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La cueva por donde transitaba era oscura y a pesar del constante esfuerzo que hacían sus ojos por reconocer las formas que se le presentaban, no lograba relacionarlas con los objetos que utilizaba cotidianamente.

Debido a las tinieblas su paso era lento; sus movimientos torpes ante el suelo desconocido parecían obviar su ignorancia, sin embargo la resolución a no dejarse vencer ante aquella eventualidad conseguían mantenerlo en píe.

Alertaba al máximo sus sentidos con la esperanza de captar alguna señal que le indicará dónde estaba o hacía que dirección continuar, pero su falta de adiestramiento en este arte nulificaban sus esfuerzos. Rendido ante el cansancio y la frustración se recostó a tomar un poco de aliento, cerró sus ojos para así tener la completa certeza de la oscuridad y apaciguar el acelerado latir de su corazón.

Un quedo sonido lo sacó de su letargo, el rápido transitar de un riachuelo, no quiso precipitarse, ni forjar vanas esperanzas en lo que pudiera ser sólo producto de su imaginación; agudizo más su oído y con los ojos aún cerrados camino en sentido al lugar de donde provenía el ruido, su andar era ya seguro, una vez localizada la fuente fluvial se arrodillo para tocar el líquido que de ella manaba.

Con sus manos sintió la viscosidad del fluido, no poseía la textura normal del agua y se percibía un fétido olor que no lograba reconocer, la eterna noche no le permitía ver más, asustado se limitó a continuar buscando la salida; de súbito vino a la memoria de Rodrigo una de sus clases de boy – scout y siguió su instinto caminando en dirección a la corriente del lago.

La tierra que pisaba poco a poco se tornaba tensa, como sí sus pasos producieran un extraño embrujo de petrificación, seguía sin hallar ninguna luz que le guiará a la salida, por el contrario la negrura iba haciéndose cada vez más densa, Rodrigo ya no recordaba cuanto tiempo llevaba extraviado.

Contrario a lo que piensan casi todas las personas cuando se pierden, él tenía la plena certeza que nadie estaba buscándolo; por tal razón debía encontrar una salida por sí mismo, intentó recordar como fue que llegó a internarse tanto en aquella gruta, lo último que venía a su memoria fue que estaba jugando.

De pronto el eco de un tambor lejano, de nueva cuenta caminó al sitio de dónde creyó que éste salía, a diferencia del de él riachuelo el tamborileo iba disminuyendo cada vez que se acercaba, hasta que dejó de escucharlo.

Maldiciendo con su escaso lenguaje el haber seguido a su instinto, quiso regresar al otro camino, pero ya también el sonido del río se había extinguido, sin tener nada más que hacer y decidido a no deambular más sin rumbo fijo se tumbó en la tierra, un fuerte movimiento sísmico cimbro los cimientos de la cueva, provocando que Rodrigo dejará escapar un fuerte rito, por el temor a ser sepultado por las paredes de la gruta, pero no sucedió.

Así que se echó a dormir, con la esperanza a ser encontrado, no supo cuanto tiempo durmió, cuando despertó sintió que un aire gélido corroía sus huesos, con los dientes castañeantes se incorporó y con asombró a lo lejos diviso una luz, se incorporó de un salto y corrió en dirección a ella temiendo que ésta se opacará de un momento a otro y él quedará nuevamente confinado a esas penumbras.

Segundos antes de traspasar el umbral, recordó que había caído de la copa de un árbol, titubeo un instante antes de entrar, pensó en seguir en la oscuridad, pero el miedo a nunca ser rescatado lo impulso a seguir la luz.











Texto agregado el 25-04-2005, y leído por 119 visitantes. (0 votos)


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