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La historia
del Sr. Edwart








D
ejadme que les cuente la historia del famoso psicólogo que me atendió mis días turbios y luctuosos en tiempos remotos. Quizá usted mi estimado lector ya haya oído de él, pero déjeme recordárselo, pues es admirable su sabiduría.
Él era un sabio respecto a su trabajo, sabia todo sobre Freud, Piaget, Skinner y demás personajes que aportaron su sabiduría a la ciencia del estudio de la conducta humana.
Mi querido amigo el señor Edwart tenia su consultorio en el centro de la ciudad, era muy consultado y famoso por sus psicoterapias, su hipnotismo y sobre todo por sus grandes logros con sus pacientes. No había un caso que fuera imposible para él, cada paciente que le llagaba era “curado”.
El señor Edwart a los 30 años de edad ya tenia una gran fama.
Se dice que desde pequeño le interesó la psicología, pues cuando él nació, a su padre lo mandaron a un manicomio por el intento de matar a su madre y al mismo Edwart.
Conforme pasaba el tiempo la madre de Edwart lo llevaba a que mirara a su padre. Lo iban a visitar cada fin de semana.
Su padre permaneció en ese lugar hasta su muerte. Todo el tiempo que estuvo encerrado allí nunca presentó algún cambio, siempre mostraba una gran violencia hasta con los mismos compañeros, es por eso que lo tenían apartado de todo. Una vez que su psiquiatra entró a su cuarto para estudiarlo, pasaron unas cuantas horas conversando, pero de pronto el padre de Edwart empezó a enloquecer mirando al psiquiatra con gran odio y se lanzo sobre él, y así agrediéndolo y mandándolo por un mes en atención medica. También en una noche gélida intentó suicidarse en un momento de desesperación cuando estaba en su cuarto, no se sabe como se quitó su camisa y con la misma casi se ahorcaba, sino fuera sido por los vigilantes que lo detuvieron hubiera sucedido. En si, todo lo que él hacia se le avisaba a su esposa, y a la vez se le contaba al pequeño Edwart.
Así el padre de Edwart presentaba día con día actos de violencia, hasta que en una mañana lo encontraron muerto en su aposento, tenia la camisa casi desatada, su rostro arañado y se dice que murió asfixiado.
Cuando eso pasó Edwart tenia 10 años de edad, él sufrió demasiado y entonces lucho fuertemente para ser el psicólogo que ayudara a personas, no tanto psiquiatría sino algo más tranquilo.
Él iba creciendo con una locura en su mente, traía la idea de ser siempre el mejor, sin importar su alrededor, quería ser el psicólogo que ayudara a las personas para que a nadie le pasara lo mismo que a su padre.
Al terminar la primaria entró a la secundaria, y en ese entonces ya sabia mucha teoría sobre esa ciencia. El tiempo seguía su camino apresuradamente, y él también apresurado leía y leía libro tras libro sobre psicología.
Pasaron los años y fue perdiéndole atención a su vida, a su madre, a su amor. Todo olvido, menos su locura o su trauma de ser un sabio en la psicología.
Pronto entraría a la preparatoria. Para ese entonces su madre permanecía enferma de problemas respiratorios, pero a él no le preocupaba, pues sólo le interesaba ser un psicólogo.
Entonces entró a una escuela poco conocida sobre hipnotismo. Él era el alumno más sobresaliente de la clase. En poco tiempo ya había aprendido a hipnotizar.
Seguía pasando el tiempo y Edwart ya estaba por terminar la preparatoria, y su madre cada vez empeoraba, había días que la madre sentía que moría asfixiada, sin embargo a Edwart no le interesaba. Su locura por ser un psicólogo le había cegado su entorno.
Al parecer estudios de antaño que les habían hecho a la madre y al padre de Edwart decían que el padre le había contagiado una grave enfermedad respiratoria a su esposa y ella a al pequeño sabio.

Como decía Viktor Emil Frankl (psiquiatra austríaco), también decía Edwart “ he encontrado el significado de mi vida, ayudando a los demás ha encontrar en sus vidas su significado”. Sin embargo Edwart al parecer ya había enloquecido, pero él no se daba cuenta. Su suntuoso y efímero sueño de psicólogo lo había traicionado.
Él seguía estudiando, y pronto entró a la universidad más conocida en ese entonces, pues decía que él debería de estar en la mejor universidad. Sabía perfectamente todo sobre esa ciencia, tenia un excelente promedio en las materias, era el mejor alumno de la generación.
Edwart seguía leyendo como loco libro tras libro, mientras su madre ya casi por fenecer, y él no le prestaba atención.
Su madre casi sin fuerzas para hablar le decía a Edwart con su voz trémula “hijo, recuerda a tu padre, recuerda”, pero él seguía en su mundo.
Pasó el tiempo y Edwart muy orgulloso de sí mismo porque ya había terminado su carrera. Mientras su madre ya muerta, pero a él no le importó mucho en ese entonces. Caminaba con el rótulo en la frente de ser el mejor. Era tan soberbio como el vampiro y seguía su camino. No sintió ausente a nadie ni cuando sus compañeros recibían s sus padres.
Así terminó sus estudios y pronto buscaría trabajo para ejercer su profesión.
Edwart conoció a un psiquiatra poco conocido, el cual le ayudó a ejercer su profesión en su trabajo. Él le ayudaba con el trato de pacientes a pesar de que no era psiquiatra, pero toda su sabiduría precoz le ayudaba a entender lo que hacia.
Él día con día florecía en su trabajo, y empezó a tener tanto éxito, que pronto se fue a su propio consultorio, y así diciéndole adiós al psiquiatra que le ayudó.
Parecía que no descansaba, casi toda la noche permanecía despierto haciendo análisis de sus pacientes, pensando en como ayudarlos. En las mañanas salía hacia su consultorio y empezaba con sus psicoterapias, y hasta la noche regresaba de nuevo a su casa, quizá dormía como dos o tres horas.

Un día que me despidieron por llegar ebrio a mi trabajo, desde allí me fue difícil encontrar un nuevo empleo. Caí en una depresión enorme, mis días se formaron luctuosos, y empecé a beber como loco, hasta que mi esposa me consiguió una cita con el famoso Edwart. Sólo bastó ir una semana para que me ayudara mi admirable amigo. Yo y mi esposa quedamos asombrados por los resultados, deje de beber y pronto se me presentaron oportunidades de trabajo. Así fue como conocí al admirable sabio de la psicología.

De vez en cuando le iba a visitar a su consultorio, y él me recibía amablemente. Siempre sus platicas eran para lucirse el mismo: decía “mi sabiduría es la mejor de todos los psicólogos, tengo tantos pacientes que me envidian hasta los psiquiatras, y claro nunca he fallado en algún caso”. Yo sólo lo escuchaba y no le decía comentario alguno respecto a eso. Hay veces que le mencionaba sobre mi esposa y él reaccionaba esquivando el comentario, siempre trataba de no hablarle de salir alguna parte con alguien o preguntarle que si no le importaba estar solo porque él reaccionaba irritado.
Un día que lo fui a visitar lo note vulnerable y a la vez deprimido.
“Me llegó una niña con problemas familiares, ella esta sola. El padre la abandonado y la madre murió en un accidente cuando iba con la niña en busca de nuevas oportunidades, ya que en el autobús en que iban chocó con un camión de carga, entonces la madre murió, pues cubrió a su hija para que no le pasara nada, y al final la niña nada más salió con unos cuantos rasguños”.
El admirable Edwart decía que ese caso le hacia recordar su pretérito, pero que aún así lucharía por sacar adelante ese caso, pues decía que él era el mejor. Sin embargo le notaba que empezaba a dudar de toda su sabiduría respecto a esa ciencia.
Yo sin dudarlo le comente que si se sentía agobiado o triste él mismo podría ir con un psicólogo, pero Edwart de inmediato me gritaba que él era el mejor psicólogo, y que no necesitaba ir con nadie. Su conducta empezó a ponerse violenta e intento golpearme, pero yo le esquive y salí de su casa.
Fue entonces cuando empecé a notar su locura, había veces que empezaba a gritar que esa niña lo estaba venciendo, que en sus efímeros sueños se burlaban de él, que le decían que su sabiduría lo engañaba, lo traicionaba. Él mismo se arañaba el rostro y se insultaba. Parecía que su padre le hubiese contagiado la locura, pues se comportaba de la misma manera
La gente que iba a consulta con Edwart, poco a poco se fueron yendo, pues decían que ya no les ayudaba como antaño, que más bien les causaba terror al verlo.
Ya no vestía con su traje y su bata blanca, andaba andrajoso y empezaba a tener frecuentes delirios (ecmnesia).
El pobre psicólogo famoso, ya no tenía ni un paciente, sólo le quedaba silencio, le quedaba recordar y nada más.
Al enterarme de que Edwart ya no iba a su consultorio, decidí ir a visitarlo a su morada.
Él estaba completamente enloquecido, me decía que por las noches su madre lo visitaba, y que miraba a su padre que pasaba como un vapor tenue sobre los pasillos de su casa.
“ No, no, mi madre dice que me acuerde de mi padre, pero yo no entiendo nada, no sé lo que me pasa, aveces no recuerdo quién soy. En mi somnolencia miro en las paredes el rostro de la niña que necesita mi ayuda, pero luego se borra pues sigue de allí mi padre que miro como se ahorca en el aposento del manicomio”.
El admirable psicólogo necesitaba un psicólogo o quizá un psiquiatra, pero no lo quería.
Cuando él evocaba empezaba a enloquecer de nuevo, entonces nuestra platica se volvía una completa discusión. Entonces en un momento de desesperación mía, lo lleve a la fuerza con el psiquiatra que le había ayudado cuando Edwart empezaba a trabajar como psicólogo.
“Déjeme, vallase, no quiero que me lleve, allí me atormentaran, déjeme”.
Cuando llegamos al lugar nos recibió una enfermera, por el gáfete que traía supe como se llama, si aún lo recuerdo, en el decía: Enfermera Samanta.
—El psiquiatra Edmund llegará en un momento, si gustan esperar en aquél cuarto—dijo.
—Si, gracias, allí me será más fácil detener a Edwart—dije.
Pero cada vez enloquecía Edwart y me era muy difícil detenerlo. De inmediato la enfermera me mandó ayuda y ella misma cuando lo teníamos agarrado le inyectó una sustancia ignota para dormirlo. Al poco tiempo llegó Edmund, y al mirarlo que yacía dormido sobre una camilla quedó estupefacto. Después le conté todo lo que le había pasado, y él no podía creer que eso le hubiera sucedido a un sabio de la psicología.
Después ya que despertó estaba un poco tranquilo, preguntó en dónde estaba, pero por seguridad le mentimos respecto al lugar. El pobre tan confundido, enloquecido por su sabiduría.
Entonces lo deje con el psiquiatra Edmund y cuando me retiraba dijo Edwart: “la locura alcanza hasta el más conocedor de sí”.

Una mañana cuando yacía en la cama analizando mi divagación sonó el teléfono. Era una llamada de Edmund, me dijo que Edwart empeoraba, decía afirmar que veía a su padre por las noches, a su madre que le decía que no olvidara la muerte de su padre, y a esa niña que no pudo ayudar.
En la tarde decidí ir para allá. Cuando llegué me recibió la misma enfermera del otro día, me llevó con Edmund, y luego él al cuarto de Edwart. Cuando entramos al aposento me quedé atónito al ver su rostro: estaba arañado y reflejaba gran miedo en su mirada, su aspecto había cambiado completamente, se miraba tan blanco como el papel y no decía otra cosa, sólo “aléjense, váyanse, déjenme aquí, soy el mejor, no necesito de nadie”, y luego se cubría el rostro con sus manos y no decía más.
—No se deja ayudar, pero hago lo que puedo. Su egocentrismo pretérito lo hace que impida que alguien lo ayude, también las imágenes que dice ver de su madre, su padre y esa niña le atormentan, pero es sólo la representación de su soberbia que le dice que ha fallado en un caso. Pero sabemos que es normal que le ocurra a un psicólogo—decía Edmund.
—Si, tal vez eso sea, sólo espero que se recupere, es un ser admirable, sólo basta dejarse ayudar con lo que él sabe—le decía.
Salimos del aposento y nos dirigimos a la oficina de Edmund, solamente hablamos de lo mismo como una media hora, después me retiré a mi morada.
Cuando llegué me recibió mi esposa con un abrazo, me decía que olvidara y dejara ya ese caso en las manos del psiquiatra, pues ella temía que me pasara algo.
Pasó una semana, dos y ya no sabia nada respecto del caso de Edwart. Sin embargo una noche me habló por teléfono Edmund, me dijo que ya había mejorado un poco, ya no mencionaba nada de las imágenes de su madre, padre y niña. Esa había sido una buena noticia, la cual me permitió felicitar al psiquiatra y a sus ayudantes.
Entonces en la mañana fui a visitar a Edwart, ya casi no se le notaban los rasguños en su rostro, hablaba con más claridad, con más “normalidad”.
Edmund le dijo que si seguía mejorando, muy pronto estaría de regreso dando psicoterapias, pero que tenia que poner de su parte.
Así día tras día mejoraba, su brillo en su mirada, su adiós a la palidez, su nitidez al hablar. Todo eso nos decía que faltaba poco para que saliera de ese lugar, donde le tenían amarradas las manos con la camisa de fuerza, donde permanecía solo por horas en el cuarto. Todo eso se iría pronto para él.
En una mañana fui a visitarlo. Se miraba como el Edwart de antaño.
—Cómo andas con tu autoestima, ya sé…te hace falta un descanso—sonrío y prosiguió—sólo trato de bromear, ya quiero salir de este lugar nefasto.
—Si, ya lo sé, pero ya falta poco, pronto le darán de alta—le decía.
Pasó una semana —que quizá para él fue un mes— y lo dejaron fuera. Yo mismo miré cuando salía de ese lugar con una enorme sonrisa y un fulgor en la mirada.
Después de un mes me enteré que ya había vuelto a regresar a su consultorio. Desgraciadamente la gente desconfió un poco en él por respecto a lo que le había pasado, y por lo tanto disminuyeron sus pacientes.
Pasaba el tiempo y sus pacientes preferían a otros psicólogos. Poco a poco su vida iba en decadencia. Sin embargo su estado de ánimo seguía firme.
“Sólo es pasajero, es normal que la gente dude de mi sabiduría por lo que me pasó, pero pronto me encuentre en mis tiempos remotos alcanzaré lo que fui”.
Pasaron semanas y seguía igual, no mejoraba y se empezaba a mostrar una pérdida de su fulgor en su mirada y también se le notaba un cansancio.
Ahora decía “he sido víctima de la misma ciencia que adoro, aun no comprendo como es que sabiendo todo respecto a la psicología no haya entendido lo que es la misma psicología, en ella se estudia a la conducta humana, ¿qué soy yo…? Un humano”.

Pasaron como dos meses y en su consultorio ya no se paraba nadie. Su estado de ánimo había decaído y ya no podía atender a nadie. Pasaba todo el día encerrado en su morada entre lamentos y gritos por su error.
Una tarde fui a su casa, estaba tocando pero no me escuchaba, así que decidí abrir la puerta y entrar. En la sala no estaba, decidí subir por las escaleras en espiral hacia el segundo piso.
Al subir miré hacia el estudio y allí yacía dormido en una silla, lo desperté y dio ademanes de susto, pero pronto percibió que era yo y se calmó.
—Pensaba en mis tiempos de antes, cuando era el mejor, cuando no paraba de trabajar, cuando llegaban pacientes para ayudarlos. Pensaba en que ya no tengo nada. Pero quedé dormido y soñé que mi padre me había prestado su locura para quitarme lo que en un momento fue mío, que mi madre se había puesto de acuerdo con él para vengarse, y luego esa niña se burlaba de mi—me decía.
—¿Sabe?, Le recomiendo que ya olvide todo esto, que se deje de las psicoterapias, y empiece algo nuevo. No se aflija por lo que le pasó, nadie tiene la culpa de nada, ni siquiera usted. Ahora lo dejo, pues me vine a despedir, me voy con mi esposa fuera de la ciudad y espero que usted empiece una nueva vida—le dije.

Así que me fui lejos de allí. Jamás volví a saber algo verdadero de él, sólo que cerraron su consultorio por abandono e hicieron un local para vender curiosidades. Pero de él nada, sólo lo que la gente decía: llegué a escuchar que fue internado de nuevo en un manicomio tratado por un nuevo psiquiatra, y que allí mismo murió de asfixia, también dicen que se suicidó ahorcado al igual que su padre. Pero la única verdad que sé, es que ya murió, y que fue alguien admirable por su sabiduría, por sus grandes logros con los pacientes que tuvo.










Eliseo Guillén

Sábado 23 de octubre del 2004




Texto agregado el 11-06-2005, y leído por 171 visitantes. (0 votos)


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