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EL LAMENTO

A esa hora el estadio estaba casi vacío, sólo un hombre trotaba distraídamente por la pista. Arriba había una bandada de aves vistiendo de gris y plateado, sobrevolando el césped, brillando a la luz de los focos que porfiadamente se mantenían encendidos todas las noches. Las nubes eran un torbellino que anunciaba una tormenta. Alrededor sólo se veían las luces que alumbraban las miserables casas que circundaban el estadio, distantes a unos cuarenta metros. El viento, porfiado, se colaba por entre las rendijas del automóvil que no quería partir… Los pájaros seguían volando…

Entonces se escuchó la turba, unos cuarenta hombres y mujeres mal vestidos corrían con linternas encendidas, palos y ramas. Estaban eufóricos. Gritaban y azuzaban a los perros que los seguían de cerca. De pronto todo quedó en silencio, el aire se hizo pesado y la noche se hizo más oscura. Tan sólo se oyeron los ladridos de los perros que acompañaban a los hombres, algún llanto de un niño y luego el ruido de un trueno. Se acallaron los ladridos, las voces, los lamentos. Se abrió el cielo y la tormenta se hizo sentir sobre las cabezas de esa pobre gente que corría por el suelo mojado siguiendo algún fantasma perdido en la noche. No se oía más que a los pájaros…

El vehículo partió al fin. Aún daba vueltas en su cabeza la algarabía de la gente y los ladridos de los perros. Dio vuelta en la esquina y avanzó lentamente por la calle oscura y llena de barro. Necesitaba salir, arrancar de la miseria que rodeaba el estadio. Pensaba en su mujer y su hija, en su casa, en su afortunada vida. Y de pronto lo vio, estaba azotando su cabeza contra la pared y daba unos gritos terribles. Se golpeaba una y otra vez; la cabeza sangrando, las manos crispadas… Sin darse cuenta fue aminorando la marcha, se detuvo y se quedó observándolo. No estaba borracho, se veía que sufría enormemente. Se culpaba, se sacaba mechones de pelo, se lamentaba dando alaridos de dolor. Y él sin poder avanzar y escapar de ese espectáculo; algo le retenía ahí, porfiadamente, en una expectante espera…

Como de lejos escuchó de nuevo a la gente que corría y gritaba, sin darse cuenta que se acercaban. Estaba absorto en el espectáculo que daba ese hombre, en la lucha que tenía consigo mismo, en el castigo que se auto imponía y la impotencia y el dolor que se dibujaba en su rostro. Él probablemente no le veía, no tenía ojos para nadie que no fuera su desconsuelo… Recordó las aves sobre el estadio; el césped que verdeaba a la luz de los focos…

Sintió el primer golpe cuando ya era tarde. Palos, fierros y piedras caían una y otra vez sobre su vehículo, lo abollaban, le cercaban. Cada vez se hacía más pequeño el espacio. Oyó que se rompían los vidrios, sintió un calor al lado de su oreja y presintió la sangre que luego cubría su cara, caliente y espesa. Luego rodó con auto y todo, lo daban vueltas, lo apaleaban… No sentía nada más, ni dolor, ni gritos; sólo el lamento terrible de ese hombre le mantenía aún conciente. Y divisó pájaros plateados que volaban cerca de las nubes…

Cuando abrió los ojos sintió el dolor en todo el cuerpo pero sobre todo en su cabeza. Quiso estirar el brazo y tocarse, sentir y palpar lo que parecía terriblemente hinchado. Pero no pudo mover las manos. Se enderezó unos centímetros y comprobó que las tenía amarradas; también sus piernas y su torso. Llamó; vinieron y le escupieron, le odiaron y despreciaron; revolvieron sus heridas todavía abiertas, tiraron la piel de su cara hasta desgajarla, retorcieron sus brazos.... Entonces entró el hombre del lamento, con los ojos rojos, casi salidos, con la boca torcida para siempre, con las manos crispadas. Se acercó arrastrando los pies y le miró fijamente, sentía su aliento mientras su mirada se fijaba en la suya… eternamente. Cerró sus ojos e imaginó los pájaros, la lluvia, el césped…

Muchas manos le hurgaron, hicieron pedazos su ropa, le dieron vueltas, le torcieron, le desnudaron, le apretaron… Y de pronto en su frente un contacto frío como el hielo, áspero como una lija… Un beso torpe, un balbuceo incomprensible y voces lejanas que pedían perdón y perdón en nombre del Señor…

El vuelo de los pájaros de plata le arrullaba todavía en medio del estadio donde un charco de sangre y agua ensuciaba el césped que resplandecía a la luz de los focos, todavía destelleando. Podía sentir su cuerpo hinchado y desnudo, lleno de heridas; pero no sentía dolor, sólo el frío le traspasaba. Pensó en su casa, en su mujer y sus hijas… Y vio por última vez la enorme nube negra que cubriendo la noche se llevó la luz, las aves, la esperanza…

Texto agregado el 07-05-2005, y leído por 178 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
16-05-2006 Me parece un buen texto, aunque no se sale del correr de muchas narraciones de terror, siguiendo sus técnicas y recursos. Los detalles sabes manejarlos para provocar el lamento del lector, la desesperación por salvar al hombre. Me gusta el texto, lo disfruté. delfinnegro
25-11-2005 HERMOSAMENTE TRISTE***** Goyo
07-05-2005 increíble!!! cualquier cosa que te escribiera sería una tontería junto a lo que acabo de leer... --vincho--
 
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