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Inicio / Cuenteros Locales / lowenghard / DEATH REPORT ONE: sucesos imprevistos

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A punto de cruzar la calle, impaciente por estar atrasado, no espera la luz verde del semáforo. Da un paso y comienza a correr cruzando la avenida. Sin darse cuenta, un microbús de pasajeros se precipitó con alta velocidad sobre él. Al ver la enorme máquina sobre su rostro, sintió un fuerte aguijón que acabó con su vida, dejando tripas y sangre esparramados sobre el pavimento. Luego se observa; todo su cuerpo era protagonista de un macabro accidente. El bus frena e intenta detenerse, pero se vuelca producto de la velocidad, y cae sobre la acera, aplastando a decenas de personas y niños; la gente que en su interior iba, se convirtieron en pasajeros con destino al Seol.

De súbito despierta. Abre sus ojos y contempla, que en su habitación tranquilo está, y ligeramente se percata, de que una pesadilla acababa de experimentar. Se sienta sudando y agitado, su cara de pasmo mojada está. Rápidamente y con agilidad se pone en pies, y se viste para irse al trabajo. Concluyendo se pone la corbata, come una tostada y abre la puerta para salir. Da un paso afuera y dos sujetos extremadamente fuertes lo toman del brazo, uno a cada lado, lo arrojan al suelo y comienzan a darle golpes en todas partes de su cuerpo. Se retuerce en el suelo del dolor, y los individuos extraen cuchillos de sus chaquetas y violentamente seducen su cuerpo hasta desangrarlo. Queda tirado en el pasillo de su apartamento. Los dos tipos se retiran escupiendo al suelo, desapareciendo lentamente y continuando el anonimato. Casi sin respiración abre los ojos y su corazón a mil por hora casi late; su semblante está pálido, y en su mente no entiende nada. En un segundo siente que su vida se va navegando sobre los mares de su escarlata sangre, y que no regresará. Hace un esfuerzo por incorporarse, pero sus nervios de los brazos se revientan, y sin fuerzas su rostro cae con estrépito sobre el charco de sangre, y muere.

Sentado en un asiento en el microbús que había tomado para ir al trabajo, la línea 7, veía cuanta gente atestaba la capacidad de este. Estaba lleno. Muchas personas de pie, y ya no quedaba espacio para ni siquiera para un chiquillo más, que respirara ese sofocante aire caliente y mezclado con olores corporales de decenas de pasajeros con múltiples antecedentes. Se percata de que está su bajada a menos de un minuto. Se alegra al mirar el reloj, pues se da cuenta de que le sobran minutos. Se levanta con disimulo, pidiendo permiso para escabullirse como rata entre tantas personas y así poder llegar a la bajada. Llega a la puerta entre apretujones y roces. Justo cuando iba a solicitar la parada, el microbús se estremece. Disminuye la velocidad drásticamente, y luego todos se dan cuenta de que comienza a hacer su aparición una fuerza que a todos los impulsa hacia el costado izquierdo del bus, como una centrífuga. Sin poder hacer nada, en su mente piensa en lo más obvio y trágico. El bus se vuelca y se abalanza contra la parte norte de la avenida, y más allá, contra la acera, donde decenas de personas transitan. Todo el interior del microbús se retuerce, los pasajeros salen despedidos sin control y sin respeto al espacio, y se estrellan unos con otros. Un río de sangre se formó al interior, y gemidos sordos quejumbrosos por el dolor se oyeron, creando así, nuevos muertos que se suman a las enormes listas de la sepultura común.

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Texto agregado el 01-06-2005, y leído por 163 visitantes. (1 voto)


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