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Bienvenido al cielo, perdón, infierno

¿Cómo le decimos a una pobre alma, que va a dejar este mundo?
Es muy triste tener que despedir a una persona que está en sus últimas. Y más triste aún, es tener que decirle que se va a encontrar con todos sus seres queridos en el Reino de los Cielos.
Ya me imagino la noche en que el ángel con la capucha negra vaya a visitarlo. Con pena va a cortar el cordón de plata con la guadaña y verá cómo el cuerpo del pobre viejo se va al infierno. ¿Es que acaso creían que se iba a ir derechito al cielo? No sean ingenuos. ¿Ustedes creen que yendo a misa todos los días de la semana se van a salvar y van a ganarse un puesto allá arriba? Pobre de aquel que lo crea, pobre del que piense que el cielo es un regalo que se nos da así como así. A todos nosotros se nos llama a la salvación, de eso no caben dudas. Pero estamos tan manchados que tardaríamos toda la eternidad en limpiarnos para poder recién empezar a subir esta escalera hacia la felicidad.
Pobre viejo, el que se sentía santo después de haberle dado una limosna a un mendigo creyendo que ya estaba salvado. Para qué decir esos viejos que se creen reyes del mundo y piensan que todos están para servirles.
Y ¡ay! de esas lenguas de vieja que envenenan todo cuanto tocan, hablando de aquello y de esto otro como si fueran amas de la verdad. Esas son las peores. Sobre todo aquellas que temen hablar de la vida, y que huyen constantemente de esta.
Y ¿qué me dicen de aquellos curas que tan bien hablan, pero que cuando un niñito interrumpía su homilía estallaban en cólera? O de aquellos que cortejaban a las niñitas: “siéntese aquí mijita.” Siéntese aquí le van a decir a él también cuando le llegue su turno en el juicio final.
¿Qué me dicen de aquel estudiante que, injustamente, fue mal evaluado por el profesor? Ese alumno que salió invocando a la madre del docente, alegando que a los demás les tocaron preguntas fáciles; que él había estudiado más que todo el mundo y que por ello merecía sacarse una mejor nota. Ese joven que después, al llegar a su casa, abre el refrigerador, se come todo lo que encuentra, luego se dirige al espejo y alega que está gordo, feo, etc., después se tira a dormir y no hace nada en todo lo que queda del día. Entonces, llegada la noche sale, se emborracha, se “agarra a una mina”, y después quiere seguir carreteando hasta que lo tengan que echar del lugar. Ese tío tampoco ve celeste.

Ya me imagino a San Pedro diciendo: “¿para dónde cree usted que va? No, no, no… usted se va derechito a conversar con Satanás. No recuerda todas las veces que… y por qué no decir cuando… ¡ah! veo que su memoria se vuelve frágil, y no es menos estando en su posición, digamos, un poco desventajosa.”

¿Usted creía que esos demonios, de cola puntiaguda y cuernos, eran una fantasía inventada por algún pintor? Le puedo asegurar que ese sería su fiel retrato a los ojos del cielo.

Pero si usted aún cree que estoy equivocado, le hago una pregunta:
De estos siete: Ira, Pereza, Gula, Codicia, Lujuria, Vanidad y Envidia, ¿cuál no tiene o tiene poco? Si contesta que tiene poco o no tiene de alguno, le aseguro que usted esta cayendo en la vanidad de usted mismo. De seguro esto le molestará y tendrá un poco de cólera. De seguro, más de alguna vez le debe de haber dado pereza leer estos “escritos”. Como de seguro más de alguna vez bebió de ese buen vino y comió más de lo que necesitaba aludiendo que “estaba muy rico y había que aprovecharlo”. Y así usted comete todos y cada uno de ellos constantemente en la vida. Sino, analice nuevamente el caso del estudiante. Entonces usted está mal, ¡admítalo! ¡Reconózcalo! Y yo le aseguro que cuando comprenda esto, podrá empezar a morir para renacer como una persona nueva. Porque uno muere porque no muere, uno muere porque se siente más vivo, siente que le gana a la muerte, siente que está sintiendo, siente… siente que así puede llegar al cielo. Porque primero hay que negar nuestra propia existencia, y recién allí podremos empezar a transformarnos en esos seres de luz que estamos llamados a ser.

Entonces el problema no está en decirle a un moribundo que ya le llegó la hora. El problema está en cómo decirle, sutilmente, que su destino no es precisamente el cielo.
Aquí entran en juego la creatividad de cada uno. Pero si me preguntan a mí, un cuento siempre es muy bienvenido. Sino, vea “El gran pez”. Sólo preocúpese de adornar, con elegancia, el paraje que le espera. Describa superficialmente su realidad, y por ningún motivo mencione algo malo.

Pero estimado amigo, vamos, no se ponga tan triste. Todavía hay tiempo. Solo mírese: un pobre individuo lleno de mugre. El problema es que está tan ciego que no las ve, tan sordo que no quiere oír de ellas. Está tan cómodo que no quiere ni intentar limpiarlas. Y ahora está tan callado, que no quiere ni mencionarlas.

¡DESPIERTA! ¡HOMO GNOCETE IPSUM! (¡Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los Dioses)

Saludos y Paz Inverencial

Texto agregado el 30-05-2005, y leído por 131 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-06-2005 excelente texto, ameno, rapido, y muy entretenido, coincido en que la conclusión que haces deberías cambiarla porque produce un corte, me encanto tu relato, esta genial, punto de vista muy bien desarrollado corazonpartio
 
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