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De uno de esos bailes: Fandango o como quiera él mismo llamarse. Y de uno de mis viajes, si, de esos que nunca hago por perder mi vida en intentar vivirla; conocí al objeto de mis frases, no todas como pretendería el amor y el destino desvivir o vivir para y por alguien. Sino frases como las que aquí escribo sentado en un cacharro viejo, cómplice de mis escapes.

Fumando un cigarrillo la recuerdo, taquiti tápata! Con sus zapatos de suela clavada como suelo decirle a sus tacones. Moviendo sus muñecas como humareda salida de fogata; como remolino de rápidos de ríos (que si redundo es por mí, y solo por querer cantar lo que escribo, y explicar mis errores) ¿Se puede uno enamorar de un talón, unas manos y un baile?. Claro, utilizando a Lucía como excusa y utilizando su excusa para ser. Porque si soy es por sus manos y sus manos como el viento, entonces diría que de viento soy.

Empiezo mi diario no por empezar a ser, sino por banalidades cuadernísticas de viaje, porque en mi camino se ha cruzado con un libro, que no es libro sino cuaderno y que mejor excusa que Lucía para él.

Lucía y su Fandango, se tienen como hojas de un mismo otoño rojo. Se tienen para gente que camina y se enamora cuando siente por ejemplo un ventarrón en su mejilla. Cuando sentado a medianoche no comienza ni termina de llenar con los dibujos de las letras y los signos, que como ella va moviendo, yo las guío en un baile que procuro nunca terminar.

Mirando su figura, con un lápiz y una Pentax del setenta o eso mismo se aparenta. Porque como el verde del cacharro ya su negro se despega. La veo desde este mismo banco que mi cuerpo ya acostumbra a delinear. La he seguido en su Fandango en su baile de locura pasional, pero nunca nada hablado o por mi boca he figurado nada nunca hacia ella, por temor. Temor a que el baile pierda magia o que el lápiz ya no dance. No es seguro si es por mi, pero tengo la verdad de que nunca mis palabras y las otras de Lucía se encontrarán en una misma sala. O aquí en el banco de la plaza del gran centro, con sus clases de flamenco enfrente de mí.

Voy mientras cocino mas elogios a Lucía, dibujando un árbol lleno de guirnaldas. Como oreja de Lucía, como zarcillos guindando de su lóbulo. Y su pelo, del castaño de Lucía asemeja una gran fiesta de mentira.

Que de vueltas en mi espejo a mi cabeza, le he dado a la idea de encontrarla. Conocerla y sin mentiras, amarla con locura. Pero qué si ya no baila, qué si ya no juegan las guirnaldas en mis ojos. Hay espejo, si blanca nieves o su bruja me observaran en el acto, se diría que les quito sus derechos. Porque aquí y con mi imagen, y ese vidrio que otrora fue trampilla vertical, aseguro mi futuro. Ya me voy que si no es hoy, mi cacharro pierde verde en su amargura.

-Bueno Lucy o Lucía la Flamenca, no me has visto pero he parado mi camino, por verte en tu Fandango. Forma en tus labios una frase que conlleve al movimiento. Porque soy como dije por tus manos, porque si no hablo mi camino estancaría.
Voy por el mundo conociendo su belleza y la resumo en un Fandango y su Lucía.

Y voy de nuevo en mi camino con mi cacharro, mi lápiz danzarín y una idea de algún día volver a mi espalda ser delineada por un banco, ese banco que acompaña mis elogios y esa Lucía que aún sigue en mis recuerdos. Porque del espejo no salieron esas frases que mi libro descubrió.

Texto agregado el 12-06-2005, y leído por 121 visitantes. (0 votos)


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