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AMOR GRATIS
Por Óscar Valderrama

Qué hace que mi vida valga la pena cuando ella ha dejado de estar a mi lado. Quizá no hice nada salvo amarla sin demostrárselo. Era tan extrovertido con los demás que sólo le daba mi cansancio. Recuerdo sus grandes ojos, separados por una caribeña nariz aplastada y encima de unos hermosos labios, de una boca que nunca cerraba. Su pelo siempre estaba cambiando, sometido a todas las gamas de tintes y cortes posibles. Podía aparentar todo tipo de belleza (apolínea, helenística, exótica, etc.) sin dejar de viajar de sí misma.
Cambió un continente arrasado por la guerra por otro arrasado por los sentimientos; miserias humanas por míseros humanos; ilusión ante las pequeñas cosas por la desilusión del todo; el abrazo de los suyos por el desprecio de desconocidos; la ingenuidad aprendida por la maldad vivida; y sobretodo, se quedó sin sonrisa para vivir según nuestro sistema.

Toda mi vida he ido guiado por mi madre, una señora de estoica vida y víctima del alcoholismo de un personaje llamado marido. Un hombre que se gastaba el salario en cervezas y máquinas tragaperras. Cada día lo iba a buscar por todos los bares del barrio para traerlo a casa, donde nos realizaba un crudo recital de palizas e improperios. Jamás leyó un libro, aunque creó que pudo haberse aprendido algunos párrafos de Maquiavelo.
La protección materna me enseñó, desde muy adolescente, que nunca sufriría por nada ni nadie. Con el tiempo fui creciendo separado de todo lo malo, que mi bondadosa progenitora apartaba de mí ferozmente.
Luego, al acercarme a la madurez, empecé a tropezarme con situaciones que no podía admitir o entender.
Mi chica siguió con la protección e hizo que me independizara junto a ella en un apartamento por el que debía luchar. Por primera vez veía como mi dinero cambiaba de sitio, mi cuenta corriente disminuía a causa de las innumerables facturas que costaba mi vida; lo que pagaron mis padres, sin protestar, para crear a un desagradecido e irascible treintañero.

Me resultaba novedoso contemplar como la comida, antes de llegar a mi plato, pasaba por mis manos que transportaban las bolsas desde el súper. La comida buena y gratis de mi madre pasó a ser un conjunto de alimentos escasos y congelados que mi sueldo llegaba a pagar.

Empezaron las peleas con mi compañera debidas a mi obstinación por visitar a mi envejecida mamá. A veces incluso agotaba la jornada enlazando con la cena y la leche caliente, que me tomaba en la habitación que siempre me había acompañado. Al cabo de dos días aparecía por el piso para escuchar una lista de agravios y amenazas que no impedía segundas escapadas.
La relación tomó carácter de urgencia madurez. Cómo había logrado semejante putada, me lo preguntaba una y otra vez. Para qué había abandonado mi “mundo feliz”. Realmente necesitaba emparejarme con una histérica que me castigaba sin amor cada vez que fallaba en aquello que no sabía. Porqué rechistaba para repetirme una y otra vez que ella no era mi madre.
El cariño de mi novia podía ser mejor que el de mi madre, aunque cada vez era más nefasto por culpa de su cansancio; algo que nunca vi en la maravillosa persona que me trajo al mundo, y dueña del único amor incondicional recibido gratis en este mundo.
Pensaba que debía agradecerme que dejase mi cómoda vida familiar con la aventura de estar a su lado.
Pasé unos meses entendiendo esa lección a la que llamaban compromiso y responsabilidad. Pude acariciar el entendimiento, pero siempre volvía a la búsqueda de la protección materna.
Fallé en mi relación y confundí a la mujer que amaba con la mujer de la que provengo.
Hice las maletas y, después de cuatro años, volví a la casa de siempre. Aunque mis padres ya no eran los mismos de antes. No me ayudaban y me empezaba a sentir como un invitado transitorio.
Pasó el verano para llegar a un traumático invierno sin besos y paseos con la mujer que me los había dado durante tanto tiempo.
Una tarde empecé a llorar y agarré el teléfono para llamarla, casi no podía teclear su número, las manos me temblaban. Por suerte, escuché la voz de mi madre para que fuese a la cocina para comer la merienda que aún me preparaba.



Texto agregado el 16-05-2005, y leído por 1320 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-05-2005 Triste, un tanto...patético quizá. Pero me encantó una frase: "...confundí a la mujer que amaba con la mujer de la que provengo." Bien. Ciao. NemesisAmante
 
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