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Caía la tarde cuando José percibió el silbato del ferrocarril; se anunciaba lejos, pero era tiempo de prepararse. Se incorporó de su cama de hierbas y tomó el atado que usó por almohada, Cruzó un cordel sobre su hombro y verificó que el bulto estuviera bien apretado a su cuerpo.
Parapetado detrás de una roca veía pasar los primeros vagones del convoy mientras esperaba el momento adecuado para correr. Se santiguó, fijó la mirada en la escalerilla del vagón de carga elegido y emprendió la carrera. Apenas sintió el frío del hierro en sus manos las cerró con fuerza y dio un brinco para contrarrestar un poco el fuerte tirón que vendría. Ágil maniobra aprendida a fuerza de practicar, a fuerza de muchas caídas en sus correlías por el campo. Era preciso dominar esa técnica, o en su lugar sería menester gastar el escaso parné -como llaman los torerillos a la paga-, en onerosos pasajes.
Pegado como araña a la pared del vagón se acercó hasta la puerta, y en un instante ya estaba en el interior, en donde notó, con sorpresa, la presencia de otro pasajero.
-- ¿De dónde vienes, chaval? --Se apresuró a preguntar, luego de inferir por sus prendas y por el mismo atado que portaba, que sería otro como él.
-- De Santa Lucía, ha habido tienta.
-- Y qué tal...
-- Bueno, he pegao unos capotazos y me ha visto don Justo Matías, el apoderao; le he preguntao qué tal me vio y me ha dicho que hay madera... Le dejé mi nombre y un teléfono pa'que me localice si tuviera algo. ¿Y tú, de dónde vienes?
-- He estao en La Purísima, he visto torear a un chaval como torean los ángeles.
-- ¿Y tú, has tirao la capa?
-- Es que... han reservao todos los toros pa'l chaval, dicen que va a llegar alto. Yo creo que sí, si sigue toreando así va a llegar muy alto.
-- ¿Pero no te han dejao dar ni un capotazo?
-- No ha habido suerte... Tú sabes cómo es esto, sobre todo cuando se trata de cuidar a las figuras.

José ha desatado su bulto; con el capote extendido, un percal desteñido y remendado, acondiciona su cama. La noche está por entrar y augura gélida temperatura.
-- ¿Cuantos años tienes. chaval? --pregunta José.
-- Voy por los 16
-- ¿Has tenío alguna corrida?
-- Aún no, tal vez pa'la feria de San Francisco del Rincón, en diciembre, me la han prometio. ¿Y tú, has vestío el terno?
-- Sí, dos veces. La primera fue en la feria de Santiago, he matao un tío y le he cortao las dos orejas, el público pedía hasta el rabo, pero el malnacío juez dijo que no. No importa, porque me han sacao a hombros y me han paseao por todo el pueblo.
-- Buen parné entonces...
-- De eso ná... el hijo'eputa que me contrató se quedó con todo. Me había ofrecío 500 pesos; no era mucho, pero al menos pa'cubrir los gastos de pasajes y la renta del vestío. Al día siguiente de la corrida me he presentao ante él y me ha salío conque no hubo ganancias, que la taquilla salió perdiendo.
-- ¿Y qué hiciste?
-- Pues que me voy a ver al presidente municipal y le dije que yo quería mi dinero. Y lo mismo, que hubo pérdidas, que no hay... y que el próximo año fuera a torear en la feria, y como había triunfao iría más gente a la plaza y entonces me pagarían. Pero yo no me pude aguantar y que le recuerdo a su madre y le dije: ¡A este pueblo de mierda no vuelvo jamás! Entonces ordenó aprehenderme y me encerraron en la cárcel, que por ultrajes a la autoridá, y ahí pasé la noche. Al día siguiente me sacaron y me llevaron hasta los límites del pueblo, y con un puntapié en el trasero me dijeron que si volvía no saldría vivo.

La oscuridad reina dentro del vagón, el monótono tracatraca que produce el ferrocarril es acallado sólo de vez en vez por algún silbatazo. El chaval se incorpora extrañado al escuchar algo como un sollozo.
-- ¿Lloras?
-- Perdona, esto no es cosa de hombres, pero es que me ha ganao el sentimiento. -- Respondió José sin sacar la cara del capote en que está envuelto para dormir.
-- ¿Y a qué se debe?
-- Es que... mañana cumplo 18 años...
-- ¿Y es motivo pa' llorar?
-- He prometio a mi padre olvidar esto del toro si al cumplir 18 no he llegao a ser alguien. Ahora tendré que cumplir. Tendré que volver a los estudios... Se acabó el toro.
-- Llora, amigo, no ahogues el llanto, los toreros también lloramos.






Desde Cancún, en la costa mexicana del Caribe



Texto agregado el 02-06-2005, y leído por 472 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
20-03-2008 uyyy que triste, las alas cortadas de un joven...ojalà haya llegado a encontrar en otra actividad esa pasiòn que tiene...no? luzyalegria
22-12-2006 Esta vez no te pregunto si ¿ficción o realidad? sólo te diré, querido maestro, que es un relato entrañable. ¡Vaya historia!... y qué tiempos, verdad?? Todas las estrellas del firmamento para ti y un besazo enorme también!!! ennag
28-07-2006 Me he quedado atrapada en tus lineas ozando de tu texto, y de esa manera tan especial que tienes de relatar.Muy, pero muy bueno.***** Besitos Victoria. 6236013
20-07-2006 Mi hermano mayor también quizo ser torero y lo puedo ver retratado en este cuento. ***** maffer
08-04-2006 Buena manera de relatar, me has metido de una en el relato y no salí de él hasta acabarlo, amigo, ha sido una buena cosa llegar a tus letras ***** curiche
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