Es absurdo seguir buscando a Juan. Y cuando decido volver a casa recuerdo que no recuerdo haber sacado mis llaves. Y espero a encontrar una cerrajería abierta o busco una escalera que llegue al noveno piso. Espero, pues escaleras eternas no se han inventado aún, que yo sepa. El teléfono público suena. Esto se me volvió esto la peor película gringa de bajo presupuesto, tanto que apesta... Supongo que alguien quiere hablarme.

- ¿Sí?

- ¿Y dónde está Juan?

- No sé, ya ni me importa.

- Tenés que seguir buscándolo.

- Quiere decirme, ¿quién es usted?

- Soy yo.

Histérica, cuelgo el teléfono y salgo corriendo, pues tiene el mismo sonido de mi despertador, y lo sigo oyendo, ahora sé porque lo hace, claro, donde quiera que vaya, el teléfono público más cercano está sonando.

- ¿Que hago?

- El metro es el medio más rápido

He corrido tanto que no sé ni donde estoy, y trato de encontrar la estación más cercana.

- ¿Señora, puede decirme donde está la estación?

- Hija, el tren se acabó hace siglos....

Senil y todo, ¡carajo!

- No tren, metro, eme - e - te - ere - o ¡M E T R O!

- ¿De que hablas, te pasa algo, hija?

Queriendo enviar al diablo a la vieja, desistí en mi empeño de preguntar.

Veo un reloj sobre unas letras azules que dicen ‘Industriales’. Creo que voy llegando.