Quien diría que llegaría el día en que las palabras no fueran suficientes.
Y entonces ya no hay saludos, ni despedidas.
La boca del cuerpo inerte de su amante,
roja como la sangre, parecía tan viva, tan dulce. Allí…desde su ataúd.

Y quien diría que ahora los amantes no mueren de desamor, ni de traición ni de desidia. Y que el corazón no se hiela por las corrientes frías de la soledad.
Ahora los amantes mueren teniendo compañía. En esas noches, donde el frío de un cadáver penetra los huesos. A veces se les ve bailando con fantasmas y hablando con zombies donde hacen eco las palabras.

Cuando la noche pierde su juventud, los recuerdos aturden las paredes de los corazones que no palpitan. Funcionan como un reloj de cuerda, frágil. Su mecánica se creó para tener más atención de la que merecen. Son un reloj de bolsillo, de compañía…y se agotan rápido, muy rápido.

Es muy tarde ya...
el reloj de cuerda se ha detenido para siempre. Y no es un minuto más, sino un minuto menos: la espantosa cuenta regresiva.

…la amante se ha marchado. Ahora recorre ese camino donde nadie la puede acompañar.
Y entonces... ¿Qué se puede hacer cuando las palabras llegan a un oído muerto?

Como ánimas en pena vagan por los pasillos oscuros del amante de los tiempos.
No están vivas, no están muertas.
En sus caras cargan la sonrisa gastada de pasados sin nombre. Suelen manifestarse en sus sueños donde la soledad parece ser una pesadilla. Con voces sombrías le recuerdan mientras tiene de la mano a una nueva víctima, que puede morir.

…morir acompañado.