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Alfredo fue siempre un joven ganador, y es que convertirse en el gerente de una prestigiosa firma trasnacional sin mayor experiencia previa, y recién titulado no era un logro que pudiera realizar cualquier mortal. Parecía tener aquel don divino de los que nacen para llegar muy lejos en la vida, de aquellos que parecen tener el mundo a sus pies, de aquellos a los cuales parece resultarles todo producto de extraños conjuros y/o azares que escapan a lo cotidiano.

Desde el colegio había sido un estudiante destacado, tanto por sus calificaciones, como también por sus intervenciones y participación activa en el centro de alumnos de su colegio y universidad.

Siempre había sentido una gran necesidad de ser admirado de destacar y conseguir en el futuro un puesto importante en alguna prestigiosa empresa. Después de todo no había estudiado 5 años en la mejor universidad del país para terminar en una oficina cualquier compartiendo el escritorio con algún mediocre.

Su gran habilidad para hacerse notar era su principal arma para conseguir las metas que se proponía a lo largo de toda su vida, pero también le genero durante gran parte de su vida, una soledad de la que con el tiempo aprendió a convivir en paz.

Y es que era difícil estar con alguien como Alfredo, quien lograba hacerte sentir tremendamente inferior e insignificante al lado de sus grandes proyectos e ideales. En general entablar relaciones con lo demás adquirió con el tiempo para Alfredo un carácter de transacción. –“las relaciones personales son inversiones” se decía por las mañanas antes de comenzar el día.

Y claro desde ese punto de vista, no valía la pena invertir tiempo en conversaciones con la mayoría de la gente que en su vida lo había rodeado, pues para los destacados la mediocridad solía tener muy mal olor.

Pero, y esta sensación de superioridad ¿de donde había surgido?, de donde alguien obtenía la idea obsesiva de ser alguien especial para quien cosas grandes estaban esperando y serían suyas, solo era cuestión de tiempo.

Creo que se debía a aquella sirvienta que en su casa acomodada le había servido a sus padres desde que el tenia memoria.

Aquella anciana sirvienta, tenia rasgos muy particulares, difíciles de encontrar en la capital, su pelo era completamente blanco, si la mirabas de espalda, tenia el cuerpo de una niña delgada de 12 años, solo que su piel era tan agrietada y arrugada como la de la mujer mas vieja que haya visto en mi vida.

Aún así, era una persona muy ágil, no tenía ninguna dificultad para organizar la gran casa ella sola, una casa más bien grande de dos pisos, en la que vivía Alfredo y sus dos padres.

En el gran patio trasero había un lindo césped verde. Tanto en invierno como en verano, ese patio siempre estaba cubierto de flores. En medio del césped había un camino de rocas circulares que iban en varias direcciones, la primera era hacia la piscina, el segundo camino era en dirección hacia la llave y manguera con la cual se regaba el patio, por ultimo el tercer camino atravesaba todo el patio y terminaba bajo una puerta, la puerta de una pequeña casita al fondo del jardín en la cual, vivía la sirvienta de aquel hermoso hogar.

Pero no es necesario entretenernos describiendo este hogar que de extraño no parecía tener nada. Salvo algunos acontecimientos que sucedieron en aquel invierno en que Alfredo cumplió 15 años.

Un martes por la tarde, estaba como de costumbre Alfredo realizando sus deberes escolares en su escritorio frente a la ventana de su alcoba, que daba hacia el patio trasero, eran de aquellos ejercicios matemáticos que a nadie parecen gustarles y para los cuales ni con el pasar de años logramos encontrar en algún momento de nuestras vidas alguna utilidad practica.

Pensando en lo tedioso que resultaba el colegio se encontraba Alfredo mientras el sueño de aquellas tardes oscuras de invierno comenzó a apoderarse de el lenta y paulatinamente.

En uno de aquellos parpadeos un extraño sonido pareció llamar su atención, venía de la ventana frente a él, era un extraño pájaro, si no hubiera sido por su color negro, habría apostado que era una paloma, observaba del otro lado del vidrio con atención y curiosidad. Parecía querer decir algo, parecía querer saber que pensaba quien lo miraba.

Alfredo estaba acostumbrado a los pájaros, sobre todo correones que venían a comerse las nuevas semillas de su jardín. Pero este pájaro era distinto. Su mirada parecía poder hablar, parecía que lo llamaba y lo invitaba a abrir la ventana. Con sus ojos parecía embrujar a Alfredo y seducirlo hasta tomar completo control de su ser.

Promesas de lugares increíbles que jamás habría si quiera imaginado parecían ofrecer aquellos ojos azul oscuro, en los cuales parecían haber galaxias y universos infinitos.

Alfredo no dudo en abrir la ventana de par en par, y luego de subirse a su escritorio, puso ambos pies en el marco de madera oscura de corte clásico que rodeaba su ventana.

El patio había desaparecido, y frente a el se encontraba un espectáculo completamente distinto, el marco de su ventana marcaba la diferencia entre lo que era su habitación y lo que parecía ser un lugar completamente desconocido, un gran sol se observaba a lo lejos, un cielo tan celeste como el celeste del día mas hermoso del mas hermoso de los veranos. Hacia abajo se observaba un mar azul verdoso sin ola alguna, que se extendía hasta mas haya del horizonte, además se observaban pequeñas islas verdes en las cuales, brillaban los reflejos del sol en lo que parecía ser grandes construcciones.

Absorto estaba en contemplando tal espectáculo Alfredo, cuando comenzó a escuchar voces que parecían llamarlo desde cada una de aquellas hermosas islas. Mientras aquella suave brisa de aroma dulce y cálida parecía cantar a su oído:





Bienvenido
Lo nuestro es suyo.
Bienvenido
El que marchase ha vuelto.

Llevado por un impulso incontrolable, al ver que aquel pájaro volaba en dirección hacia la isla mas cercana, Alfredo decidió seguirlo, arrojándose al vació absoluto.

Lo próximo que vio fue el rostro de su sirvienta quien lo observaba con curiosidad; -“Que extraño lugar escojes para dormir tu siesta Alfredo”. Se le oyó decir.

Alfredo aun no parecía entender lo que estaba sucediendo, poco a poco se dio cuenta que estaba acostado boca arriba.

Se trato de incorporar como pudo y pregunto.

-¿Dónde estoy?- ¿Qué paso?.

La sirvienta lo miro atentamente y comenzó a reír. –“Solamente a ti se te ocurriría dormir una siesta en la piscina vacía”.

Era cierto, al levantarse observo que estaba en medio de la piscina vacía, y no entendió lo que había sucedido. Se limpio la rompa y con esfuerzo trepo por la escalera de una de las orillas para salir de ella.

Una vez arriba escucha decir: -“Espero que hayas terminado tus deberes ya que tus calificaciones han bajado mucho y tus padres están molestos”.

Se dio vuelta y miro con grandes ojos a su sirvienta quien estaba detrás suyo –“¡Y TÚ!” “En que momento subiste”.

La sirvienta lo miro nuevamente y siguió riendo –“Por lo visto aún no despiertas del todo”.

Sin entender nada. Alfredo dio la espalda a su interlocutor y entro a su cuarto, mientras su anciana sirvienta no sacaba sus ojos de encima de Alfredo, mientras lo observaba, sus ojos que de costumbre eran color miel se habían vuelto azul oscuro y parecían encerrar galaxias y universos infinitos, mientras una sonrisa maliciosa parecía no poder evitar expresarse en su arrugado rostro.

Una vez en su cuarto, observo en el escritorio su cuaderno abierto en la hoja en la cual se veía que lo último que tratase de escribir era un nueve a medio hacer y una línea que atravesaba toda la hoja, la ventana seguía abierta.


Jamás logro entender que había sucedido, como había llegado a la piscina, ya que desde su ventana hasta el medio de la piscina había nueve metros y medio.

Lo que si fue evidente, fue el cambio que tubo aquel, que del mundo, a partir de aquel momento creyó ser el rey.

Texto agregado el 10-05-2005, y leído por 155 visitantes. (0 votos)


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