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Inicio / Cuenteros Locales / sarnahuixtli / El último acto antes de la muerte (I)

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Cuando Óscar vació sus lágrimas, no estuvo consciente de que ese era el último acto de su vida.

Las causas, qué nunca quiso revelar, y que lo obligaron a encerrase en esa habitación, también lo volcaron a tomar su “decisión”. Al menos eso fue lo que pensó en el momento en que rasgó sus venas y decidió suicidarse.

Su familia lo sabría pronto, nadie daría crédito a a los hechos.

Sin embargo, eso poco importaba ya, él ya había escrito su guión. Sus penas colgarían del techo dentro de poco y las letras, depositadas sobre la mesita de noche junto a su cama, delatarían, con sangre, su postrera y corta historia.

Minutos antes, mientras meditaba acerca de su vida y se llenaba de ansiedad las manos, el humo del cigarro se le enredaba en los ojos. Con esto disimuló las lágrimas que le rodaron por las mejillas. Aunque luego no pudo evitarlas y buscó, desesperado, la navaja redentora.

Tras tomar un gran tajo de aire, se armó de valor para dejar que su lenta pero segura mano guiara las palabras finales que, sobre el papel, le sobrevivirían. Allí desparramó las penas y alegrías que siempre guardó para él...

Nadie supo de la vez que vio a Dios, colgado de un hoja de maple reseca, montado en un remolino de aire frente a su ventana. O de la vez que lloró, de soledad, al ver el amanecer, sosteniendo el cadáver de su padre, luego de que celebraran juntos el cumpleaños número setenta del viejo.

Conforme pasaba el tiempo, que a Óscar se le antojó el invento más detestable de la humanidad, los cantos del espanto le cubrían el rostro. Las manchas faciales, que brotaban en secreto de sus poros le infundían más miedo que la propia muerte. Llegó a pensar que el solo hecho de pronunciar su nombre le privaría de la salud. “¡Qué ironía! ¡A estas alturas sigo preocupado por mi salud!”, murmuró entre dientes.

Al fin, el cigarrillo exhaló su último halo de vida. Con esto Óscar comprendió que su hora había llegado. Caminó hacia la mesa y cogió una silla. Por un momento dudó, claro que dudó, quién no lo haría sabiéndose dueño de ese último impulso que podría dar el giro a los acontecimientos. Pero ya estaba cansado de tanta cháchara mental y se hizo el desentendido.

Con los ojos meditabundos recorrió el lugar, presagio inequívoco de la nostalgia en los condenados a muerte.

Por un momento pensó en la posibilidad de inmortalizar la imagen de cualquier pedazo de este inmundo estadío material, para que lo acompañara en su viaje hacia la eternidad. Pero no logró decidirse.

Al fin, optó por cerrar los ojos y no recordar nada que le provocara nauseas. Se dejaría de rodeos y le haría frente, de una buena vez, al punto y seguido de su próximo dilema: el gran salto burlón.

Justo en esos momentos de sana convicción, de presto, un pájaro se detuvo en la ventana del cuarto, robando su atención por unos segundos.
Algo le hizo recordar los días que se había perdido allá fuera por culpa de los demás. Pero esta vez se haría su voluntad, la única y verdadera.

Sonrió, sardónico, y aspiro cuanto aire cabía en sus pulmones.

Avanzó. Desconfiando de la solidez de la madre bajo sus pies desnudos. No quería saltar hasta que él lo ordenara.

Los colores de la cara se le iban y venían, con total indiferencia, segura señal de que ya no había un “marcha atrás” esperando a la vuelta de la esquina. Su destino,ahora, estaba al borde de la butaca y en primera fila, ansiando aplaudir.

A medida que posaba la argolla de tule sobre su pequeña cabeza, Óscar imaginaba la sangre resbalando por sus dedos.

El contacto de propia savia se le antojo como una oleada de besos tibios sobre la piel, puestos en un mismo punto pero diluidos al azar en todo su cuerpo. Eso lo hizo volar y sentir el aire frío de la noche bajo su nariz.

Cuando la visión desapareció, su cuerpo descendía como la brutalidad de un cuchillo sobre la carne: rápido y mortal.

Los escasos centímetros, que separaban a la soga de su cuello, se estiraron de más y le hicieron abrir los ojos, antes de lo esperado.

Así es el azar: imprevisto, certero.

Y por culpa de este albur, después de todo, Óscar sí se llevaría algo de este mundo al que tanto recelo le tuvo: la imágen de su madre colgada de la pared. Su, ahora, inevitable muerte, hizo eternas las últimas palabras de la pared de enfrente: Yo soy la verdad y la vida…

El pobre no había terminado de asimilar todo el significado de su nuevo vocabulario, cuando un extraño orgasmo que recorría sus venas, la muerte, le nació del culo.

Y mientras la lengua salía del cauce bucal, escapando de la asfixia, solo atinó a pensar: “¿Quién putas va a limpiar la sangre?”.

Texto agregado el 05-09-2003, y leído por 322 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-05-2004 Fuerte, muy fuerte; ¡así es la vida y así me gustan los cuentos! El tema que has tocado, es un de mis temas que me obsesionan. Gracias, por tu texto. Mis 5* islero
18-03-2004 Sobrecogedor tu relato, sobretodo porque solo hace unos meses fuí testigo de un final, excelente la fluídez del texto y cómo me atrapó desde su comienzo, quedé pensando... ¿ habrá sido así la última reflexiónl del hombre que amé toda mi vida ?... Muy bueno, me gusto, ¡ te felicito ! mis 5 * Ignacia
 
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