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Inicio / Cuenteros Locales / la_cienfuegos / Las ramas que tocaban el infinito

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La noche es ballena de ojos abiertos, que todo lo devora.
Solía tener otro hermano, Juan.
En realidad nunca lo conocí. Carmelita le dijo a mi mamá que se había sacrificado por nosotros sus hermanos. Decía que se había llevado todos los genes que sobraban para que nosotros pudiéramos vivir.
Juan me regaló su vida, desinteresadamente, valientemente... Tengo ganas de llorar, porque a veces la aprecio tan poco, la cuido tan poco. En este mismo momento, en que la noche me traga y tiene aquellos ojos amarillos y constelados tan abiertos como si no pudiera dejar de mirarme y al mismo tiempo ser ese punto infinito que nadie mira. Aquí estoy Juan, me duele tanto, me duelen cosas tan estúpidas y pequeñas pero sé que no puedo continuar y seguir adelante igual que siempre. Juan, me pesan las piernas, me pesa el cuerpo, me pesa tanto la cara que siento como si fuera de un metal raro. Perdóname Juan por lo que voy a hacer, perdóname, porque soy una persona que no vale, nunca valí tu sacrificio... Entrego mi vida, porque ya no la quiero. Me da tanta tristeza Juan, porque mi vida en realidad no me pertenece, tú me la has regalado, me regalaste tu vida para que la mía fuera buena. Y no tengo lleno, para mi nada es suficiente, por esto me voy. Mis pies cada vez se sienten mas pesados. La cama con todo este cabello negro como lluvia suave. Adiós a tantas cosas bonitas, adiós a tantas cosas que muerden. Mi vida duele, duele demasiado y siento que ya no tengo paciencia. Perdóname Juan, hubiera querido que fuera diferente pero siento que ya no puedo.
Y la noche se desliza como si llevara patines de hielo, como si ella misma fuera un objeto redondo que rueda silencioso sin que me de cuenta.
Tomé los objetos afilados, tan finos para mis pequeños dedos, los sostuve con fuerza pero admito que tuve miedo. Lo demás son escenas que se van así sin mas como fotografías de las cuales no estoy segura de tener plena conciencia. Todo fue cortes rápidos, al principio tímidos, de repente se desbordó mi rabia y me sentí tan privada, tan furiosa que no supe ni lo que hacía. Tras la rabia emergió el llanto. Lágrimas llenas que lo inundaron todo, lluvia pesada paralela a la humedad exterior. Todo dolía, los brazos punzaban, el llanto que no paró y que mojaba todo, todo estaba húmedo. Mis ojos se hincharon hasta dejarme ciega entre el agua, entre la furia, la rabia y mi cuerpo que entendía y reaccionaba alérgico.
Juan estuvo ahi. Sentado. Viéndome con claro pesar en sus ojos muertos, pero así, sentado en la base de mi cama esperando algo, mirando triste triste triste. Juan fue lo único que no se mojaba con mis lágrimas gordas y llenas. Después llegó el cansancio y el cuerpo pesó aún más, tuve tanto miedo, me sentí como una niña chiquita, así sola. Entonces Juan se acercó y me miró. Ojos grandes como los míos y como los de Pablo, cejas negras pobladas. Por un momento no distinguí entre sus gestos, supe que era un gesto amable. Tocó suave mi mano con su tacto transparente y las navajas se resbalaron. Se acercó etéreo recargo su cabeza en mi hombro. Entonces de su boca surgen palabras en otro idioma.. No, no son palabras, son sonidos, sus sonidos eran sueño y me quedé dormida.
El alba se abalanzó sobre la ventana y la luz solar como siempre me devolvió la cordura, la estabilidad, la conciencia y por lo tanto, la culpa. Miré mis brazos y mis muñecas tapizados de horribles marcas rojas. Algunas heridas parecía que habían estado sangrando toda la noche. Me di cuenta de la suerte que había tenido de que mis estúpidos planes no rindieran frutos, de la suerte de que Juan estuviera ahí y de que definitivamente algo iba muy mal en mi vida.
En mi casa nadie se percataba que algo andaba mal porque siempre había sido depresiva y solitaria. Así, a 30° de temperatura, me puse una chamarra azul cobalto que cubría perfectamente las heridas. En ese momento era evidente para mi que necesitaba ayuda, entonces comencé a considerar asistir con un psicólogo, porque el camino de repente se hizo sumamente duro y no sabía si sería capaz de caminarlo sola, no quería caminarlo sola, tuve tanto miedo... Pero en el fondo, sabía que no quería morir.
En casa fue un tema delicado, desde el accidente mi papá odia a los psicólogos y los psiquiatras, cree que no son necesarios.
Yo necesitaba uno, lloraba todo el tiempo y tenía esa sensación de pesadez, en esa época era de metal. Entonces se me cruzó por la mente la única razón por la cual mi papá podría enviarme a un psicólogo, por gorda.
Hacía algunos años que tenía kilos de más y aunque me molestaban de sobremanera, no estaba dispuesta a cambiar, había pasado tantas dietas y tantos esfuerzos inútiles que no pensaba seguir adelante con esa tortura mental y física, sin embargo convencí a mis padres de que mi imposible pérdida de peso era un aspecto psicológico y que estaba convencida de que acudiendo a alguien profesional que pudiera entrar en mi mente, bajaría de peso. Y al parecer les vendí mi idea y las cosas se confabularon para que yo pudiera tener las dichosas consultas.
Mi mamá investigó y encontró un psicólogo para niños. El hecho me molestó porque tenía diecisiete años y mis problemas rebasaban probablemente las expectativas de un psicólogo infantil.
Tuve miedo porque no sabía exactamente qué seguía y cómo sería visitar al hombre aquel, pero de cierta forma me distrajo de mis monstruos mentales y pude seguir adelante con más facilidad.
La cita fue concertada, mientras cruzábamos el pueblo para ir a la ciudad yo me preguntaba como sería y si yo misma sería suficientemente valiente para contarle mis problemas, o si él sería lo suficientemente atinado para guiarme a la curación.
Mama y yo entramos en una casa que era muy diferente a mi concepto de consultorio, porque estaba rodeada de plantas y frondosa vegetación, era una casa húmeda y sumamente fría cuyas paredes eran cristales circundantes que dejaban ver el interior. Entramos y nos sentamos en los sillones alargados esperando. A los costados de los sillones habían canastos llenos de revistas, tomé una y para mi sorpresa descubrí que no eran revistas sino cuentos infantiles, lo cual aumentó mi nerviosismo y la sensación de que todo eso talvez había sido un error.
Finalmente era mi turno, se abrió una puerta y de ella salió un hombre robusto y calvo, un hombre alto.
Mama se puso de pie y lo saludó, reconocí en ella la expresión formal y fría y completamente falsa que adopta cuando conoce a alguien de quien no tiene referencias.
Yo me puse de pie también, pero a diferencia de Mama, yo estaba completamente aterrada.
Se presentó como Jonás, hola Jonás.
Me condujo por el alargado pasillo hasta llegar a la puerta de donde había salido al principio. Hay un letrero con letras infantiles, se leía, Jony. Miré aterrada este letrero y para mis adentros pensé que de verdad era en serio que era un psicólogo para niños y además un psicólogo que quería parecer uno de ellos o algo así. Por todas esas razones creo que me intimidó mucho la idea de contarle mis secretos a alguien que me resultaba tan infantil, y cuyo consultorio parecía solo admitir a niños felices.
Entramos al consultorio lleno de juguetes y dos sillones mas o menos pequeños y Jonás me preguntó porqué estaba yo ahí. No me atreví a decirle nada de lo que de verdad me preocupaba así que yo misma me puse la máscara y la actitud que adopto cuando quiero justificar mis acciones cuando son injustificables o cuando simplemente me gusta hacerme la interesante.
-Es que soy muy rara.
Advertí en su cara un gesto un tanto desconcertado e interpretando perfectamente mi papel de artista excéntrica le conté cosas superficiales que me pasaban en la escuela, cosas que en alguna época me habían molestado pero nada que en ese momento estuviera estrujando mi corazón.
Él me respondió con respuestas fáciles a mis inquietudes tontas y los dos en la actitud de aquí-no-pasa-nada comentábamos fluida y aparentemente fácil esos triviales sucesos.
Así, salí del consultorio fingiendo que había resuelto todos mis problemas, y con la recomendación de un libro.
-Lee Juan Salvador Gaviota.
Y salimos, yo completamente frustrada, sintiéndome tonta pero aún engañándome a mi misma con que talvez no tenía problemas.
Leí el libro, pero Juan Salvador Gaviota no era yo. Éste era un libro de carácter veladamente religioso y que manejaba ideas mesiánicas de un ave que era un líder nato y que lograba cosas imposibles. Aquel animal tenía una actitud tan positiva y era tan irreal que estuve muy lejos de sentirme identificada con él. Mi realidad era definitivamente diferente. Si, era cierto que siempre había crecido rara, pero lejos de ser un líder nato o mover masas, les daba miedo. Los demás niños cuando éramos pequeños huían de mi porque pensaban que era una bruja y en esa época tanto mi ideología como mi estética extravagante era repelente para la gente promedio. Juan Salvador Gaviota parecía tan valiente y completo, cuando yo me sentía tan llena de miedos, tan chiquita y en ese momento, tan frágil. Juan Salvador Gaviota creía tanto en Dios y se confiaba a sus manos y a su voluntad ciegamente. Yo desde que era más joven había dejado de creer en Dios, no por alguna decepción como a veces le pasa a la gente, sino porque un día me di cuenta que simplemente no creía, ni en los momentos difíciles se cruzaba por mi mente.
Terminé de leer el libro pero éste no dejó nada especial en mi, fue arrojado al rincón de los libros olvidados, los libros cualquiera, donde ni siquiera estaba Harry Potter.
Pasó la semana y reflexionaba acerca del tema, tenía que volver, tenía que agarrar valor y tenía que poder abrirme.
El mismo consultorio verde y lleno de plantas, en esta ocasión me tocó esperar sola pues algo necesitarían comprar. Ya en la consulta, me atreví a tratar más cosas, a plantearle realmente qué era lo que me molestaba pero definitivamente no me atreví a tratar el tema de las navajas. Él se sorprendió de la repentina confianza y noté que también se relajaba un poco más, intenté dejar mis prejuicios de niña intelectual que todo lo sabe a un lado y contarle desde el fondo de mi corazón cómo me sentía. Él me confesó que pensaba que no iba a regresar por una segunda cita, en ese momento entre él y yo comenzó una amistad acolchonada que poco a poco me hacía sentir mejor.
Conforme pasaban las consultas iba descubriendo más y más cosas acerca de mi. Descubrí el miedo que le tenía al sexo opuesto y ese fue el pequeño detalle que era la pista para descubrir la raíz de todos mis desórdenes de personalidad.
Mi forma de relacionarme con el sexo opuesto, estaba aprendida en base a la relación con mi padre. Él siempre había sido muy frío y distante, era muy snob y le gustaba impresionar a la gente con cosas materiales y a mi punto de vista, inútiles. Él era la figura más lejana en mi vida, me di cuenta del dolor que él había desencadenado en mi a partir de mi búsqueda por su reconocimiento y por esa forma de ser amada que nunca lograba tener. Tenía un perfeccionismo enfermo, me gustaba esforzarme al máximo en la escuela, matarme estudiando y “lucirme” en los exámenes para que él me mirara. Llegaban las calificaciones a casa y las miraba de reojo con un indiferente... bien.
Y tuve tantas pasiones, me encantaba crear mundos tanto en pintura como en literatura y aunque las comparaciones son absurdas, estaba entre las mejores de la escuela. Para él las cosas que yo amaba eran invisibles o transparentes, porque pasaba a través de ellas sin siquiera estar consciente. Jamás supo escuchar, ahora entiendo que de hecho no escucha a nadie pero en ese entonces no podía entenderlo y empecinada en mis infértiles intentos por obtener su afecto atención y reconocimiento mutilé mi espíritu de muchas formas diferentes, de todas las formas posibles. Porque era una adolescente seria y demasiado responsable. Mientras que a mis amigos se les dejaba llegar a la una de la madrugada a casa, a mi me estaba permitido máximo hasta las once y nunca protesté. Me mataba a mi misma siguiendo dietas absurdas porque él me viera bella y pensara que era bonita. Siempre se quejó de mi complexión, tenía un ojo implacable que notaba cuando el más ínfimo gramo de grasa se adhería a mi cuerpo. Y yo me mataba, llegué a seguir dietas cayendo prácticamente en la anorexia, pero ningún esfuerzo fue suficiente nunca, siempre se podía comer menos, siempre se podía ser mejor, siempre se podía ser más estudioso. Y me adoctriné a mi misma en los rituales de la autoflagelación psicológica de nunca ser suficiente por lo tanto, de nunca valer nada. Sin embargo nunca comprendí como es que conmigo era tan duro mientras que llevábamos una vida mediocre y completamente promedio.
Ésta era la verdadera razón por la cual fui con Jonás, lo descubrimos poco a poco y cada vez las consultas se tornaban más y más dolorosas pues toda esta información se hallaba enterrada en lo más profundo de mi, creo que yo misma la había enterrado pues me resultaba como un material peligroso, corrosivo pero sobre todo, perfectamente flamable.
Así, mi tristeza y desesperanza inicial poco a poco se convirtió en rabia, rabia contra él y contra mi misma porque ahora que las tenía frente a mi, entendí lo estúpidas e inútiles que habían sido mis medidas para según yo, conquistar a mi papá.
Lo culpaba desde mi corazón lastimado de todas mis inseguridades, de las carencias y de todas las marcas, heridas y cicatrices que ahora tenía mi espíritu.
Así, poco a poco renuncié a todas esas medidas, decidí dejar atrás el protocolo de obediencia, las complacencias invisibles y sobre todo, los esfuerzos sobrehumanos e inútiles que a nadie beneficiaban, deje de salir extremadamente bien en la escuela para ser una estudiante promedio, pero me encontré con una encrucijada cuando descubrí que había vivido tanto para él que no tenía ni la más pequeña idea de qué era lo que realmente me gustaba. Proyecté con tanta fuerza toda mi energía, concentración y esfuerzo por lograr las cosas que pensaba le complacerían que me olvidé de conocerme a mi misma y me hice a un lado. Ahora esto era una muralla que yo miraba pequeñita desde abajo, sin embargo me pareció divertido y un reto interesante poder conocerme, poder complacerme.
En los días de autocomplacencia comenzó a crecer y a diseminarse un odio curtido en todo mi interior, una rabia incontrolable hacia él, que había sido tan frío y tan cruel conmigo, así que empecé a ser fría y cruel también con él.
Tanto él como Mama notaron este cambio que a sus ojos resultaba insoportable, mi papá comenzó a culpar a Jonás. La verdad es que la intención de Jonás no era la de volverme una revelde pero si de independizarme de tantas conductas aprendidas y enfermas.
Decía que el problema radicaba en que yo tenía la idea de un padre ideal y que la distancia entre él y mi verdadero padre era lo que me causaba tanto dolor.
-Él no existe.
-Pero.. no puede ser, así que haya muerto o algo así?
-Él no existe, haste a la idea y despídete de él.
Así le escribí una carta a mi papá imaginario, a aquel que siempre hubiera querido que mi papá se pareciera. Primero con odio porque me había abandonado pero luego supe que sin él la vida hubiera sido muy diferente, él había estado ahí cuando lo necesité aunque fuera inexistente, jamás hubiera podido tener la fuerza o la madurez suficiente para encarar el hecho de que mi verdadero padre no me quería y me había engañado con la idea de que había esta personalidad maravillosa escondida en algún rincón olvidado y sólo tenía que descubrir cómo detonarlo.
Mi padre imaginario desapareció con muchas de mis ilusiones, con muchas de mis prisiones y justo igual que cuando mi Dios desapareció años antes.
Lloré amargamente por esta ilusión tan dulce que finalmente se revelaba como mera ilusión, le lloré tanto, parecían mis ojos como llaves de agua abiertas en todo momento. En estos meses de autodescubrimiento no había parado de llorar, era como si llorara por todo lo que no había llorado en toda mi vida. Y si cualquier razón por pequeña que fuera me hacía llorar, el ver a mi papá ideal desvaneciéndose ante mis ojos, abrió los mares de mis lágrimas.
Semanas después de esto, y finalmente según yo haber superado a mi papá idealizado, Jonás me pidió que le escribiera una carta al papá real. En un principio solo pude escribir: Gracias por nada, atentamente tu hija. Pero Jonás insistió en que había mucho más dolor enterrado debajo de aquellas desencantadas líneas. Así, empezó la primera confesión sincera y abierta de mi hacia él.
Y esto fue lo que escribí:
Los meses siguieron pasando y cada vez lo respetaba menos por amarme tan poco, cada vez me importaban menos sus opiniones o sus prejuicios que antes habían sido como mi Biblia.
Un día mi gato se escabulló entre la puerta pues tenía prohibido pasar a la casa. Julia mi gato, en ese entonces tenía doce años, a mi me parecía el personaje más digno de toda la casa, pues se aferraba con voluntad de hierro a la vida y a mi me parecía un animal respetable, y creía firmemente que se merecía mis mejores cuidados ahora que estaba en su vejéz pues me había entregado los mejores años de su vida y había crecido junto a mi entregando una compañía silenciosa pero incondicional. Julia siempre ha sido el único animal que ha podido despertar verdadero cariño en mi, Julia siempre fue mi gato y yo le agradecía la confianza que ella depositaba en mi siendo la única persona de la casa por la que se dejaba cargar y acariciar.
Por eso, el día que se escabulló al interior y se colocó cómodamente en los sillones de la sala, mi papá entró en furia y Julia también, así, mientras los demás miembros de la familia estábamos en el supermercado, Julia y mi papá se enfrentaban en una lucha encarnizada por saber quién tenía el liderazgo de la casa y quien obedecía a quien.
Llegamos y toda la furia que mi papá había acumulado hasta entonces la descargó en mi y gritó cosas insensatas y horribles, acerca de que si mi estúpido gato y no se que cosas de sus sillones. Me acerqué a la sala y Julia dócilmente se colocó entre mis brazos y cuando me disponía a sacarla de la casa, él se atrevió a patearla.
La sangre hirvió por toda mi cara, por toda mi cabeza y por todo mi cuerpo, entonces la rabia de mi carta, de las consultas que jamás me había atrevido a sacar, en ese momento explotó con toda su fuerza y le grité cosas horribles, entre lágrimas y gritos le grité como jamás le había gritado, se acercó a mi amenazándome con sus puños cerrados pero me encontraba tan furiosa que no me encogí y contrario a esto lo miré de la manera más desafiante que pude, y para mi sorpresa, se retiró. Ese día descubrí que me temía, que talvez me temía de la misma forma en la que alguna vez le temí y que talvez su falta de contacto y su torpeza se debiera a eso. Solo me preguntaba porqué.

Ángela es una niña “bien” en esta sociedad de principios de siglo XX ella es el tipo de chica que cualquiera soñaría ser. Hija de padres catalanes, a pesar de no haber heredado los bellísimos ojos azules de su padre, Ángela es bella y coqueta y en las noches secretamente sueña con el matrimonio y la familia. Mientras llora sobre su almohada la ausencia de ese hombre imaginario que algún día llegará como caballero de brillante armadura para conducirla a sus más anhelados sueños.
Todos los días pone especial cuidado en su arreglo personal porque qué tal que uno de estos días se presenta el hombre de su vida, cómo podría reconocerla si no se viste como una princesa. Si, Angela es una princesa moderna. Con su carita pálida de porcelana y las facciones delicadas y perfectas, sus rasgos estéticamente superiores a los humanos. Ella tiene dos hermanas Jana y Manuela que a pesar de ser bellas no gozan de la angelical belleza que disfruta Angela. Todas las miradas se centran en Angela y la envidia como enredadera inevitable se enreda entre los brazos y cuerpos de Jana y Manuela, porque siempre fue la más dulce, la más amada pero sobre todo la más llamativa. Incluso cuando salen a los paseos dominicales, los hombres la miran a ella y a ninguna otra, aún a través del velo de misa resplandece su belleza intimidante. Y como si fuera un eclipse Jana y Manuela se quedan en las sombras de una belleza sencilla que al lado de este coloso, queda reducida al tamaño de una hormiguita. Los tonos grises que Angela regala sin propósito a la vida de sus hermanas van a ser motivo de eterno rencor por parte de ellas, que seguirá a Angela hasta sus últimos días y después de ellos.
Un día se aparece un hombre misterioso, encantador y guapo en el pueblo. Alto y de porte intimidante, de piel cobriza y ojos árabes. Y llega como galán de cuento, enamorando a cuanta mujer se atreva a posar sus ojos sobre esta imagen casi casi mítica. Su porte recuerda a algún guerrero prehispánico y cuando habla!, su charla es tan envolvente e hipnotizante como el sonido de algún instrumento exótico y casi casi místico.




Texto agregado el 27-05-2005, y leído por 280 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-05-2005 Me encanta como describes las situaciones. Muy bueno. kone
 
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