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Inicio / Cuenteros Locales / Siniset_Nihil / Pianoman - 2000

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Despertó sumido en una caprichosa oscuridad, no le tomó demasiado tiempo volver a su estado consciente. Deben ser las 19:30 a juzgar por la luz- se dijo. Recorrió –todavía a oscuras- el camino que lo llevaría a su pequeña salita. Sus pasos fueron seguros y acertados, a pesar de que no podía ver con claridad: sólo unos tímidos haces de luz se asomaban por el gran ventanal de la escalera. Llegó a su destino, y allí despidió a las sombras. Parpadeó y frunció el entrecejo: la luz había perdido su habitual familiaridad en los ojos del triste hombre.

Se sentó al piano y dejó escapar una hermosa melodía que sus dedos dominaban, pero ahora, después de tanto tiempo, con cierta dificultad. Pocos lo habrían notado, la ejecución del tema era tan perfecta que los pequeños errores de sus experimentadas manos pasaban desapercibidos al oído de cualquiera.

El instrumento duplicaba en edad a su ejecutor, y a pesar de recibir excelentes cuidados, su evidente deterioro era inminente. El puro resplandor de su blancura consagrada, dejaba ver ahora los daños amarillentos en las fronteras de sus teclas. La madera, menos lustrosa y algo estropeada, revelaba su gran trayectoria.

El viejo, se sumió en las cálidas notas de sus emociones plasmadas en una armoniosa melodía. Las notas invadieron el lugar, lo colmaron y se esfumaron lentamente.

Tras algunos minutos se levantó y recorrió el mismo camino que lo había llevado hacia el piano. Ordenó una vez más la cajita de madera que le traía tantos recuerdos; sí, pero egoístas recuerdos. Su primera pipa estaba allí, también el llavero que tanto le gustaba y unos cuantos botones que depositó porque consideraba que tenía muy pocos recuerdos.

Irónico, era un viejo irónico, un viejo sin memoria, un viejo sin vida. No era nadie y no intentaba serlo. Siempre quiso conseguir las cosas por arte de magia, pues sus esfuerzos eran nulos.

Vivía envuelto en un desesperante silencio. No le agradaba eso (por ello tocaba el piano). Su piano, la más fehaciente prueba de un marcado y exacerbado egoísmo.

Nadie supo de él, nadie lo recordó a él, y él no quiso recordar a nadie.

Nadie lo conoció, ni siquiera se conoció a sí mismo.

Texto agregado el 08-06-2005, y leído por 122 visitantes. (0 votos)


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