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Despertó sintiéndose bien, con ánimos, había dormido bien. Sentada sobre la cama se fue desperezando entre bostezos y estiramientos. La noche anterior había decidido arreglar la casa antes de que terminara el año. No una limpieza cotidiana más, nada de eso, ésta vez efectuaría una limpieza a fondo, como nunca... tiraría a la basura todo lo que no fuera de auténtica e inmediata utilidad práctica... su mundo se vería liberado de cualquier cosa, de absolutamente cualquier cosa inútil... sin limitaciones.
Después de un par de pestañeos, y con gran energía, como solía hacer todo, se levantó, se dirigió a la cómoda y sacó los cajones.
Terminó de revisar el contenido del primer cajón sin haberse decidido a eliminar prácticamente nada, además, el cesto de la basura le había quedado demasiado lejos. Siguió con el segundo cajón, con el tercero y otro más, hasta llenar completamente la cama con múltiples pilas de muy diversos objetos, de acuerdo a un plan general no demasiado claro y cuyas principales leyes y cuyas principales leyes habían ido quedando sepultadas bajo los montones cuyo contenido las fue modificando hasta hacerlas tan flexibles que ya no atinaba a recordaras en sus puntos esenciales. Tomaba objetos un poco al azahar, los tocaba y se perdía en medio de los recuerdos. Así se fue perdiendo entre reminiscencias de infancia, adolescencia, un matrimonio, dos intentos de unión libre y su reciente y actual independencia. Tiró y rescató de la basura cartas, recados, servilletas con poemas repentinos, y hasta corchos de botellas con fechas o iniciales que le hacían recordar tiempos idos... continuó así por un rato, hasta decidir que una selección que involucraba tanta carga emocional no era para realizarse antes de desayunar, la dejaría para más tarde. Se dirigió desnudándose al baño, después del cual, se vistió se maquilló cuidadosamente, como siempre. Pero aún el maquillaje, ése acto ritual fue interrumpido de pronto al constatar que su arsenal de cosméticos, como todo lo demás, requería de una depuración a la que procedió de inmediato: Retiró de la circulación a más de la mitad de los activos, y al terminarse de peinar, tiró también el cepillo, ya demasiado usado, además, se lo había regalado él... y ella ya no quería saber nada de él.
En la cocina sucedió lo mismo, revisó cacharro por cacharro y, mientras daba cuenta de un par de huevos con tocino y una taza de café; fue separando los sartenes que si, de los que no, las tazas, los platos los cubiertos, las ollas, etc., hasta que el fregadero, la mesita auxiliar y buena parte del piso de la cocina se llenaron de candidatos, tanto al servicio activo, como al desempleo fulminante. De ahí se dirigió al closet, procediendo de la misma manera con su contenido, con lo que terminó de llenar el piso de la pequeña recámara hasta hacer punto menos que imposible cualquier desplazamiento. Vestidos, zapatos, sombreros y ropa interior acabaron por cubrir piso, muebles y la casi totalidad de la entrada, así como la puerta del baño...
Tratando de no pisar la ropa se dirigió a la estancia, pero se topó con la gaveta azul en la que almacenaba víveres no perecederos, latería, siete frascos con aderezos para ensaladas, servilletas, velas, etc. y toda clase de poquitos de cualquier cosa. Decidida, vació la gaveta, separando lo que si de lo que no... Ya encarrerada, pasó de lleno a la estancia, con sus libros, sus cuadros, discos, cintas, piedras recolectadas en cualquier cantidad de lugares y ocasiones...y cosas, muchas cosas que fue separando, las que si de las que no; las que si casi cubrían la mesa...
Intentó recordar dónde había dejado sus lentes cuando quiso leer una dedicatoria escrita a lápiz, pero no pudo, se levantó para encender la luz pero le quedaba a demasiados obstáculos de distancia, así que decidió mejor abrir la cortina verde con motivos japoneses que le quedaba mucho más cerca. Vio la cortina ¿desde cuando no la lavaba? Dejó la foto y con gesto decidido procedió a quitar la cortina con todo y cortinero. Sonrió satisfecha y sin soltar el cortinero, más bien por no saber dónde ponerlo buscó un vaso, encontró uno pequeño, caminó de ladito hasta recoger la botella de ron, lanzó el cortinero a modo de jabalina rumbo a la recámara, logró abrir el refrigerador, sacó hielos y coca-cola, se preparó trabajosamente una cuba, misma que, a lo mejor por el esfuerzo, se terminó casi de un trago. Cerró lo ojos y giró la cabeza hacia atrás adelantando los hombros, luego asumió una pose de relajamiento, separó los párpados y se quedó mirando el vaso, si, era de los que compraron en Oaxaca cuando... y haciendo un gesto de desprecio lo arrojó con gran puntería al bote de la basura. Buscó otro vaso más grande en el que se preparó otra cuba a la que corrigió dos veces con ron. Apuró un trago regular, le hizo espacio y lo depositó el sobre la mesa... Regresó a la tarea, pero en la medida en que bajaba el nivel del vaso, los juicios de selección se hacían más sumarios que objetivos, y los objetos fueron formando montones en ambos lados, montones cada vez menos diferenciados que crecían hasta obstruir totalmente el paso... Interrumpió la labor para terminar su cuba y prepararse otra, le pegó un trago largo, se levantó, y contempló un panorama que le contrajo el ceño con un gesto desagradable y la puso de un mal humor instantáneo con principios de desesperación...
Reinició la selección sin ánimos, un poco achispada y con principios de jaqueca. Con gesto de cansancio y un trozo de tubo metálico un poco oxidado cuyo origen no podía recordar y que tampoco sabía dónde poner, se vio, con las manos sucias, sentada e incómoda sobre el piso, volteando hacia todos y ningún lado en particular. Dejó caer las manos y sólo la firmeza del propósito de año nuevo la hizo ponerse de pié, tirar donde fuera el tubo y tratar de llegar a la recámara, tenía que descansar un poco, ordenar sus pensamientos. Intentó caminar, pero no había paso, giró el cuerpo y con un movimiento flexible y complejo se dejó caer sobre una silla de madera y mimbre que le quedaba cerca. La silla rechinó sordamente y al ceder una de las patas, ella y los restos de la silla descendieron hasta el piso, formando al final una especie de escultura de corte modernista. La silla simplemente rota y ya, ella con un tobillo y una mano adoloridos, una rabia pre-eruptiva y una creciente desesperación. Se levantó con muchos trabajos y con el pié sano le aplicó un puntapié a los restos de la silla que volvió a quejarse, giró sobre una de sus patas sanas y quedó de cabeza, pero sin rompérsele nada más.
Se sobó el tobillo, lo que no redujo para nada el dolor, pero si logró ensuciar la calceta azul claro con dos manchas de color entre grasa y óxido, reprimiendo una muy mala palabra se miró los dedos que ahora estaban limpios y solo un poco temblorosos, lo mismo que sus rodillas. Derrotada y pasando por encima de lo que fuera, se dirigió a la recámara a descasar... por poco lo logra, salvo que, el cortinero, colocado en artera e invisible diagonal le metió zancadilla haciéndola trastabillar. De no haber sido por la mesa que casi tira, hubiera regresado al piso de mala manera una vez más, pero la mesa la detuvo, si bien, toda la loza, cristalería y demás artículos que pacientemente había rescatado por queridos, útiles o bonitos se hicieron añicos contra el piso, y los que no se rompieron, se fueron diseminando con todo entusiasmo por entre las cosas esparcidas en la estancia... Bajó los hombros, ladeó la cabeza y abrió la boca, comenzó a llenar los pulmones para emitir un alarido, pero el polvo le hizo toser, llorar los ojos y llevarse las manos a la garganta. Se frotó los párpados con lo que consideró la parte más limpia de sus manos, al retirarlas se percató que una parte del maquillaje se encontraba ahora en ellas. Ya sin ningún miramiento se limpió los dedos con la falda y tomando la bastilla, la enrolló formando una punta con la que, abriendo la boca y poniendo los labios hacia adentro, cerró los ojos, levantó todo lo que pudo las cejas y comenzó a limpiar los restos de maquillaje, entre pucheros y sollozos que la hacían estremecer.
Llorimoqueó un rato, cuando se sintió mejor, soltó la falda y buscó su cuba... con terror creciente recordó haberla dejado sobre la mesa. Y en efecto, el vaso medio lleno o medio vacío según el enfoque que había dejado sobre la mesa ya no estaba, es más, ya no había nada sobre a mesa. Se acercó a la otra orilla de la mesa, se asomó de hito en hito y lo descubrió... inclinado, casi boca abajo escurría sus últimas gotas sobre sus documentos personales colocados ordenadamente en un recipiente de plástico. Al tomarlos para apreciar los daños, alcanzó a contemplar la extraordinaria transformación de tintas de sellos oficiales y firmas autógrafas en las más caprichosas y tornasoles manchas que hubiera visto o pudiera imaginar...
Se sintió atrapada en medio de algo maligno que no podría vencer, pensó en huir, pero al intentar el primer paso algo la atrapó y cayó de bruces, aunque esta vez sin lastimarse. Levantó la cabeza y miró hacia los lados con la sospecha creciente de comenzar a conocer la verdad: Estaba sentenciada, sería aniquilada por la venganza de los objetos que tanto tiempo había atesorado y ahora desechaba de manera tan sin sentimientos... si, desde luego que si, los recuerdos que llevan dentro los objetos, se sentían rechazados, humillados; y habían sumando sus fuerzas para volverse contra ella... la iban a destruir sin miramientos... y además la iban a agarrar medio borracha. Se sintió perdida, dejó caer la cabeza y cerró los ojos esperando el golpe, a medida que pasaba el tiempo se desesperaba más y más; ya comenzaba a pensar en abandonar todo y salir corriendo, cambiar de casa, de cosas, de ciudad o lo que fuera necesario cambiar antes de que la revancha de los objetos resentidos la aniquilara en medio de crueldades que no se atrevía a imaginar, cuando... primero lo presintió, luego escuchó ruidos, y después de unos instantes de incertidumbre lo confirmó: Estaba comenzando a temblar...

Texto agregado el 18-05-2005, y leído por 695 visitantes. (0 votos)


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