Sé que esta vez te alcanzaré, pese a mis dolores, pese a mis sospechas, por primera vez creo en mi intuición y ésta me dice que hoy por fin tus ojos me acariciarán,y elevarán al espíritu agotado, aquél que vive en ansia permanente de encontrar la mirada que le permita brillar sin miedo.

Inquieta estoy de no conocer tus anhelos. ¿Pero cómo hacerlo si siempre has estado tan lejano? Angustia siento porque no creo lo que veo. Aquella carta tuya que reclama mi presencia y que desde que llegó ha guiado mi caminar. Porque así fue, desde que tus letras me hicieron consciente de tus inquietudes, aquellas que encendieron las mías hacia el cielo, ardiendo ansiosas por encontrarte, incrédulas de que tus pensamientos por fin giraban alrededor mío, siempre motivados por los párrafos que cada tarde de domingo recibías a través de intermediario ignoto, justo al iniciar tu semanal recorrido por aquel parque donde hice tu feliz descubrimiento.

Te vi una mañana y desde entonces te tengo preso en mis pensamientos, tras haber copiado cada centímetro de tu rostro en mis recuerdos. Sólo basto un par de minutos para que mi pasión comprendiera que en tu mirada yacía su alimento. Mi corazón latió fogoso y agitó mi respiración a tal punto cuando te vio allí sentado, leyendo ensimismado, viviendo con intensidad la historia que a tu corazón llegaba, totalmente ajeno a todo, pero convirtiéndote con esa lejanía en la motivación de mis movimientos. Desde aquel día me moví hacia ti, aunque siempre desde lejos. Observaba tu abstracción, olía tu intensidad, admiraba tu silencio. Sentada a varios metros de ti, detrás, siempre detrás, para asegurar mi anonimato.

Misterio es lo que nos une, pero hoy me verás y eso me bastará para vivir en sosiego. Después de ello mi alma se irá a descansar, y contemplará gozosa el premio recibido. Existirá en tu memoria y, por fin, estará dispuesta a dormir sin miedo. Tu mirada me liberará y sólo entonces serás mío en silencio.
Cierro los ojos y respirando hondo salgo en tu búsqueda. Paciencia, ya llego.