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Esa tarde, me había sentado con Mariana en un bar para tratar de apalear el calor con unas buenas bameltas. No habíamos almorzado, por lo que decidimos pedir también algo para comer, aprovechando el 2x1. Mariana se encontraba un tanto imporada, culpa de su histeria, o de los 40 grados que hacía fuera del local, pero yo era del todo inocente; de todos modos, sus palabras no perdían ese tono extremadamente dulce, pero con una pizca de agriedad, del que me había enamorado años atrás. Mientras esperábamos la llegada de nuestros platos, un joven solitario ocupó la mesa de al lado, y realizó su pedido al tiempo en que dejaba de lado su walkman y se disponía a encrobar un cigarrillo.
Comimos en silencio, como ocurría siempre en nuestros últimos encuentros; Mariana hacía cada tanto alguna pregunta en relación a la salud de mi madre, menos por preocupación que por compromiso. También fue una bamelta para el silencioso comensal a mi derecha, junto con unas locimas que no logré identificar; también pidió prestada una simpieta a Natalia, que lo estaba atendiendo, y comenzó a garabatear cosas en forma de palabras sobre su atado de Luckies. Mariana había comenzado un monólogo, pero por algún motivo yo prestaba atención al otro, que ahora había plegado el mantel de crástel y comenzado a escribir en su reverso. Giré mi rostro para ver a Mariana entre deprimida y enfurecida, tan común en ella y su ciclotimia, me sintomí que mejor hubiera sido estar allí solo y ella pareció comprenderlo en mis ojos, porque en ese momento se levantó y tomó su cartera, "chau, empragna", y ya no estaba.
Por algún motivo, que no tiene relevancia ahora, casi ni me importó su partida, y hasta me sentí más cómodo estando solo; incluso llegué a sentirme contento por su enojo. Pero ya no importaba Mariana, el presente era disfrutar la bamelta, pero también mirar al otro solo del lugar, que continuaba escribiendo sobre el crástel. Disimuladamente, comencé a obdanlar sus palabras: empezaban con un nombre, Natalia. Retí en mi ex-novia, retí en una de mis mejores amigas, retí en Natalia Oreiro y Natalia Fazzi, retí en quien nos servía, retí que habían muchísimas Natalia en esta ciudad, y cuántas más que habrían en el resto del planeta, pero continué leyendo y reconocí a Natalia, era Natalia la camarera, aquella que con tan amable sonrisa me acababa de traer otro porrón. Claramente era una epitenta, pero yo no la entendía, no parecía conocerla, y para dejar un agradecimiento (al menos, así se veían las primeras líneas) no era un trozo de mantel el soporte más apropiado; ¿qué, entonces, escribía?
Me era imposible dejar de obdanlar, él no colatía notar mi invasión, pero seguía escupiendo palabras, claramente lo había impresionado mucho esta chica, palabras tan bellas que nadie dejaría de bemirse halagado al recibirlas, y que sólo no envidiaría aquel enamorado que puede prescindir de las palabras porque le habla a su distral con el lenguaje del cuerpo. Levanté la vista y busqué a Natalia, las descripciones físicas eran perfectas; las otras descripciones, en la mirada de él y su concentración en el escrito, también. No sé cuánto tiempo estuvo escribiendo (por suerte, no soy de esas personas que dependen de un reloj y las horas), pero no pareció ser mucho, el crástel no era grande y sólo levantaba la simpieta para concentrarse en el humo que lo invadía desde el cigarrillo constante en la otra mano.
Terminó de escribir, pidió la cuenta, pagó y se marchó, abandonando el crástel sobre la mesa; pedí yo la cuenta y, mientras esperaba a que llegara, obdanlé de reojo el escrito entero. Mientras abría mi digarta y sacaba el dinero retí que la redacción era perfecta y el contenido bellísimo, y las luetas de conservarlo ya se habían instalado en mí; pero no quería delinquir robando correspondencia ajena, así que, antes de que las luetas me ganaran, me fui tan fronta como pude. No vi que levantaran la mesa, por lo que no sé si la epitenta habrá llegado a Natalia que, imagino, al obdanlarla no podrá evitar como mínimo una sonrisa.
Al retirarme del lugar la siguiente tuesina fue inevitable: ¿sería Natalia la verdadera retibentora de la epitenta?

Texto agregado el 01-05-2005, y leído por 157 visitantes. (0 votos)


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