En su carrera alocada, los caballos doblaron la esquina sin medir consecuencia, acicateados por el látigo chasqueante. El que iba adelante pisó un filo del empedrado, los clavos ya gastados y flojos cedieron, y la herradura salió volando hacia un sorprendido transeúnte que caminaba cerca de la esquina y que sólo trataba de acompasar sus pasos con los vinos bebidos.
Le pasó zumbando cerca, y alcanzó a romper un vidrio antes de caer al suelo envuelta en ecos metálicos y quedar finalmente muda sobre la banqueta.
Medio agazapado todavía oyó desaparecer la carroza y sus ruidos. Lanzó un ahogado: A jijo de su rechin...Y entre dos hipos y un rápido parpadear, recogió la herradura aún tibia y vibrante, la apretó entre sus manos fuertes y hasta probó a doblarla un poco, pero pensó que si la cambiaba en algo, también le quitaría parte de la buena suerte que definitivamente contenía y se detuvo. Sonriendo la guardó entre sus ropas, con gran convicción dio media vuelta... y probó a seguir caminando al ritmo anterior, tratando de recuperar la síncopa, de regreso a la taberna.