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Entrevista con el muerto
(Advertencia)

Cuando te vi, pensaba que era otro policía buscando más información sobre el homicidio, pero no, por más que se esmerara en la solución del caso, la policía, bien lo sabía yo, la policía no se atrevería a llegar hasta acá arriba, pero cuando te presentaste, entonces supe que tú sí te atreverías hasta bajar al último círculo del Infierno; bueno, al fin y al cabo, es tu trabajo.
Y para acabar de convencerme de que te conceda la entrevista, me cuentas que después del fatal acontecimiento mis compañeros de trabajo habían empezado a pedir la baja por temor, claro está y que nuestro centro laboral está punto de ser clausurado. En fin, que acepto.

La entrevista.

...y ahora estoy muerto sin que me tocara; sólo por dar un susto que bien caro me costó.

No, no era una bandilla de marginales para robarme el poco dinero que siempre llevaba en mi maltrecha billetera. Nada de eso. Eran cinco hombres cuyas edades oscilaban entre 28 y 56, si es que mi cálculo no se olvida que de estudiante fui bueno en matemáticas como también lo fui en faltas de ortografía, no lo voy a negar.

¿Conocerlos? Bueno, la oscuridad a pesar de estos amaneceres, no fue un factor que me favoreciera, pero sí, creo que debía conocerlos o al menos, haberlos visto antes. Tampoco creo que la mía haya sido una muerte por encargo. No, en el caso de ellos, era riesgoso. Pensándolo bien, sentado aquí en medio de la nada, si me pongo a reflexionar, sí los conocía. Claro, depende a lo uno llame conocer porque si una vez ves a una persona por la calle y en otra ocasión vuelves a ver a esa misma persona que te es presentada, no puedes decir que ya la conoces. ¿Entiendes? A algunos los conocía, ¿cómo se dice? "de vista", de verlos pasar por mi lado de la forma más apurada posible, como si quisieran que su presencia fuera a penas percibida por mí en el momento en que me pagaban la entrada. Pero entre ellos, había por lo menos dos que conocía más que "de vista": uno era médico, lo sabía por la bata blanca, que llevada debidamente planchada y doblada en el brazo derecho, pero sabía más de él: siempre iba allí cuando salía de su guardia, además un día se encontró con uno que le dijo hola doctor en son de saludo. El otro era un blanco, alto, pelo entrecano, bien cuidado, buen mozo. Siempre llevaba un maletín donde debía llevar documentos laborales. Estoy seguro que era un funcionario estatal... o como tú, un periodista. No, no rías que los de tu profesión también suelen por allá. Los otros tres eran difíciles de identificar. Podían ser cualquier cosa, pero estoy convencidos que hombres de bien.

¿Que por qué seres como aquellos eran los causantes de mi muerte? Por temor. Por el maldito susto que empecé a propinarles a cuenta gota cada vez que iban donde trabajaba sin saber lo que yo mismo me estaba fraguando.

¿Qué cómo lo hicieron? Todo tuvo que ser muy bien premeditado. Supongo que tuvieron que montarme una guardia durante un tiempo. Habrán averiguado dónde vivía, el camino que tomaba para llegar a casa y cualquier otra información necesaria. La escena del crimen escogida yo la conocía: un apartado jardincito de una mansión inhabitada. El día que escogieron para ultimarse, tres de ellos permanecieron escondidos, mientras que los otros dos llamaron mi atención y salieron a mi encuentro a pedirme candela para encender un cigarro, nada más fácil. No perdieron tiempo; me empujaron hacia el interior donde esperaban los otros sin darme oportunidad a defenderme ni a pedir explicación sobre mi futura muerte. Por lo visto, mis homicidas eran adictos a la literatura policial de la Christy o Christie (nunca supe escribir el nombre de la vieja). Lo digo porque eligieron como modus operandi el del asesinato del Oriente Expreso: cada uno empuñó el cuchillo que habían llevado me apuñalearon per cápita para que todos cargaran con la misma dosis culposa. Cuando terminaron, me dejaron allí tirado, dándome por muerto, pero todavía me quedaba un escaso aliento vital. Me descubrió un escolar camino a su escuela y me llevaron al cuerpo de guardia del hospital más cercano, pero al arribar ya yo era cadáver.

Por eso quiero, si verdaderamente vas a publicar esta entrevista como el muerto, es decir, conmigo y no con el vampiro como la película, lo que llamas tu palo periodístico, que cuando bajes de nuevo al mundo de los vivos, adviertas a todos los celadores de urinarios públicos para hombres, que no se les ocurra, como yo, ponerse a decir, para que lo oigan los clientes, que va a llamar a la policía del orden público para que los sorprendan infrante o in fraganti ¿cómo es que se dice?


27.III.05

Texto agregado el 20-05-2005, y leído por 191 visitantes. (0 votos)


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