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Se acercó lentamente, como si desde el fondo de su alma quisiera no volver a hacerlo, con su rostro lleno surcos, marcado por la amargura y sus recuerdos. Mientras se agachaba extendiendo su mano, pasaron en segundos por su mente los más hermosos momentos de su infancia feliz.
Se vio correr por la única calle de Mialqui, aquel pueblito perdido en la cordillera del norte chico, que disfrutaba como si los dias de vacaciones fuesen los últimos de su vida, corría descalzo y dándole con una varilla de membrillo a un suncho de quizás que antiguo barril de vino tirado por alli. Vio el pueblo cuando aún no tenia ni luz y el agua había que acarrearla en baldes desde un canal a mas de cincuenta metros de la casa. Había que pararse sobre un tablón que hacia de puente, por que el otro, el de varios palos parecía a veces mas un trampolín que un puente. Recordó incluso que tenia un tronco delgado que se giraba cada vez que uno ponía un pie sobre el, recordó también con una sonrisa brotando de su boca las veces que se cayo al agua tratando de levantar del fondo barroso las gamelas de latón y cuantas veces se vio obligado a devolver el agua al canal para deshacerse de las tijerillas que era incapaz de sacar con la mano.
Después de las pantegruelicas comidas familiares con las que se celebraba la llegada de todos a la casa de la abuela, llenas de carne de cordero y cerdo, mucho vino y chicha y las mejores ensaladas con verduras recien cortadas del huerto, lo mejor era ir al baño de la casa. Era un orgullo, sin duda, era el mejor del pueblo, era una caseta de madera de pino barato y en bruto, al abuelo antiguamente se le ocurrió dividirla en dos y con una tiza que mas parecía un pedazo de yeso le escribió a la primera puerta “baño de hombres” y a la segunda que nunca se pudo cerrar bien por que las lluvias del invierno y los calores del verano habían torcido los palos le escribió “y de mujeres”. Siempre le llamo la atención hacia donde caían los desechos, mas grande tiraba papeles encendidos con los fósforos que robaba de la cocina a leña de la abuela para poder ver los lodos que año tras año subían de nivel, nunca supo cuantos metros de mierda habían antes de llegar al fondo pero lo que si sabia es que ese baño existía desde hacia décadas.
Saco sus manos del bolsillo, moviendo los dedos para dejar todas las migas en su interior y antes de tocarla otro recuerdo lo llevo al pasado.
- Patricio, ¡Patricio!, venga hijo que el asado esta listo.
El siempre se arrancaba con sus primos al final de la hijuela cuando se sabía que iban a matar un animal para hacer un asado. No le gustaba sentir los gemidos del animal y mucho menos ver sus ojos. Siempre pensaba que algún día alguien entraría al corral en la noche anterior y le avisaría al cordero o la cabra que la matarían al otro día, para que tuviera tiempo y se fuera lejos, donde el cuchillo del viejo Gile no lo alcanzara. Eso nunca sucedía. Lo peor fue cuando el turno le toco a un enorme chancho en la casa de unos tíos, en otro pueblo, al otro lado del río. El animal era tan grande que más que matarlo había que venerarlo, sin embargo todos se preparaban para un espectáculo gigante, tal vez como los hombres que sudaron la gota gorda para poder subir al chancho sobre el mesón que lo llevaría a la muerte. Desde lo lejos vio como su padre preparaba una antigua grabadora, con micrófono externo de esas Phillip holandesa con funda de cuero, para guardar para siempre los sonidos de la muerte. Nunca supo que paso con la cinta pero se perdió y el no fue el responsable. Hasta ahí todo era como el lo conocía pero el animal era realmente tan grande que los adultos tuvieron la fenomenal idea de tomarse una fotografía con la cabeza del chancho saliendo del fondo donde hervía:
- Patricio, ven a tomar de la oreja la cabeza pa” la foto…
Lo único que recuerda de ese momento fue el vapor bañando su cara y ese existo olor que salía del cocimiento. La foto se mantuvo guardada por años en casa de su madre. Quizás ahora donde este.
Comenzó a abrir el nudo con el cuidado de un cirujano salvando una vida, manipulada con habilidad el plástico solo tocándolo con la punta de los dedos.
- Sírvete mas carne pue cabro, pa” que crescai grande y fuerte a ver si despue tu mismo te volteai al animal….
Comió tanto pero tanto chancho que según dicen sus tíos se empacho y se fue derechito a la cama un par de días, con todo el calor del verano encima. Comió la sopa del cocimiento y unos buenos trozos de lomo, hartas ensaladas y papas cocidas y litros y litros de bebidas heladas, pero fueron los arrollados que estaban cubiertos con la grasa del cuero los que le cayeron mal, fue mucha grasa para su hígado y no aguanto.
Todo estaba oscuro, como su campo de niño, como en su infancia de velas e historias de misterio, de miedo como decían los vecinos que se juntaban sentados en la escalera para poder arrancar rápido cuando su papa los terminaba asustando con el hombre del guante o con otro invento del momento. A veces por el fondo del patio entre los matorrales se veían luces cruzar después de un ruido fuerte que les llamara la atención, incluso muchas veces el mismo se asusto y a los años vino a saber que se trataban de fósforos que su padre encendía cuando bajaba calladito al baño. Su padre, el tío Humberto, era lo más divertido del verano, no solo para él sino para todos los niños del pueblo.
Terminó de abrirla y lo primero que vio fue un hueso de pollo, volvió a su mente la imagen de su cuerpo enfermo de empacho sorbiendo sopitas de gallina para mejorarse según la abuela. Según él era mas grasa la que comía en la sopa de esas con una capa amarilla y espesa que apenas dejan distinguir la papa, estaba claro que así no se mejoraría nunca.
Se subió las mangas y comenzó a hundir la mano en esa infinidad de texturas húmedas y malolientes. Había desarrollado con la experiencia propia del tiempo de ejercicio, la capacidad de descubrir lo que le seria útil sin mirarlo. Saco unos cuescos de durazno con algo aun de pulpa.
Los años en el campo fueron los mejores. No sabe en que momento su vida giro en sentido contrario, ¿tan rápido seria que no pudo parar antes? Que comidas eran las de esos tiempos, por ahora aun tenia trabajo que hacer, iguió su columna, tomo la media docena de bolsas de plástico llenas hasta reventar con todas sus pertenencias y camino por el medio de la calle… se metió los dedos a la boca y tiro el cuezco del durazno antes de comenzar nuevamente la tarea de abrir otra bolsa de basura para continuar buscando lo que le faltaba de su cena.

Texto agregado el 09-05-2005, y leído por 243 visitantes. (0 votos)


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