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(...Sabes... el amor, la muerte y el cuerpo... esos tres no son sino uno solo...) Thomas Mann

Bajo las torpes gotas de una tormenta que apenas empezaba a revelarse sobre la ciudad nauseabunda tan colmada de olor a muerto que ni el poder de mil barredores oficiales trabajando al unísono había podido borrar, corría frenético un amante frustrado. El brillo de su alma se había esfumado ya entre el opaco humo que del callejón salía, tornándose en algo menos que la confusa sucesión de evocaciones que no fueron, en la ruin sensación de un convulsionado corazón que latía como desbocado al ritmo esquizofrénico de sus pasos, en las cáusticas lágrimas que se confundían con la lluvia y en el temblor de unas manos que hirvientes, morían por dibujarla.

Sintió como de golpe la lluvia paró y la ciudad se rindió ante el más frío silencio cuando sus pies se detuvieron en la inquietante calma dando paso a un efímero alivio, que no fue más que el preludio a esa fina lujuria que lo encaminaría lenta y cautelosamente hacia aquel lugar azul y exquisito donde sabía, dormía ella.

Furtivo entró a la delicada habitación. Confundiéndose entre las sombras avanzó hacia ella sin dejar de observarla, impasible, hermosa bajo la tenue luz que filtrada a través del velo apenas si revelaba algunos trazos de su delicado rostro. Descalzo se tendió suavemente a su lado para así dibujarla lenta y firmemente tal cual la recordaba, tal cual era... Y sólo cuando su respiración se tornó tensa y el sonido de su corazón delator se hizo evidente, despertó ella, confusa ante tan atrevido invasor. Mientras el colocaba la tierna mordaza, vio como aquel delicado brillo de temor en sus ojos de hechizo, mutaba al más súbito miedo que parecía provocarle. Soberano en ella la recorría, esta vez con más pasión que firmeza, y aun sin siquiera tocarla sentía de cerca su bella composición tremulante. Antes de haberla recorrido por completo, y sin poder soportarla más, tomó el pálido rostro entre sus manos frías, dejándole sentir una última y certera caricia antes de quitar la mordaza y dejarse llevar por el frenesí de ese delirio que le daría por vez primera el coraje de apretar sus labios para así robar su aire por siempre y arrebatar de tajo y sin rastro alguno de culpa esa última mirada... Su último aliento... El último recuerdo... Ahora nada más que suyos...

Texto agregado el 03-09-2003, y leído por 293 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
08-08-2008 hello !! caro sera quete puedes comunicar 3014692583...liliana vergara lilianavergara
 
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