelía aún mayor de este gobernante. En efecto, se ha buscado la razón por la cual la lengua quichua mantuvo una masiva vigencia entre la población humilde de Santiago del Estero, mientras que en las demás provincias (Catamarca, La Rioja, Salta y Tucumán), desde mediados de 1700, la misma quedó reducida a una mínima expresión. Ante este fenómeno local en apariencia inexplicable, se llegó a la conclusión de que habría sido Felipe Ibarra quien ordenó “reponer” el quichua como idioma de uso oficial, a pesar de que medio siglo antes, Carlos III, rey de España, con el propósito de alfabetizar (el quichua fue una lengua de transmisión oral que se difundió en las comunidades aborígenes de tradición ágrafa) y de democratizar de modo limitado las instituciones indianas, había dispuesto la castellanización de los pueblos originarios de América.

La intención de Ibarra de volver a imponer el quichua relegado cien años antes, habría sido profundizar el aislamiento del pueblo provincial asegurándose una masa adicta iletrada e inculta, sin posibilidad de vinculación con el resto del país ni de crecimiento educacional alguno. La estrategia “incomunicacional” del gobernante santiagueño iba acompañada de medidas de política económica que, con el pretexto de impedir la competencia foránea, prohibían el ingreso a la provincia de mercaderías fabricadas fuera de sus fronteras, especialmente de las que provenían de las provincias vecinas.

Esto significa que el “estadista” de marras, en el siglo de la gesta emancipadora, fue más embrutecedor y reaccionario que el régimen colonial español en su extendida época de aislacionismo político-cultural y de monopolio comercial. Las tímidas reformas modernizantes, tardíamente implementadas por el referido monarca Borbón, no pudieron fructificar en Santiago del Estero, dado que se pensaba que instruir a las masas hubiera significado un peligro para la vigencia del régimen.

(Aquí conviene hacer una digresión para consumo de indigenistas desinformados: el quichua, contrariamente a lo que se pensó alguna vez, no fue la lengua primigenia de los indígenas del NOA sino que, como sucedió con el castellano después, fue impuesto por los propios españoles con el objetivo de homogeneizar el habla regional desterrando los dialectos que usaban los naturales y que perturbaban su socialización. Esto quiere decir, que su abandono por parte de las autoridades coloniales ibéricas no significó “pisotear” la lengua aborigen originaria sino cambiar un idioma impuesto por otro también impuesto, pero mejor estructurado para el ejercicio de la lecto-escritura).

Como vemos, despotismo “estático” fue el ejercido por Ibarra, ya que de “ilustrado” no tenía nada, a menos que la construcción y refacción de iglesias y conventos, tarea a la cual el gobernador dedicó especial atención, puedan encuadrarse dentro de objetivos culturales y educativos. Tales políticas públicas, habiendo sido aplicadas durante tanto tiempo en un ambiente aislado y silenciado ex profeso, habrían sido decisivas para el diseño de un tipo de provinciano conformista, indolente, ignorante y supersticioso, como se caricaturiza aún en nuestros días a los habitantes de dicha provincia.

Pero, claro, estos mismos escribas disculpan al caudillo afirmando que su mala fama proviene de “la leyenda denigratoria” (sic) que habrían echado a rodar los “afrancesados” escritores liberales y demás enemigos de la “santiagueñidad”. Aseveran que él “asumió la responsabilidad de gobernar basado en el sedentarismo que trajo a su pueblo la quietud y la paz, casi como en los cementerios, al incitar a una vida cómoda y laxa, temerosa de toda innovación y en actitud defensiva ante el mundo externo, en todo caso aprovechaba la ancestral indolencia santiagueña” (sic). Es decir que, según esta amañada interpretación, dada la endeble personalidad de la gente a la cual debía gobernar, Ibarra habría sido lo mejor que le pudo haber pasado a los santiagueños.

Entre los que sostienen este discurso, uno de los más vehementes reivindicadores actuales de Ibarra es Luis Alén Lascano. Periodista, legislador, dirigente radical, que fuera varias veces ministro y funcionario público provincial, historiador de inocultable tendencia tradicionalista, clerical e hispanista, Alén Lascano es contemporáneo de su “rival”, Carlos Juárez, el caudillo santiagueño del siglo XX por antonomasia. Emulando en muchas cosas a su “ilustre” antecesor, e invocando banderas justicialistas, Juárez condujo y dominó –fuera él mismo o por interpósita persona- la provincia, durante alrededor de cincuenta años, manteniéndola en un ominoso atraso, estancamiento e incultura, hasta que la ira popular dijo ¡basta! y forzó la intervención federal del más antiguo y hermético feudo provincial.

Ibarra y Juárez, uno en cada siglo, han sido las figuras dominantes y excluyentes de la política local, en representación de una minoría refractaria como pocas. La biografía amañada del primero de ellos, que se recibió de autócrata en Santiago del Estero hace 185 años, actúa como encuadre ideológico y argumento político para difundir la teoría determinista que cultiva la oligarquía local, principal beneficiaria del mantenimiento del statu quo provincial. Mientras sea ésta la versión histórica que predomine en escuelas y claustros universitarios domésticos; mientras se siga difundiendo la perversa concepción “siestera” que condena a priori a los naturales de la región, pocas probabilidades tendrá el pueblo santiagueño para comprender su situación y para predisponerse a hacer algo encaminado a modificarla.


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GRAGEAS HISTORIOGRÁFICAS
Hechos Extravagantes y Falacias de la Historia

Elaboradas por Gustavo Ernesto Demarchi, contando con el asesoramiento literario de Graciela Ernesta Krapacher, mientras que la investigación histórica fue desarrollada en base a la siguiente bibliografía consultada:

· Alén Lascano, Luis: “Juan Felipe Ibarra” en Historias de Caudillos Argentinos; Taurus, Bs.As., 1999.
· Alén Lascano, Luis: “Historia de Santiago del Estero”; Plus Ultra, Bs.As., 1992.
· Barba, Enrique: “Unitarismo, federalismo, rosismo”; CEDAL, Bs.As., 1982.
· Benarós, León: “El desván de Clío”; Fraterna, Bs.As., 1990.
· Bezzi, Jorge: “Don Felipe Ibarra...Tragedia, humor y romanticismo”; Blush (web),2002.
· Bobes, Ivana: “Ibarra”; Monografías.com (web).
· Busaniche, José Luis: “Historia argentina”; Solar, Bs.As., 1984.
· Curiotto, José – Rodríguez, Julio: “¡Arde Santiago!”; El Graduado, Tucumán, 1994.
· Dandan, A.– Heguy, S.: “Los Juárez. Terror, corrupción y caudillos en la política argentina”; Norma, Bs.As., 2004.
· Fernández, Fernando: “El dictador”; Corregidor, Bs.As., 1983.
· García Hamilton, José I.: “El autoritarismo y la improductividad”; DeBolsillo, Bs.As., 1998.
· Halperín Donghi, T.: “De la revolución de independencia a la confederación rosista”; Paidós, Bs.As., 1972.
· Landsman, Manuel E.: “Las políticas de las lenguas en Santiago del Estero”; UN Stgo. del Estero, 1998 (web).
· Luna, Félix: “El año XX. La democracia bárbara” en Historia Integral Argentina – tomo I; CEDAL, Bs.As., 1975.
· Luna, F. y otros: “Estanislao López”; Planeta, Madrid, 1999.
· Montaner, Carlos A.: “Las raíces torcidas de América Latina”; Plaza&Janés, Barcelona, 2001.
· Paz, José María: “Memorias del general”; CEDAL, Bs.As., 1967.
· Peña, Milcíades: “El paraíso terrateniente”; Fichas, Bs.As., 1972.
· Ramos Mejía, José María: “Rosas y su tiempo”; Emecé, Bs.As., 2001.
· Saldías, Adolfo: “Historia de la Confederación Argentina”; Hyspamérica, Bs.As., 1987.






















Texto agregado el 16-06-2005, y leído por 1503 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-01-2009 Quiero contactarle... estoy por publicar una revista cultural y literaria en Santiago me gustaria que tu ensayo forme parte de el proyecto... le dejo mi mail para que me contacte... c_e_arganaraz@hotmail.com carloargo
 
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