Enterrando a Hutter


La habitación de Hutter era bastante más pequeña de lo que probablemente se mereciese. Su cama ocupaba prácticamente la mitad de la habitación y tan solo quedaba espacio para algunos periódicos húmedos apilados y otros tantos libros antiguos.

Se pasaba horas encerrado, sentado junto a la cama, recortando figuras de papel de fibras polvorientas que más tarde pegaría con cola en las paredes, hasta cubrirlas por completo y no dejar ni rastro de ellas. A veces también ojeaba los libros de prácticas fúnebres y fórmulas de Alquimia avanzada. Todo fuese para aprovechar las horas muertas de los fríos días por la mañana.

Una mañana gris de domingo sopló el aire, y en cuestión de segundos se produjo un vendaval que causó en Hutter una extraña sensación de intranquilidad.

Comenzó a silbar el viento.

Hutter seguía dibujando y recortando, pero las horas pasaban y el silbido no cesaba, era espeluznante y se hacía cada vez más fuerte. También más agudo e intenso. Podría decirse que Hutter se levantó del suelo y se abalanzó sobre la cama para poder cerrar la ventana que no dejaba de golpear por el aire.




...Al llegar al cristal un señor con los ojos desorbitados estaba de pié mirando a Hutter al otro lado de la ventana con la cara sonriente inmóvil