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Estampa de atardecer (Vista panorámica de la marisma)

Estoy arrodillada aquí,
en la tierra que guarda mi figura dormida.
Doblada en un lugar que llamaron Termópilas,
también fue Waterloo y a mi lado una sombra
dice llamarse Séneca.

Estoy arrodillada, en una hoguera,
con cuerpo de mujer.
Me desdoblo en los cuerpos genitales
de las brujas de Salem.
Una voz habla, muda, de unos mundos
girando en otra voz. Con Galileo estoy
dispersa en esa tierra que profana
la forma de mi cuerpo.

Arrodillada en este territorio
estrecho de algún mar,
o en otra forma oculta. En el Titánic.
Fundida entre la muerte, yo me hallo.
La muerte es una sola y va cambiando
sus rostros cada día.

Estoy triunfante aquí -crisálida invisible-.
Estoy deshecha junto a un perro
podrido en medio de la vida.
Veo pasar las infinitas manos de la muerte.
Yo soy la multitud que se prepara
para un Armageddón.

Sólo un hombre es el hombre.
Sólo un hombre es la voz de la palabra sola.
Sólo un hombre es la forma de la luz.
Arrodillada a Él, sin constatar más forma que mi
forma.
Arrodillada giro -constelada y eterna ante la forma-.

Sólo un hombre es el dios. El que rompe la tumba de la
carne.
El que gira en corpúsculos veloces que dan toda la
luz.
El remolino blanco de la luz que es solamente sola. La
palabra.

Arrodillada aquí ante el poema.
Arrodillada aquí ante la forma.





















Análisis (Fotografía de un epitafio)

Esto que toco ahora, sin más mano que el tacto, fue el
hombre.
Esto de aquí fui yo. Esta semilla muerta de vivir
y viva de haber muerto. Este fue mi peinado
hecho de viento y sal. Estos fueron mis labios
deshojados,
mis palabras inútiles que querían volar.
Estos fueron mis verbos. Uno a uno, los fui
depositando en esta tierra.
Estos fueron mis pies y sus largos caminos aplacados.
Pero el poema no. El poema no mora en esta muerte.
Esto que vive ahora no soy yo. Esto que habla ahora no
soy yo,
sino esa palabra emancipada.




















La tumba y el perro (Fotografía costumbrista)

El dios que se creía superior a la fiera, helo aquí.
El poeta que quiso domesticar el verso, helo aquí.
La madre que quería multiplicar su vida en otra vidas,
hela aquí.
La muchacha que hacía detenerse las horas, hela aquí.
Los pechos que chocaban, turgentes, con los labios,
sí, aquí los tenemos.
Las palabras eternas del amor que moría: aquí están
enterradas.
Las preciosas pestañas del actor y el pincel del
artista: deshechos -duermen, solos, el sueño de la
muerte-.
La espada fulgurante de cualquier general se esparce
entre la sangre
del hombre mutilado.
El general soy yo. El muerto que no tiene ni palabra
ni forma.
La muchacha soy yo. Yo soy la misma muerte vestida de
silencio.
Un perro lame, ajeno, las esquinas mojadas de mi tumba
-la tierra descompuesta del dios que se creía superior
a los perros-
y luego, enajenado, se retira
a buscar nuevas tierras que regar con orines y
simpleza.













Retrato en sepia de un cementerio imaginario

Aquí yace ese dios que fue tumbado en campo de
batalla.
Da lo mismo cruzada, inquisición, calvinismo, la ETA.
Aquí yace este dios. El de un día después,
el que fuera ese nieto de la Plaza de Mayo,
el niño diminuto que arrancaba la piedra y era buey
de profunda carreta, la diminuta niña de ojos chinos.
Yacen en la memoria.
Mi cerebro es la tumba que recoge sus nombres.

Yo soy la violeta solitaria
que se esparce en su lecho de vida primitiva.
El ángel de metal que les vigila el sueño.
El perro cancerbero que custodia sus formas.
El Ka de tanta angustia pasajera.

Aquí yace el hijo de este rey,
la esposa toda loca de un varón más que hermoso,
las brujas tan humanas de Salem
y las mentes brillantes de Bruno y Galileo.
La muerte es pasajera que viaja en la carne,
la muerte es pasajera -pasa siempre más allá de los
ojos-.
La muerte es un silencio
que se esparce en el tiempo, sin ser tiempo.
La muerte es un puñal que siempre llevo al cinto.

Yo soy todos los muertos de la tierra.
Yo soy todas la tumbas de la tierra.
Yo soy la sola muerte que no es muerte.
Yo soy la sombra exacta de esa luz
que me izó entre las sombras.

Aquí yace Romeo sin Julieta.
Aquí descansa Aquiles sin Patroclo.
Aquí inventa Machado a Leonor.
El hombre es uno solo.
El hombre es uno roto.
El hombre es uno muerto.
El hombre es un poema
que se extingue, quizás, al firmar el autor.
El hombre es el autor,
es el dios diminuto de un Dios que le contiene.
El hombre es el vaso.
El hombre es el agua.
El hombre es continente y contenido.
Aquí yace el autor de este solo poema de la vida.
Aquí yace el poema.














































Texto agregado el 13-05-2005, y leído por 170 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-07-2005 Hay tanta tormenta en tus palabras que contagias la sabiduría que contienen... las abrevo como un náufrago o como si estuviése extraviado en el desierto... No necesito decir más... tobegio
11-07-2005 Estoy leyéndote toda; estoy fascinado con tu manera de decir. Gracias por la emoción, jl.***** pueblo
 
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